(«[SIC]») Betina González: "Para una mujer escritora es fundamental lograr visibilidad"

Los libros según sus autores. Literatura, industria editorial y actualidad en un mano a mano con escritores y escritoras argentinos.

(«[SIC]») entrevistó a la escritora, docente e investigadora Betina González para charlar sobre su último libro de cuentos, El amor es una catástrofe natural, que publicó TusQuets editores en agosto de 2018 y que nos encantó.

“Cuentos enrarecidos”, los llamó Claudia Piñeiro y es ahí donde está su atractivo. Son relatos que te mantienen en tensión, cuentos en los que, como dijo González, “puede pasar cualquier cosa”. El realismo se suspende por un rato para construir esos pequeños universos autónomos a los que, como lectora, tenés que adscribir. El pacto de lectura es fundamental para tener la experiencia completa.



Betina González irrumpió en el mundo literario en 2006 cuando ganó el Premio Clarín por su primera novela, Arte menor. Si bien no cree en los premios o, más bien, no considera que sean garantía de nada, su libro de relatos Juegos de playa (2008) ganó el segundo premio del Fondo Nacional de las Artes y con Las Poseídas (2012) se convirtió en la primera mujer en ganar el Premio TusQuets de Novela. En 2016 publicó América alucinada, también por TusQuets, y acaba de terminar un libro de cuentos para adolescentes.

Estudió Ciencias de la Comunicación en la UBA y luego se mudó a Estados Unidos para formarse en literatura. Acá, las intensas horas de trabajo hacían imposible una rutina de escritura. “Tener tiempo (para escribir) es importantísimo para una escritora”, explicó. Allá hizo una maestría en Escritura Creativa en la Universidad de El Paso, Texas, y un doctorado en Literatura Latinoamericana en la Universidad de Pittsburgh. Durante los 10 años que vivió en Estados Unidos —volvió en 2012—, escribió mucho y la influencia de sus experiencias en el país del norte es evidente. Los ambientes que crea en los 13 cuentos que forman El amor es una catástrofe natural nos resultan a la vez cercanos y extraños, no del todo reconocibles para los lectores argentinos. Lo mismo pasa con el lenguaje, por momentos parece que estuviera traducido. En ese “sincretismo” particular radica su éxito.

Durante la charla con («[SIC]»), Betina habló de creación, de sus influencias, de la industria editorial y hasta del “mundillo” literario. “Yo quiero que me deslumbren como lectora”, dijo y en eso estamos de acuerdo, sus cuentos deslumbran.



Estudiaste Ciencias de la Comunicación en la UBA, ¿cómo fue que decidiste ser escritora?

Cuando tuve que elegir carrera, estaba entre Letras y Ciencias de la Comunicación, que era una carrera más o menos nueva, y la elegí porque pensaba que el periodismo tenía más que ver con el acto de la escritura que Letras. Si bien me gustaba leer y, obviamente, leía muchísimo, pensaba que podía seguir leyendo por mi cuenta.

Igual, empecé las dos carreras a la vez. Hice hasta tercer año las dos juntas pero después dejé Letras, ya estaba trabajando y era demasiado. La orientación que le dan acá en Puán, que tiene todo este bagaje de crítica literaria, a mí no me interesaba.

Y, por otro lado, en Sociales me enamoré de muchas materias. En Sociales hay escritura, que es una  de las cosas que yo enseño ahora y hay mucha producción en la que se podía trabajar ficción. Además, tuve una formación en Ciencias Sociales que, para mí, fue muy importante.


Cuando terminaste la carrera, te fuiste a Estados Unidos a cursar una Maestría en Escritura Creativa en la Universidad de El Paso, Texas. ¿Cómo fue esa experiencia? 

Fue la experiencia post crisis de 2001. En realidad, no había pensado en irme del país. Tenía una hermana que estaba estudiando en Estados Unidos pero estudiar afuera no era una cosa que yo soñara. También era cierto que trabajaba muchísimas horas. Eran los 90´s, estaba tratando de pagar un crédito y tenía muy poco tiempo para escribir. Tenía laburos de 10/12 horas así que me levantaba a las 5 de la mañana a escribir un rato antes de irme a trabajar.

