Una Cristina herbívora

Por: Pablo Pizzorno

Cuando Juan Domingo Perón regresó al país a inicios de los ´70, acuñó una célebre expresión al definirse como un “león herbívoro”, buscando disipar los viejos resquemores que había heredado su primera experiencia de gobierno. Con aquel guiño, el viejo Perón exponía la voluntad de dejar atrás su ánimo beligerante de antaño y de recomponer vínculos con sectores que podían recelar de su candidatura. De modo similar, la reaparición pública de Cristina Fernández de Kirchner, en un escenario preelectoral que la posiciona de forma cada más evidente como candidata para el año que viene, pareció inspirarse en algunas de las premisas pacificadoras de aquel Perón herbívoro.

Desde que Mauricio Macri asumió la presidencia, el gobierno de Cambiemos experimenta pendularmente la intención de anunciar la superación definitiva del pasado kirchnerista y la permanente necesidad de revivirlo para construir un antagonista a su medida. Con la marca antikirchnerista en el corazón de su identidad política (grabada en el propio nombre de la coalición), el relato de Cambiemos construye una CFK radicalizada, dispuesta a ir por todo, que aspira a volver recargada para las elecciones de 2019. Esta estigmatización es amplificada por el exacerbado discurso de ciertos medios de comunicación, como el que realizó el domingo pasado el columnista Jorge Fernández Díaz en La Nación en una nota titulada “A la emperatriz no le temblará el pulso”.  

Paradójicamente, las recientes señales de CFK y su entorno parecen encaminarse en la dirección contraria a esta supuesta radicalización, en sintonía con lo que previsiblemente se espera de una candidatura que ya no ve descabellada su posibilidad de triunfo. De este modo, Axel Kicillof se encargó de anunciar que, en caso de regresar al gobierno, no rompería el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, sino que buscaría renegociarlo -como se pronunció el resto de la oposición- en términos menos gravosos para el país. El ex ministro también descartó tener una posición anti empresa privada y reveló haberse reunido con diversos fondos de inversión extranjeros que quisieron tener su impresión del rumbo de la economía.

El discurso de CFK en el debate por el presupuesto en el Senado entregó una orientación similar. La ex presidenta hizo énfasis en la crisis que atraviesa Arcor -esa suerte de emblema de la burguesía nacional que hoy sufre el deterioro de la economía real- y se refirió a las dificultades que atraviesan la mayoría de las empresas del país. En su intervención se proyectó una dimensión que seguramente anticipe rasgos de su discurso electoral: consumo, crecimiento, rentabilidad empresaria. Contrariamente a la CFK radicalizada que anhela Cambiemos, la ex presidenta disputará las credenciales de orden y prosperidad capitalista que el gobierno incumplió con una malograda política económica. No será una verdadera novedad en su discurso de candidata: en la campaña electoral de 2017, CFK ensayó una y otra vez la idea de que el gobierno “le desorganizó la vida a la gente”.

Este discurso esconde una necesidad electoral del kirchnerismo: la de recuperar parte del voto moderado que supo obtener por última vez en 2011, para luego amesetarse en las tres elecciones siguientes en una fuerza política de alrededor de un tercio del electorado. Un inconveniente no menor es que dicha estrategia, destinada a la ampliación de la base de sustentación, va a contramano de las aspiraciones de sectores de la militancia kirchnerista -tanto del corazón del proyecto político como algunas organizaciones incorporadas recientemente- que reclaman una mayor audacia programática y una depuración ideológica de Unidad Ciudadana, consistente con la proliferación de propuestas electorales como la sanción de una nueva reforma constitucional o la confiscación definitiva del Grupo Clarín. Curiosamente, la CFK radicalizada que construye el gobierno de Cambiemos se asemeja bastante a la que demandan algunos sectores de las bases kirchneristas.

Sin embargo, la moderación de la ex presidenta no debería imputarse a una mansa aceptación del Teorema de Baglini (1) -del cual la experiencia kirchnerista podría considerarse una refutación- o a un súbito exceso de pragmatismo desideologizante. Aunque se exprese en un lenguaje ajeno al que reclaman patrimonialmente las izquierdas, es evidente que CFK ocupa ese lugar del espectro político. Más allá del saldo de las políticas públicas de su gobierno, esto puede apreciarse en parámetros comparativos cada vez que la ex presidenta se refiere a cuestiones de política internacional, incluso más allá de la región. En su discurso en el Senado, CFK alabó la experiencia de Portugal, que a través de una coalición de izquierdas expresa actualmente el ejemplo más exitoso contra la austeridad en Europa. Del mismo modo, sus simpatías con Podemos en España y con Jean-Luc Mélenchon en Francia ubican sus preferencias a la izquierda de la socialdemocracia europea. La misma interpretación realizó por estos lares el senador Miguel Ángel Pichetto, quien lideró la ruptura del bloque del Partido Justicialista en el Senado argumentando que la ex presidenta está demasiado a la izquierda del centro moderado que, en su peculiar interpretación histórica, habría siempre expresado el peronismo.

El giro moderado también orientó la convocatoria de CFK a evitar las divisiones con quienes rezan o con quienes se hayan manifestado en contra de la legalización del aborto. A pesar del malestar que estas declaraciones causaron en algún sector de la militancia, su vitalidad consiste en recordar que la política es esencialmente un ejercicio incesante de administración de contradicciones. Así como la estrategia legislativa a favor del aborto legal supuso una articulación con sectores del oficialismo -que, a pesar de ciertas quejas de otros sectores de la militancia, hubiera sido innecesaria si todo el peronismo se hubiera pronunciado a favor de la ley-, lo que señaló CFK en el Foro de Clacso fue que la reconstrucción de una mayoría política contra el neoliberalismo no puede prescindir de sectores que en dicha oportunidad se expresaron en contra de la iniciativa. Como dijo el filósofo Ricardo Pignanelli, la verdadera unidad tiene que doler un poco.

Tras el triunfo de Macri en 2015, no faltó quien avizorara una trayectoria política de CFK más definida ideológicamente en una fuerza propia, lejos del peronismo y de muchos aliados que supieron ser parte de la etapa kirchnerista. En efecto, sindicatos y movimientos sociales hicieron valer en primera instancia sus recursos de poder y se volcaron a la negociación directa con el gobierno, promoviendo un reseteo de las identidades populares previas. Esta estrategia naufragó en las elecciones legislativas de 2017, que sostuvo el liderazgo de CFK en el espectro opositor y evidenció la debilidad de los sectores del peronismo que apostaron a un tipo de oposición más preocupada en desligarse de la tradición kirchnerista que en cuestionar el modelo de gobierno de Cambiemos. A partir de la crisis económica de este año y de la caída de la imagen del gobierno, la candidatura de CFK encontró nuevos bríos para mostrarse competitiva, y así fue que se reencontró con el apoyo de viejos aliados sociales y de sectores del peronismo. De cara al futuro, aparece un nuevo desafío a la hora de administrar las vicisitudes de un entramado político heterogéneo como el que supo predicar en vida Néstor Kirchner. El giro herbívoro de CFK revela que al menos su diagnóstico recorre la misma dirección.


(1) El teorema, pronunciado por el diputado radical Raúl Baglini en 1986, señalaba que la moderación de una fuerza política era directamente proporcional a sus chances de acceder al gobierno.

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