¿Se cayó o la empujaron?

Por: Carlos Leyba


Hay una enorme y legítima preocupación por nuestra situación económica y social. Desde hace largo tiempo. Si miramos para atrás sólo divisamos escombros: lo que tuvimos ya no está. Nostalgia

Cuando se está en decadencia, que es nuestro caso desde hace tiempo, todo tiempo pasado fue mejor: esa es la definición más sencilla. Las cifras – todas – lo dicen de manera irrefutable.

No hay prácticamente nada que estemos haciendo mejor que antes. En esto hay consenso.

Nuestro disenso, lo que nos divide, está en la fecha que ponemos como inicio del desplome. Lo que naturalmente implica otorgar la responsabilidad de la debacle a los responsables y a las concepciones del modelo económico y social a partir del cual las cosas cambian, según la visión de cada uno, para mal.

Para unos el derrumbe, el quiebre, lo produce la construcción del Estado de Bienestar que acompañó a la Industrialización por sustitución de importaciones (1930/45). Sin duda este grupo tiene ideas claras sobre el pasado. Para ellos el abandono definitivo de la línea de progreso tiene fecha. Son los que hablan de 70 o 100 años de caída. No hay números globales que lo fundamenten: pero es un lugar que se ha hecho común.

Quienes sostienen esa opinión son los que proponen una Argentina especializada en la explotación y exportación de sus recursos naturales. Nada de diversificación ni nuevos haceres que no sean los que prodiga la madre naturaleza. Nada debemos hacer sino dejar que se manifiesten las fuerzas del mercado.

Reivindican el progreso de los 100 años anteriores al Estado de Bienestar, progreso que por cierto existió, y nos proponen el retorno a la especialización en recursos naturales.

Para otros, que también tenemos ideas claras y las cifras a favor, la debacle se produce justamente como consecuencia no de la instalación de ese modelo del Estado de Bienestar y la Industrialización, sino como consecuencia del abandono.

Nadie duda en las cifras de los 30 gloriosos (1945/1974) que fueron los 30 años de mayor crecimiento por habitante si es que nos referimos a las cifras y dejamos de lado los colores del cristal que se niegan a los números. Entendemos que el abandono del modelo de Bienestar, basado en la incorporación de políticas activas para la industrialización, se llevó a cabo sistemáticamente desde hace 46 años.

Se montó en su reemplazo el endeudamiento externo, la liquidación de los bienes públicos, se aprovecho el viento de cola para el consumo y no para la inversión productiva, y se comparte el discurso del futuro que promete Vaca Muerta, el litio y el turismo.

Durante este período de abandono material y conceptual, del modelo de Bienestar e industrialización – que incluye a todos los gobiernos desde la Dictadura hasta hoy, en los hechos y más allá de las palabras - el PBI por habitante ha crecido a 0,2% anual acumulativo y el nivel del PBI ph de 2020 será igual al del último año previo al comienzo de la decadencia (1974). En esto estamos todos de acuerdo: los números.

Lo que pasó – cualquiera sea la razón que le asignemos – fue un desastre, un derrumbe, un derrape, un despropósito.

La reiteración de la “d” tiene que ver con que el rechazo al modelo de los gloriosos 30 se instaló al amparo de las 3 “D” que propuso Roberto Aleman durante la Dictadura: desestización, desregulación, desinflación. La lógica – aunque para algunos será una paradoja - es que desde entonces el tamaño del Estado se duplicó en términos del PBI, la tasa de inflación promedio fue varias veces mayor al promedio de toda la historia anterior y además tuvimos dos hiperinflaciones; y no es fácil determinar qué regulaciones “malas” se eliminaron pero sí que se incorporaron, con todos los programas fracasados con el FMI, una gran cantidad de “condicionalidades” que son “regulaciones” impuestas al deudor ya que, en ese período, tuvimos dos default declarados y estamos en el límite del tercero.