Eso lo hice por dos años, más o menos. Y cuando apareció esta oportunidad, muy única en ese momento porque el de Texas es un programa bilingüe, después aparecieron otros en España y en Estados Unidos, que son en español pero bilingüe sigue siendo el único. Y bueno, me presenté. Tendría que haber sido muy tonta si, por lo menos, no lo intentaba.

Igual, fue toda una decisión. Ya se estaba acabando la crisis de 2001 y yo sí tenía trabajo, otros compañeros míos no. Era una decisión grosa decir: “Bueno, me voy igual”. Pero estuvo bueno. Fueron 3 años no solo de convivir con otras personas que querían ser escritores, sino también fueron 3 años para escribir mi primer libro sin tener que tener un trabajo como el que tenía en Buenos Aires. Tener tiempo es importantísimo para una escritora.

 

Y después pasaste a un doctorado en la Universidad de Pittsburgh.

Sí, o sea que terminé haciendo algo de crítica (risas). Pero en la Universidad de Pittsburgh, el doctorado tiene una fuerte orientación en estudios culturales. Mi tesis, por ejemplo, es sobre textos del siglo XIX, la fábula y el teatro, trabajados más desde un punto de vista sociológico, que es lo que a mí más me interesa también: la relación entre literatura e Historia.


¿Habías participado de talleres literarios antes de irte a Estados Unidos?

No, solo hice un taller a los 15 años. Yo soy de San Martín, y en la municipalidad había un taller al que me animé a ir cuando tenía 15 años que resultó buenísimo porque la que lo coordinaba, que es a quien le dediqué este libro, es una mujer maravillosa.

No solo era profesora de Letras sino una persona espiritualmente muy luminosa y que me dio mucho aliento para escribir. Creo que, a esa edad, es muy importante encontrarte con alguien que te diga que sí. Tenés 15 o 16 años y, si querés dedicarte al arte, todo el mundo, o la mayoría, te va a decir que no vas a poder vivir de eso. En realidad, sabemos que no podemos vivir de nada, eso después hay que rebuscárselo de otra manera (risas).  

Ese fue el único taller que hice en Argentina. Quizás porque siempre me sentí muy afuera: fuera de la Capital y fuera del círculo literario. De chica ya había entendido que había una especie de gran aristocracia de la literatura a la que yo no iba a pertenecer nunca. Entonces, ni se me hubiera ocurrido, por ejemplo, ir a buscar un taller con un escritor famoso. Me parecía que no era un lugar al que yo podía acceder, ni me lo imaginaba.


¿Cómo fue el proceso de escritura de El amor es una catástrofe natural?

El amor es una catástrofe natural tiene cuentos que abarcan distintos períodos. Hay 4 o 5 cuentos que son de un período de escritura fuerte, en el 2012 y 2013, en simultáneo a mi última novela, América alucinada. Esos cuentos —por lo menos el cuento que titula el libro y los dos últimos— tienen mucho que ver con esa novela en cuanto al lenguaje y a ciertos tratamientos del espacio-tiempo. Sobre todo, “La preciosa salvaje”, en el que aparece una secta. En esa América alucinada también hay una secta, así que escribir ese cuento de alguna manera me ayudó a pensar qué quería hacer yo en la novela que estaba escribiendo.

Después seguí escribiendo cuentos, no es que dejé por años, pero quería darle la vuelta a un libro que tuviera resonancias, que los cuentos justificaran su lugar en el libro. No solo porque fueran buenos narrativamente sino porque tuvieran diálogo y eso lo terminé de hacer el año pasado, que escribí una serie de cuentos —algunos quedaron y otros no—.

