Una grieta en el mar, el Mediterráneo en disputa

OPINIÓN. Para ilustrar el tono de la situación, el navío científico partió escoltado por dos buques de guerra de la armada turca en dirección a una zona reclamada tanto por Grecia como por Turquía, ambos países miembros de la OTAN, que finalmente ha puesto en funcionamiento mecanismos de diálogo para intentar distender la situación y evitar una escalada.

Con el inicio de septiembre, el buque turco Oruç Reis zarpó para realizar tareas de investigación sísmica en el Mediterráneo Oriental, parte de las actividades de exploración en busca de depósitos marítimos de gas natural. Podría pasar por un hecho anecdótico menor en un contexto global marcado por las múltiples ramificaciones de la pandemia de COVID-19, de no ser porque la zona en cuestión se halla en el centro de una disputa geopolítica que ha crecido en intensidad a lo largo de 2020.

Para ilustrar el tono de la situación, el navío científico partió escoltado por dos buques de guerra de la armada turca en dirección a una zona reclamada tanto por Grecia como por Turquía, ambos países miembros de la OTAN, que finalmente ha puesto en funcionamiento mecanismos de diálogo para intentar distender la situación y evitar una escalada. Desde Atenas se ha denunciado toda actividad turca como una violación a su soberanía por tratarse de aguas que considera se hallan dentro de sus límites marítimos. En simultáneo a la partida del Oruç Reis, la marina turca había anunciado la realización de una nueva ronda de ejercicios militares en las costas del noreste de Chipre. A la par de los despliegues turcos, el 26 de agosto se anunció la realización de nuevos ejercicios militares navales con la participación de buques de Grecia, Chipre, Italia y Francia, en una reedición de otros ya realizados en julio pasado. El gobierno francés, especialmente, ha demostrado un marcado interés en coordinar los esfuerzos para contrarrestar la presencia de Turquía, sin dudar en recurrir a las demostraciones de fuerza de ser necesario.

La controversia no se limita a Atenas y Ankara. Las actividades turcas en zonas marítimas reclamadas como soberanas por Grecia y Chipre han conducido a la Unión Europea a posicionarse. La situación podría escalar aún más si en la próxima reunión del Consejo Europeo, a realizarse el 24 de septiembre, la UE decide implementar sanciones y otras medidas de presión económica en caso de que Turquía no detenga sus actividades, calificadas de ilegales por Bruselas. Mientras tanto, desde Berlín y el Vaticano se ha pedido a cada una de las partes que sus acciones no desborden los canales de diálogo para así poder llegar a una resolución negociada.


Reclamos territoriales y acuerdos sobre ZEE. Fuente: Sánchez Tapia, F. “Geopolítica del gas y militarización del Mediterráneo Oriental”, Instituto Español de Estudios Estratégicos.


Las acusaciones diplomáticas y maniobras militares se enmarcan en una disputa abierta por el control y la delimitación de zonas marítimas en el Mediterráneo Oriental; el motivo detrás de eso está en la competencia por el acceso y adjudicación de abundantes reservas energéticas marítimas y su explotación. Aún más, la red de intereses económicos en pugna se articulan con reclamos nacionales en un escenario que ponen en evidencia el debilitamiento de los consensos y normas internacionales al igual que la fragilidad del status quo internacional. Las acciones y percepciones de los actores que participan de este escenario parecen guiarse por la lógica de suma cero y la diplomacia coercitiva, exponiendo nuevas líneas de falla.


Arar el mar

La Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar establece los criterios y normas para delimitar la extensión de las aguas territoriales y las Zonas Económicas Exclusivas (ZEE) de cada país, así como el acceso, adjudicación y explotación de los recursos allí presentes. Sin embargo, en este caso, Turquía, Israel y Libia no han adherido o ratificado su contenido. En particular, el gobierno turco cuestiona la legitimidad de utilizar a las islas como fundamento para demarcar los límites marítimos. Islas griegas como las del Archipiélago del Dodecaneso, Rodas y Kastelorizo sirven como una barrera de contención a la actividad marítima en las costas oeste y sur de Turquía. En cambio, el gobierno turco de Recep Tayyip Erdogan basa su reclamo en la extensión de su plataforma continental, uno de los motivos por los que impulsa las misiones científicas en aguas igualmente reclamadas por Grecia y Chipre. Mavi Vatan (“Patria Azul” en turco) es el término adoptado por la doctrina marítima turca para dar sentido a la proyección de poder sobre el Mediterráneo. Popularizado entre círculos militares y políticos, este ideario señala a la hegemonía sobre las aguas como condición necesaria para garantizar los intereses y seguridad de Turquía, colisionando con consensos y normativas internacionales a los que se percibe como injustos.