Dicho esto. cabe aclarar que este contexto es imprescindible para hablar del presente y de lo que vendrá.

Hoy nos domina – inesperadamente - la pandemia y la política pública de protección que es la cuarentena. Nunca antes hubo nada comparable y esto -los argentinos y los gobiernos - lo hemos hecho bien si es que lo medimos por el número de muertes y contagios.

Pero la esencia de esa decisión acertada es que es transitoria: en el mejor de los casos su éxito es volver donde estábamos.

Antes estábamos en un pozo. Un pozo que la cuarentena profundizó y del que debemos salir, primero, del pozo de la cuarentena para intentar salir del otro pozo, el pozo de la decadencia previa.

En estas circunstancias, además de lo grave del pozo pandémico y del pozo previo, es que en el mundo se hace noche.

También en el planeta la pandemia es un flagelo para una economía que arrastraba problemas.

Los pronósticos sobre lo que habrá de pasar en los próximos meses a nivel mundial no son alentadores. No hay afuera un mundo ávido de compras sino más bien de todo lo contrario. Nada que imaginemos que pueda traccionarnos: no hay motores por allí. No los hay cerca. No los hay lejos. Nada del viento de cola de principios de Siglo.

Tampoco hay nada material que avale los discursos de la unidad de la región como escenario de la prosperidad económica colectiva por donde colar una energía movilizadora. No.

Estamos aquí y nuestra primera relación con el afuera, es resolver el default. Nada es sustentable (mantenernos donde estamos) con default.

En este marco el derrumbe del mes de abril (-26,4%) es la crónica de una caída anunciada. Fue la inevitable consecuencia de una medida de protección frente a la pandemia.

La caída no fue un “fenómeno económico” sino la consecuencia de un cierre obligado. Igual a la que sobrevenga hasta julio más las derivaciones “del efecto dominó” de ese cierre obligado.

A la economía la empujaron y rodó a mucha velocidad. Fue la decisión política frente a una pandemia sin vacuna ni tratamiento oficial. Los tratamientos que utilizan los heterodoxos en todo el mundo aquí no logran audiencia oficial ni para descalificarlos. Es otro tema. Volvamos a la economía.

Frente a la caída los titulares deberían haber explicitado, que el empujón o el cierre compulsivo, fue el que redujo el nivel de actividad económica y que, en la rodada, llevó para abajo otro tanto por ciento.

La distinción, entre caída autónoma y empujón deliberado, no es banal desde el punto de vista de los que hacen y los que comentan la política económica.

En un caso, simplemente ocurrió. En el otro, fue decidido.

En el primer caso la acción es en dos actos: el fenómeno y la acción reparadora posterior.

En el segundo, el empujón, y en el mismo momento cabe la decisión de compensar o amortiguar.

La gestión económica debe ser juzgada, no por el empujón (decisión sanitaria) sino por la compensación que en el mismo momento de empujar debió haber sido tomada. Cuando se tomó la decisión del empujón se sabía de la caída. Un estado de excepción decidido.

¿De qué dimensión fueron las compensaciones de excepción tomadas? ¿No era, en el momento en que se obligaba a dejar de trabajar y producir, la ocasión para un acuerdo de excepción realizado con todas las fuerzas productivas? No se hizo.

¿No será el tiempo de intentarlo ahora? Mejor tarde que nunca. Volvamos al principio.

No es lo mismo caerse porque un tobillo se torció o porque me tiraron.

Los reflejos y la agilidad, en el primer caso, pueden hacer que el daño se repare limitándose a curar el problema y que los daños sean mínimos.

Si los reflejos y la agilidad se perdieron antes, la caída, produce estragos. Siendo un accidente, algo se hizo o salió mal y se produjo un frenazo que volcó la carga. Un accidente y además falta de agilidad, agrava las cosas.

Las economías sufren accidentes propios de funcionamiento. Pero si las estructuras económicas están preparadas, si son sólidas y sanas, la recuperación, en general, es de bajo costo y es rápida.

