Significantes recuperados

Por: Tomás Aguerre

Dos fotos de los legisladores de Cambiemos provocaron conmoción el 24 de marzo. La primera por equiparar la condena a un golpe de Estado -bajo el eufemismo evitable de “la interrupción del orden constitucional”- con la condena a “los negocios con los Derechos Humanos”.

La segunda foto entró en el paquete del repudio, pero si acaso hubiese existido sola habría tenido oportunidad de generar un debate diferente. Rezaba el segundo cartel una consigna que luego repitieron algunos funcionarios e incluso simpatizantes de Cambiemos: “Los Derechos Humanos no tienen dueños”.

Que el kirchnerismo “usó” los derechos humanos como herramienta de construcción de legitimidad política es una sentencia harto escuchada. Así y todo, tiene varios supuestos menos puestos en la superficie que bien vale la pena descubrir. Uno de ellos: que existía algo así como un significante denominado “derechos humanos”, dispuesto a ser usado por cualquiera que lo pretendiese. Las lecturas (muy) posteriores, incluso, creen en un significante latente que preexistía y que cualquiera hubiese podido usar sin costos y con todos beneficios. Esa hipótesis deja un cabo bastante suelto: semejantes condiciones ventajosas posiblemente hubieran sido aprovechadas por alguien antes. Es probable que, más que existir previamente, los significantes se construyan de acuerdo con quiénes se los apropian y quiénes no.

Apenas un día después de los reclamos por la universalidad del concepto de derechos humanos, el Gobierno convocó a una marcha en defensa de la democracia. Todos los anteriormente acusados por la apropiación indebida del concepto de Derechos Humanos podrían inmediatamente reclamar por la usurpación del significante Democracia.

Lo escribieron Gramsci, Laclau, Zizek: el ámbito del sentido común es una arena de disputa tanto o más importante que el de las instituciones. En el libro “En defensa de la intolerancia”, Zizek sostiene que “cualquier concepto ideológico de apariencia o alcance universal puede ser hegemonizado por un contenido específico que acaba 'ocupando' esa universalidad y sosteniendo su eficacia”.

¿Quién tiene razón, entonces? ¿Quienes reclaman su parte en los dos o solo aquella parte capaz de demostrar que tiene la verdadera legitimidad como para que ambos significantes le pertenezcan?

Probablemente no exista una respuesta única y, ni siquiera, una correcta. Quizás lo más cercano a una respuesta sea la posibilidad de asumir que todos los significantes, incluso los que parecen más universales (los que “no deberían tener dueño”), son parte de la disputa política y que esa disputa lo transforma de una palabra vacía en un significante valorado por la comunidad. Que derechos humanos o democracia “no son nada” si no en referencia a lo que excluyen.

Por supuesto que cualquier dirigente político que se subiera a la arena pública a decir que los derechos humanos son un concepto político merecería el repudio inmediato: primero porque “político” ya tiene su carga y, segundo, pero más importante, porque la primera regla para la disputa de un concepto universal es no quitarlo de su carácter universal. De nada sirve disputar un concepto supuestamente “apolítico” para sacarlo de esa apoliticidad: lo que cuenta es cargarlo de significado en el lugar en el que está. O, como escribe Zizek, “la lucha no se limita a imponer determinados significados sino que busca apropiarse de la universalidad de la noción”.

Luego sobreviene una segunda discusión: si el kirchnerismo ocupa o no ese lugar de contenido específico (es decir, si “usó” o no a los derechos humanos) y, en caso de responder afirmativamente, por qué ocurrió. El gobierno de Mauricio Macri se responde afirmativamente y comprende que la disputa sobre el significante supone intentar primero desarmar la construcción anterior. En esa tarea se encuentra mientras aún no articula su propio discurso sobre el fenómeno para intentar tomarlo, si es que fuera la intención.

Una explicación plausible para los motivos de la “apropiación kirchnerista” podría consistir justamente en el abandono del tema por parte de otras fuerzas. Lejos de actuar según ese diagnóstico, el macrismo también lo abandona: no hay acto oficial, no hay conmemoración (la fecha incluso no existe en el resumen semanal de Casa Rosada) y los funcionarios que se arrojan a la disputa entran por el flanco insólito de cuestionar el número de desaparecidos (como si el número no pudiera ser otra cosa que simbólico luego de una dictadura que no encarceló, ni tomó prisioneros ni fusiló, sino que desapareció personas). Acaso lo más parecido a un intento de apropiación hayan sido las palabras del Secretario de Cultura, Pablo Avelluto: “Nosotros no nos adueñamos del tema y además no solo nos ocupamos de lo que pasó hace 40 años sino también de los derechos humanos de ahora”. La regla de no quitarlo de su universalidad se cumple y cuestionar la sectorización de un significado universal es siempre el camino inicial para construir la propia. Tal vez lo más difícil para ese plan de conquista sea el terreno ya construido: la presencia cada vez más juvenil en las marchas por la memoria y la aparición de nietos e hijos recuperados lejos de crear una grieta entre derechos humanos “de antes” y “de ahora”, parecen construir una fuerte línea de continuidad.

Todos los significantes, en una democracia pluralista, están ya siempre y perpetuamente en disputa. Pero si el gobierno no organiza una conmemoración oficial, no construye un intento de relato acorde y su máxima figura viaja fuera del país en la fecha que lo resume y lo expone, ¿hay algún intento de disputarlo?

Por fuera de las denuncias histéricas de apropiación, en los espacios donde se pueda dar la discusión de manera calma, quizás es hora de plantear que las identidades políticas asumen como propios unos significantes e intentan disputarlos. Y que allí no hay ninguna inmoralidad ni delito posible sino más bien una tarea política válida y necesaria. Una vez establecida esa base sólida de acuerdo es posible un análisis político que de cuenta de los discursos -no solo en términos de oralidad sino como acciones tendientes a dotar de sentido a los hechos sociales- de los distintos actores de la escena pública en la siempre noble tarea de representar.

* Tomás Aguerre es editor del sitio http://artepolitica.com/

Diarios Argentinos