El Mediterráneo Oriental contiene depósitos de gas natural que guardan un potencial importante para los Estados de la región que buscan mejorar su seguridad energética e impulsar el desarrollo económico. Hasta la fecha, Chipre, Egipto e Israel han descubierto depósitos de gas en sus respectivas zonas marítimas, lo que ha estimulado la cooperación multilateral. Es en virtud de ello que en enero de 2019 se formó el Foro del Gas del Mediterráneo Oriental (EMGF, por sus siglas en inglés), con sede en El Cairo. El objetivo del bloque es afianzar la cooperación en materia económica en la región, estando integrado por Italia, Egipto, Grecia, Israel, Jordania y la Autoridad Nacional Palestina. En enero de este año, Francia presentó su solicitud formal para ingresar. En el horizonte se halla un proyecto denominado EastMed Pipeline, el cual busca interconectar a Israel, Chipre, Grecia e Italia en una red de gasoductos que ofrezcan una vía rápida y directa para alimentar la provisión de los mercados europeos. El gran ausente en este arreglo ha sido Turquía, quedando ilustrados así los alineamientos regionales en juego. Desde el gobierno turco se cuestiona el derecho de la República de Chipre a realizar exploración de gas sin la participación de la República Turca del Norte de Chipre (RTNC). Esta última comprende un territorio que se ha gobernado autónomamente desde la intervención turca en la crisis/guerra civil chipriota de 1974 pese a que Turquía ha sido el único Estado en reconocer su independencia, sirviéndose de la RTNC como base desde donde afianzar su presencia a lo largo del Mediterráneo.



Si Chipre representa un vértice, Libia es el otro, dando cuenta de la regionalización cada vez más transparente de conflictos locales. El diciembre del año pasado, el gobierno turco oficializó acuerdos de cooperación militar para asistir al Gobierno del Acuerdo Nacional (GAN) libio, con sede en Trípoli, coalición político-militar reconocida como autoridad legítima del país por la ONU. La contrapartida a este apoyo militar fue la firma de un memorándum turco-libio que establecía una zona de cooperación marítima, así como el otorgamiento de licencias para explorar y eventualmente explotar recursos energéticos a empresas turcas. La zona delineada por el acuerdo atraviesa el recorrido del proyecto EastMEd ya mencionado, además de superponerse sobre parte de las zonas marítimas griegas y chipriota. Por su parte, las fuerzas opuestas al GAN, lideradas militarmente por el Gral. Khalifa Haftar, reciben el apoyo de Egipto, Francia y Emiratos Árabes Unidos.

Sea una fortaleza o una vulnerabilidad, hoy el gobierno turco se encuentra interviniendo de forma directa en varias situaciones locales: Chipre, Libia, Siria (cada país con sus dinámicas y lógicas propias) son articuladas por la búsqueda de Ankara por proyectar su autoridad sobre el Mediterráneo Oriental como su esfera de influencia. Resulta interesante ver cómo las políticas perseguidas por un actor como Turquía no solo se orientan por intereses económicos o la aspiración de proyectarse como un actor protagónico regional. El control sobre el acceso a recursos energéticos podría atenuar el déficit comercial y la caída sostenida de las reservas de divisas al tiempo que se ataca una fuente de dependencia energética. Pero también hay motivaciones más “trascendentales”, asentadas en un proyecto de aspiración a liderazgo regional, explicado a su vez sobre una forma determinada de releer la historia. Este discurso enmarca la proyección de poder de Turquía, y su retórica beligerante, como la restauración de un rol de liderazgo (político, económico, cultural) regional islámico, el cual habría quedado vacante tras la disolución del Imperio Otomano en 1923. Para ello busca capitalizar su ubicación única, como puente y barrera de contención entre Europa y Asia así como entre los mares Negro y Mediterráneo. Una restauración adaptada a las lógicas de un mundo que atestigua una reconfiguración caótica de los equilibrios de poder sobre la base de sus condiciones geográficas, capacidades militares y económicas o bien como un derecho que reside en las memorias de poderío pasadas. Sería la apuesta turca por posicionarse como un actor protagónico en un mundo multipolar, dispuesto a rehacer las normas que sostienen el status quo acorde a sus intereses aún si eso entre en tensión con compromisos y alianzas históricas y recientes.


Sobre el autor: Julián Aguirre es politólogo (UBA) y miembro de la Fundación Meridiano.

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