¿Somos descartables a los 45 años?

En las últimas décadas se detecta en el mercado laboral argentino una mayoritaria tendencia a contratar personas jóvenes, menospreciando la capacidad y experiencia acumulada a lo largo de los años por los postulantes de mayor edad.

Estamos viviendo hoy en una sociedad que ha experimentado una transformación demográfica importante. Cada vez son más los adultos mayores, y que estas personas vivan más y en mejores condiciones, es uno de los grandes logros de la humanidad en los últimos tiempos.

Los informes del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) indican que en los últimos 140 años, en el ámbito mundial,  el promedio de vida ha aumentado en 40 años. A comienzos del siglo antepasado solo el 1% de sus habitantes eran sexagenarios; al inicio del pasado la proporción aumentó al 4%, y en la actualidad es del 20%.

En contraposición a esta “revolución demográfica” derivada del aumento progresivo en la esperanza de vida, en las últimas décadas se detecta en el mercado laboral argentino una mayoritaria tendencia a contratar personas jóvenes, menospreciando la capacidad y experiencia acumulada a lo largo de los años por los postulantes de mayor edad. De hecho, el 80% de las ofertas de trabajo excluyen en la actualidad a personas que sobrepasan los 45 años.

Hoy un candidato de 25 años se puede postular al 80% de los avisos laborales; uno de 35 años al 60%, uno de 45 años al 20% y uno de 55 años sólo al 5% de los mismos. Las empresas parecen tener implícito un encuadre que las lleva a fijar un límite de edad cada vez menor para las búsquedas que encaran.

La realidad indica que las distintas compañías no solo no los incorporan, sino que tienden a desprenderse cada vez más de los empleados mayores de 45 años, en muchos casos por una diferencia a su favor en la remuneración que pueden ofrecer a personas más jóvenes, aunque con menor nivel de experiencia.  

Estos adultos que son expulsados abruptamente del mundo laboral - en la mayoría de los casos aún totalmente activos y permeables a nuevos desafíos - no logran a posteriori reinsertarse, con todas las consecuencias que ello trae aparejadas, tanto a nivel económico, como psicológico y familiar.

En la 2da. Asamblea Mundial sobre el Envejecimiento, realizada por las Naciones Unidas en el año 2002 en Madrid, se aprobó el Plan de Acción Internacional sobre el Envejecimiento, a fin de “responder a las oportunidades y los desafíos del envejecimiento de la población en el siglo 21 y promover el desarrollo de una sociedad para todas las edades”. El lema de dicha Asamblea fue, precisamente, generar un cambio cultural que hiciera posible la creación de sociedades para todas las edades, en las que los mayores, así como cualquier otra persona por razón de sexo, salud, raza o religión, no se sintieran excluidas.

Tal como se expresa en su declaración de apertura  “conseguir una sociedad para todas las edades implica un análisis desde una perspectiva más amplia… el envejecimiento debe verse como una etapa en la que es posible el pleno desarrollo de las capacidades de los hombres y las mujeres como agentes activos de nuestras sociedades, y en las que deben seguir participando como ciudadanos de pleno derecho y con el pleno reconocimiento social.”

El entonces Secretario General Kofi Annan señalaba: “El mundo está experimentando una transformación demográfica sin precedentes. De aquí al 2050, el número de personas de mayor edad aumentará de aproximadamente 600 millones a casi 2.000 millones. Antes de que pasen 50 años, habrá en el mundo por primera vez en la historia, más personas mayores de 60 años que menores de 15. Se trata de un fenómeno extraordinario que acarrea consecuencias para cada comunidad, cada institución y cada persona”.

Y el ex Presidente José María Aznar, en la misma Asamblea, agregaba “Un país que no ofrece oportunidades de participación activa a las personas mayores es un país que está perdiendo oportunidades, pero es, sobre todo, un país que no está dejando que muchas personas útiles y capaces puedan continuar aportando bienestar a los demás y satisfacción a sus propias vidas.”

El segmento de 45 años y más representa en nuestro país el 35% de la población de 18 a 65 años según el Censo 2010,  y un porcentaje similar según la última EPH. En función de lo aquí descripto, puede afirmarse sin ninguna duda que la dinámica del mercado de trabajo en los últimos años ha convertido a esta franja etaria en un nuevo grupo vulnerable, afectando su bienestar objetivo y subjetivo.

La nueva realidad demográfica y social configura un hecho inapelable que exige cambios profundos y respuestas decididas por parte de todas las estructuras e instituciones de la sociedad. Se requiere que tanto el Estado –que suele poner énfasis en el 1er. empleo pero no en la reinserción laboral de los mayores de 45 años-, así como la sociedad civil, encaren acciones que reconozcan y valoren las capacidades y necesidades de estos individuos, generando soluciones acordes. Obviamente, es el Estado el que puede generar políticas públicas que favorezcan la reinserción laboral de este segmento.

En otros países se han implementado medidas de promoción y estimulación para la re-asignación de empleo a esta población etaria, desde regulaciones específicas (impedir el  límite por edad en las búsquedas laborales) hasta incentivos para las empresas que los contraten (reducción en los aportes patronales, exenciones impositivas, etc.), estimulando acciones de responsabilidad social empresaria y enfatizando, incluso, el rol de estos adultos como potenciales mentores. No es menor la importancia de acompañar todo ello con una campaña comunicacional que logre definitivamente un cambio cultural en esta hoy (no tan) disimulada forma de discriminación.


Sobre la autora: 

Es Licenciada en Sociología. Magister en Metodología de la Investigación. Desde 1990 consultora en marketing comercial y político. Actualmente, Directora General de Polldata.

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