Fue ahí que terminé de entender lo que yo quería hacer con el libro y que tuvo que ver con un trabajo del espacio-tiempo y también con una vuelta a cierta forma más pura de la narración que, para mí, tiene que ver con el cuento de hadas. Más allá de que no sean cuentos donde pasa algo maravilloso, no hay cosas sobrenaturales, sí estuve leyendo deliberadamente muchos cuentos de hadas para captar la potencia que tiene esa narración.


No hay cosas sobrenaturales pero sí hay un realismo que está un poco en tensión, a punto de quebrarse… 

Sí, en algunos más que en otros. Cuando lo decía me acordaba de “La sombra de los animales”, donde hay un chico que parece que se comunica con los animales pero no queda muy claro, no hay un narrador que asevere si eso es así o no porque la narradora es una narradora testigo, que también involucra su historia en la historia de ese chico.

Me gusta trabajar en ese borde. Ya lo venía haciendo en Las poseídas y en América alucinada pero con otros géneros, el gótico o la distopía, y acá me gustó trabajarlo en contacto con el género cuento maravilloso sin que fueran cuentos maravillosos.


Además, como lectora, te pasa que no reconocés del todo el ambiente, tampoco el lenguaje, y eso te hace prestar mucha atención, estás como en un estado de sospecha…

Descolocada, como que no te agarras de las señales del realismo que vos conoces. Sí, ese es el trabajo con el espacio-tiempo que yo quería hacer. Ya lo venía haciendo con América alucinada pero acá cada cuento es un ambiente nuevo. Es lindo cómo cada relato te puede proveer de un ambiente nuevo para hacer eso. Igual, aunque es algo pensado deliberadamente, tampoco es tan controlado.  Empieza a pasar ni bien tengo las primeras líneas del cuento.

Cuando estaba terminando el libro encontré la frase de Alejandra Pizarnik que está como epígrafe y que refiere al cuento de hadas. Esa idea de que en el cuento de hadas vos no necesitás como lectora mucha definición del espacio o del tiempo porque es un cuento que te pide que suspendas ese deseo de seguridad que te da el realismo. Por eso es un cuento donde cualquier cosa puede pasar. Yo quería lograr ese efecto sin escribir cuentos de hadas.



Últimamente, lo que se viene publicando en Argentina, en su mayoría, es más cercano al realismo y a la literatura del yo y esto rompe bastante con eso. 

Sí, creo que tiene bastante que ver con que mi formación es muy distinta a la formación que tienen la mayoría de mis colegas que vivieron la última década acá. Yo estuve 10 años afuera. También es cierto que la literatura que más leí es literatura anglosajona, entonces me parece que todo eso fue decantando en otra búsqueda.

A mí como lectora no me deslumbra la narrativa del yo. Yo quiero que me deslumbren como lectora. Quiero que me pase lo que me pasa con un libro de Margaret Atwood o con libros que corren el riesgo de la ficción. La ficción existe porque necesitamos inventar mundos. Necesitamos inventar personajes además de contar los que ya existen.

Me parece que está bueno que la ficción haga más que representar la realidad, que se pregunte por esa realidad, que la cuestione y que, a veces, la niegue. Y para negarla, se necesita ese salto de la invención.

 

¿Por qué elegiste ese título para el libro?  

Era el título de uno de los cuentos. Y, obviamente, una vez que tenés un cuento que se llama “El amor es una catástrofe natural”, si no le ponés ese título al libro es que no te diste cuenta de que tenías un titulazo.

En realidad, ese es un cuento muy importante para mí. Pertenece a ese período del 2012, que conté antes. Lo escribí como en un estado de mucha intensidad, en pocos días, y fue interesante para mí lo que pasó porque lo empecé por un lado y terminó en otro. Es decir, nunca pensé que era un cuento sobre el amor. Creo que nadie se sienta a escribir pensando: “Voy a escribir un cuento de amor”, es una de las peores premisas que se te pueden ocurrir porque es un tema tan cliché (risas)

Lo que me interesaba era esto del ambiente, del lugar. Ella está en una ciudad gris, se acaba de separar y todo es ominoso, es un pueblo donde pasan cosas raras. Eso estaba un poco inspirado en mi experiencia en Pittsburgh, que es una ciudad en la que solo hay 30 días de sol pleno. Esto que yo sabía que pasaba en Pittsburgh, que la gente se deprime físicamente porque no hay sol, ¿qué pasa si lo exagerás? ¿Qué pasa si hacés un cuento donde es verdad que la gente se deprime pero porque se deprime hace cosas terribles? y esa fue la premisa. Después apareció la vecina de la protagonista y otros personajes que llevaron el cuento a otro lado.