Naturalmente el costo se reduce con la velocidad de recuperación.

Lo que se llama salida veloz, en V, reduce los costos; mientras que la salida lenta, en L, los agrava.

Para muchos, entre los que me cuento, esa velocidad de salida debe medirse por el empleo. Si el desempleo se reduce velozmente es una cosa, bajo costo. Pero si tarda, es otra, costo alto.

A nadie se le escapa que, en todas las dimensiones, el costo social principal es el desempleo.

Tibor Scitovsky en “Bienestar y Competencia”, señalaba que, así como el repudio electoral mide el “fracaso” de la administración democrática, la tasa de desempleo mide el “fracaso” de la administración capitalista. Es una versión del célebre planteo de Joan Robinson que decía, más o menos, que en la democracia capitalista cada ciudadano tiene un documento para votar y cada uno es igual a otro: un ciudadano, un voto. Pero en el mercado, de ese sistema, se vota con la billetera y estas son distintas: flacas y gordas.

El desempleo, entonces, es el modo de adelgazar algunas billeteras porque el sistema capitalista es un régimen de distribución por los salarios, los que desaparecen si no hay ocupación. El desempleo es un atentado contra la democracia capitalista.

Ha sido esta una digresión sobre la recuperación de las economías capitalistas luego de la caída accidental.

Pero si la economía se desbarranca porque premeditadamente la tiran todo será peor, cualquiera sean su agilidad y reflejos.

Aunque siempre hay un “salvo”.  Salvo que quien la empuja – y aquí viene la “no banalidad” de la distinción -, haya previsto los medios para que el desplazamiento forzado, por brusco que fuera, encuentre a la economía ante un sólido sistema de protección que amortigüe la caída.

De ese modo cuando la “economía se ponga de pie”, se verificará que los daños estructurales sean mínimos y pueda recuperar la velocidad de la marcha: salir en V después que me empujaron.

En el primer caso, la caída accidental, la minimización de costos depende de lo que se haya hecho antes, del estado general frente a un accidente.

En el segundo caso, el empujón, la minimización de costos, dependen, además del estado previo, de aquello que se haga simultánea y posteriormente a la decisión de empujar.

La decisión de empujar implica, para que no sea de consecuencias irreparables, la decisión de amortiguar. ¿Lo hicimos?

Todos los países desarrollados pusieron a disposición de los ciudadanos, de las empresas, de las administraciones, recursos que fueron del 10 al 15% del PBI. El peso sobre el PBI de esos recursos, puestos a disposición de la economía en su conjunto, ha sido mayor o igual, a la estimación de la caída del nivel de actividad para todo el año.

La economía argentina no ha recibido estímulos de amortiguación o compensación de magnitudes parejas a la caída. Las razones o argumentos para no haberlo hecho van por otro camino. Lo cierto es que no ha ocurrido. Las compensaciones han sido menores. 

Nuestra cuarentena –consecuencia de la pandemia – representó un empujón barranca abajo para la economía y la correcta administración de esa cuarenta económica implicaba el diseño de una estrategia de amortiguación. Fue incompleta y no parece haber sido diseñada con una mirada abarcadora. Admitamos que es algo nuevo y que “se hace camino al andar”. Pero hacer camino. No esperarlo.

Que quede claro lo difícil de la tarea: antes de la pandemia la economía argentina venía derrapando dramáticamente. Eso hace mas necesaria una compensación que tenga valor reparador.

Un número pone en blanco en qué contexto ocurre el derrape. Mi amigo Miguel Ángel Broda – que cito porque confió en sus cuentas, aunque habitualmente no compartimos soluciones –ha estimado que nuestra economía, entre 1974 y 2020, habrá crecido a un promedio del 0,2% anual acumulativo (PBI por habitante).

