Un voto silencioso en defensa propia

Por: Pablo Pizzorno

Los políticos y los interesados en la política se prepararon todo el año para una elección presidencial reñida y prolongada, que prometía dirimirse en tres rondas. El domingo, en la primera de ellas, la diferencia de quince puntos obtenida por Alberto Fernández liquidó los pronósticos previos y selló un resultado prácticamente irreversible.

¿Por qué no se percibió una ventaja tan contundente del Frente de Todos? Las obvias apuntadas serán las encuestadoras, que instalaron en el último tramo de la campaña un clima de paridad que estuvo lejos de la realidad. Algunos observadores alcanzaron a advertir sobre los problemas técnicos de estos sondeos, en su mayoría realizados a través de teléfonos fijos en vías de lenta extinción, sobre todo en los hogares de menos recursos.

Sin embargo, la diferencia excedió los cálculos más optimistas de cualquier opositor. Ni las típicas muestras diseñadas por consultoras fantasma al servicio de alguna noble causa se atrevieron a tanto. Adelantemos una hipótesis: las encuestas no detectaron la diferencia a favor del Alberto porque ésta se basó en un voto silencioso, masticado en soledad y esgrimido en defensa propia contra el fracaso económico del gobierno.

En ciertos escenarios suele haber un voto pudoroso, que no hace ruido en la previa pero se desata indómito el día de la elección. Los puntos imprevistos que recibió Alberto no son votos eufóricos: no tienen selfies con la boleta en el cuarto oscuro ni cantan vamos a volver. Son votantes que apoyaron a Cristina en 2011 y luego se alejaron. Que posiblemente se volcaron por Massa en 2013 y por Macri en 2015. Que putearon al gobierno anterior y quizás se pelearon con algún familiar kirchnerista en un asado. Es un voto no jactancioso, que no vuelve con la frente en alto ni con el rabo entre las piernas, sino que se ejecuta como castigo a una gestión económica que quedó muy lejos de sus expectativas. Un voto servido como un plato frío.

En ese 47 y pico de Alberto están contenidos esos apoyos que están lejos de ser un cheque en blanco. Detrás de la boleta del Frente de Todos hay una sutura política a una heterogeneidad social muy importante. Allí reside, no obstante, el éxito de la apuesta que inició Cristina cuando se corrió de la candidatura presidencial y apuntó a expandir los límites de su espacio político. Después de tres derrotas seguidas y un amesetamiento en torno a un tercio del electorado, el peronismo reunificado logró interpelar a un tipo de voto más blando que le venía siendo esquivo. En la capacidad de sostener esos apoyos se jugará su futuro político.

El gobierno, en cambio, sólo pudo exhibir el apoyo de su núcleo duro, ese tercio irreductible que encontró en Cambiemos, más que una buena administración, un instrumento circunstancial para su antiperonismo decidido. Por el contrario, quienes no pueden darse el lujo de un voto tan identitario no tuvieron más que verificar la ausencia de todo logro material de esta presidencia. Ya ni siquiera se trata de su orientación ideológica general, sino de una mínima eficacia para los temas por los que el propio presidente pidió ser evaluado: menos pobreza, menos inflación, más crecimiento. Aplazado.

El lunes empezó un nuevo país y se pareció a los partos dolorosos que gusta pronosticar Elisa Carrió. Con un desenlace resuelto, los cuatro meses que separan a las PASO del 10 de diciembre se prestan a una turbulencia peligrosa. Alguna conclusión deberán tomar los politólogos de esta acefalía autoinfligida por el sistema electoral argentino. Las presiones especulativas sobre un gobierno débil hicieron saltar el dólar que venía contenido y abrieron un escenario de incertidumbre. No colaboró para ello el presidente en su conferencia de prensa junto a Pichetto, donde evidenció que aún no supera la fase de negación del trauma que afronta. Alguien con buena memoria se apresuró a comparar los resultados del domingo con los casi idénticos de mayo de 1989. Mejor no seguir buscando parecidos.


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