La idea de lo catastrófico, de la desolación —que yo ya la venía trabajando desde el primer párrafo en torno al cuento pero también en torno a ella que se había separado y que se siente absolutamente deprimida— cobró otro sentido cuando aparecen los otros personajes y fue ahí apareció el título. Es decir, cuando terminé de escribir el cuento, apareció el título.

 

¿Y la foto de tapa? 

La tapa llevó algún tiempo. La que quedó era una de las fotos que yo había elegido. Por suerte tengo una editora maravillosa que escucha y trabaja muy cerca de los autores. Siempre que empezamos con Paola a trabajar tapas —también trabajé América alucinada con ella— me consulta si tengo ideas, es una pregunta que siempre surge. Así que le mandé varias fotos de esta misma fotógrafa que, de hecho, algunas tenían la misma modelo pero estaban en otro entorno. Un poco la idea de la caída, del vuelo o de la fuerza estaba en las otras pero esta me gustó más porque era en un ambiente cotidiano. Es decir, la ventana, la ropa que tiene la modelo, te dan una idea de que las cosas pueden pasar en tu casa. Esta cuestión de la catástrofe y el amor.


 

En una entrevista mencionaste que te resulta más difícil escribir cuentos, que preferís la novela. ¿Sigue siendo así? 

Creo que es algo que dije antes de este libro (risas). Yo no me consideraba cuentista porque me enamoro mucho de los personajes. Una vez que aparece un personaje me gusta seguirle la pista hacia su pasado y hacia lo que le va a pasar. Entonces, casi siempre las historias se me disparaban a novelas.

Pero me di cuenta de que son decisiones. Es una cuestión de control sobre la propia escritura. Esa ramita que se podría abrir y podría contar la historia anterior del personaje y el por qué está en el lugar en el que está es una cuestión de decisión. Uno decide podar esa ramita. No seguir ese camino y concentrarte en la intensidad que tiene que tener un cuento, esa tensión de fuerzas que está adentro, que es lo que define a la forma.

En realidad, no me considero ninguna de las dos cosas. Creo que tiene que ver con momentos de búsqueda de la escritura. Lo que más me interesaba acá era trabajar pequeños universos de espacio-tiempo particulares y, como experimento narrativo, eso me lo permitía más el cuento que una novela. 


Ganaste importantes premios por tu obra y fuiste la primera mujer en ganar el TusQuets de novela por Las poseídas. ¿Crees que las escritoras mujeres necesitan más de este tipo de reconocimientos para consolidarse que sus pares varones?

No sé si es fundamental porque hay mujeres que ganaron premios e igual no tienen el reconocimiento que deberían tener. No creo que el premio te garantice nada.

Lo que sí es fundamental para una mujer escritora es lograr visibilidad y lograr que la obra circule, que la obra tenga reseñas y que te consideren un par con los autores varones. Eso no ocurre todavía y no te lo va a garantizar ni un premio ni una reseña, ni siquiera las ventas. Es una cuestión que hay que seguirla peleando.

Los premios no son garantía de que vas a llegar. Tenés ejemplos de escritoras que han ganado premios y quedaron olvidadas o relegadas.


¿Cómo ves la situación actual de la industria editorial en Argentina?

Está fatal. Vos las habrás visto y yo también las vi, la cantidad de notas que han salido sobre cómo han bajado las ventas. Por todos lados se escucha que los libros están caros, pero también tiene que ver con las políticas que se están aplicando y que están ahogando a la industria desde distintos lugares. 


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