Lo decepcionante se torna dramático cuando preguntamos ¿a esa tasa en cuantos años se duplica el PBI por habitante de los argentinos? La respuesta de Broda es: en 390 años. Es decir, así nunca. Camino equivocado.

Ese marco de 46 años se pone dramático cuando recordamos que Martín Rapetti ubica el PBIph de 2020 en el nivel del de 1974: volvimos para atrás. Esa fue la consecuencia de la década 2010/2020: una década perdida.

En otras palabras, si la caída de abril y de los meses que hemos pasado, cuyos datos se conocerán en unos meses, hubieran sido producto de un “accidente “económico, los números de 46 y 10 años para atrás, que hemos citado, no hablan de las condiciones de una “economía ni ágil ni con reflejos” que carga con una hipoteca social gigantesca la que resume todas sus falencias.

Una economía, supuestamente capitalista, en la que millones de trabajadores o no son asalariados formales, o no son “autónomos o cuenta propistas” porque viven de la changa ocasional o subsisten por la ayuda social. Es decir, viven al margen del régimen salarial del sistema capitalista. Pero además una economía que tiene un costo gigantesco de la administración de bienes públicos, el Estado, cuya oferta, además de minúscula respecto de las necesidades, es de bajísima productividad.

Si esta caída de abril hubiera sido un “accidente” ¡qué difícil habría sido la salida!

Pero no fue un accidente, sino un empujón que produjo una colosal caída. ¿Y entonces? Una economía con 46 años de lentitud y que hace 10 ha viajado para atrás ¿cómo se recupera?

Alberto Fernández el 12 de abril, cuando comenzaban a gestarse estos números de la economía, dijo que prefería “tener un 10 por ciento mas de pobres y no 100 mil muertos” …(porque) “de la economía se vuelve" …y “Sé que tengo que preservar a la pequeña y mediana empresa y a las grandes también" y anunció “La economía se va a hacer trizas para todos, no solo para nosotros”

Es verdad casi todos los países van a caer en 2020, tal vez China sea una excepción positiva, pero a tasas desacostumbradamente bajas. La noticia para Argentina es: debilidad y concentración de las demandas externas y presión de colocación de productos importados.

El número de personas bajo la línea de pobreza probablemente supere el que imaginó el Presidente. Ciertamente la Argentina difícilmente orille esas cifras de mortandad por Coronavirus.

El beneficio en término de vidas estará y el costo social que se infligirá probablemente sea mayor que el estimado. Es cierto que la economía se ha hecho trizas por todos lados. La Argentina va a superar los dos dígitos de caída y agravará la cuestión social.

Entonces, habida cuenta de la plena conciencia de lo que estaba por ocurrir, ¿se pusieron todos los amortiguadores, todas las compensaciones, las necesarias, todas las posibles?

Pongámoslo de otro modo ¿caímos, la cuarentena económica salvó vidas, transitoriamente habrá más pobres y más desempleo, la producción se habrá reducido? Sí. ¿Qué hemos hecho para compensar de modo de evitar los daños irreparables, la desorganización del capital, el cierre de empresas? ¿Que hemos hecho para evitar además de los daños directos de la pandemia, los indirectos que son aquellos que van a demorar, limitar, la recuperación?

Hay un examen autocrítico que los gobiernos no acostumbran a hacer por aquello tan perturbador que es el “pensamiento de grupo

Esta es una situación excepcional en manos de hombres comunes.

No cabe duda de que la mesa de acuerdo, que no se tendió hasta ahora, es la mejor manera de poder responder a aquellas preguntas que al hacerlas van a despuntar las soluciones necesarias y las posibles.

Empujar obliga a compensar. E invitar a una mesa exige preparar un menú que implica el inventario de lo disponible.

Pensar con todos los empujados las elecciones en el menú es la tarea de la política que siempre ha sido conversar.

La gran pregunta a esta gestión es ¿cuándo? La clepsidra de la opinión colectiva ya está corriendo.

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