Repensar las generalidades económicas a la luz de las heterogeneidades sociales

OPINIÓN. Una de las características más resonantes del pensamiento económico convencional es la simplificación de la sociedad que ha de ser estudiada en un conjunto de agentes atomizados relativamente homogéneos. Se trata de un fenómeno muy difundido, que rara vez problematizamos, y que comienza el primer día de clases de un/a estudiante de economía en la facultad.

Una de las características más resonantes del pensamiento económico convencional es la simplificación de la sociedad que ha de ser estudiada en un conjunto de agentes atomizados relativamente homogéneos. Se trata de un fenómeno muy difundido, que rara vez problematizamos, y que comienza el primer día de clases de un/a estudiante de economía en la facultad.

En la primera lección de microeconomía I se explica que el punto de partida es el consumidor racional que decide maximizar su utilidad dada su restricción presupuestaria y nadie pregunta si ese consumidor es rico, pobre, blanco o negro (aunque sí solemos asumir implícitamente que es un varón). El problema no surge allí, sino cuando algunas clases más adelante se arriba a una explicación social sobre las variables económicas y se asume que el comportamiento económico agregado no es otra cosa que la suma de esos comportamientos individuales indiferenciados y estandarizados.

Cuando nos adentramos en la teoría del productor, nos dicen que una firma produce un bien dada una función de producción compuesta por combinaciones de insumos que responden a cierta fórmula matemática. Tranquilamente se puede dar esa clase sin ejemplificar cuál es esa firma y qué está produciendo. Luego se asume, como norma, que la productividad marginal de cada insumo debe ser decreciente. Es decir, que cuanto más se agregue menor va a ser su aporte adicional al producto total. Esa es una condición necesaria para que el modelo cierre, pero no nos explican de dónde sale. O sí, pero sólo usan ejemplos del sector agropecuario, porque en la industria y sobre todo en los servicios se trata de un supuesto inverosímil. Entonces es mejor apoyarse en una función de producción genérica que cumpla con los requisitos matemáticos y punto.

El momento más llamativo es cuando se llega a las clases sobre el mercado de trabajo, donde se presenta una función de oferta conformada por todos los trabajadores y se arriba a un salario de equilibrio. ¿Un solo salario? ¡Si los salarios son muy diferentes entre sí! ¿Qué sentido tiene? En el extremo, seguramente en microeconomía II, pero también en alguna materia aparentemente más avanzada, nos hablarán de agente representativo y se nos dirá que podemos hacer como si toda la economía se resumiera en una sola persona.

En las clases de macroeconomía el punto de partida no es el individuo atomizado, sino que se empieza por los agregados principales: consumo, inversión, producto bruto. Si tenemos suerte se presentan separados los salarios y el excedente bruto de explotación, que nos permiten distinguir entre trabajadores y capitalistas. Sin embargo, sea en la explicación del flujo circular de la renta, en las primeras definiciones de las variables o, un poco más allá, en los primeros modelos explicativos que intentan establecer relaciones causales entre ellas, la sociedad es presentada como un todo homogéneo. Así, el modelo del gasto agregado, o keynesiano simple, con el que suelen comenzar muchos cursos de macroeconomía (que las más de las veces dejan de ser keynesianos en el proceso sin saberlo) asume comportamientos sociales homogéneos, por ejemplo en el porcentaje de los ingresos que se destina al consumo.

Si tenemos suerte nos encontraremos con una clase de teoría marxista. Con muchísima suerte, con una materia entera. Allí será imposible no pensar en la segmentación entre propietarios y no propietarios de los medios de producción, pero difícilmente entren en el plan de estudios otras heterogeneidades, como por ejemplo entre tipos de sectores, productividades o especialidades.

Pero no solo en las escuelas y universidades internalizamos que la economía generalice de esta manera. ¿Quién no ha visto en un noticiero la pregunta acerca de cómo alguna medida impacta en el bolsillo de “la gente”? ¿Quién es “la gente”? ¿Quién no ha visto generalizaciones similares en los discursos económicos de referentes políticos de distintos partidos? Pero va más allá. ¿Quién no ha presenciado, en una discusión económica cotidiana, reflexiones que generalizan a toda la sociedad los efectos de algo sobre quien las enuncia?

De hecho, esta costumbre de no diferenciar a la sociedad, de no pensar que la economía consiste en la articulación de heterogeneidades diversas, a veces armónicas y a veces no, nos lleva a no poder comprender el conflicto social en sentido estructural. Si somos todos iguales, ¿por qué no se pueden implementar medidas que nos beneficien a todos? Rápidamente surge una respuesta externa: “por los políticos”. Así, por ejemplo, algunos economistas nos dicen que la inflación favorece al Estado y a los políticos pero perjudica a “la gente”, en vez de decirnos que las subas de precios son el lado empresario de la puja distributiva. Del mismo modo, nunca se pudo imponer con claridad en los medios el rol redistributivo de algunas políticas tributarias, como las retenciones, y todo el efecto quedó limitado a la apropiación por parte del Estado como ente externo y de los políticos como sus agentes. El extremo radica en aquellos discursos que enfatizan en el “sector privado” como un todo.

Cambiar esto es muy difícil, no solo porque explicar desde las heterogeneidades implica complejizar el análisis en tiempos donde se premia la síntesis extrema, sino porque como economistas no necesariamente estamos acostumbrados a pensar en esos marcos teóricos. Nos hemos formado simplificando y generalizando.

Pero este problema es viejo. Ya en los años cuarenta del siglo pasado surgieron las primeras explicaciones del atraso relativo de algunas regiones basadas en la necesidad de distinguir entre economías desarrolladas y subdesarrolladas, para lo cual era necesario usar teorías distintas. Luego, hacia los cincuenta, aparecieron los primeros enfoques de economía dual, como los de Arthur Lewis o Albert Hirschman, que no solo sostenían eso, sino que además los países subdesarrollados estaban internamente divididos entre un sector dinámico y uno estancado. El siguiente paso lo dio la CEPAL en los sesenta al entender que esa división no era algo pasajero ni fácilmente solucionable a través del crecimiento, sino que, por el contrario, era un obstáculo central en las políticas de desarrollo y era esencialmente conflictivo. Así surgió el concepto de heterogeneidad estructural: no somos atrasados, somos heterogéneos. En los setenta, la hipótesis de la heterogeneidad estructural se integró en los esquemas centro-periferia más críticos (como Celso Furtado) y hasta fue incorporada en las tesis marxistas del dependentismo (Vania Bambirra, Ruy Mauro Marini) y del capitalismo periférico (Samir Amin), entre otras. Desde los ochenta, el estudio de las heterogeneidades se diversificó, perdiendo cierta potencia central pero ganando en los márgenes con la incorporación de discusiones sobre regionalismo, diferenciación productiva a nivel micro y, sobre todo, diferenciación por género, raza, etnia.

El problema es que todas estas perspectivas, ampliadas en las últimas décadas hacia análisis cada vez más desagregados, no suelen salir de los campos especializados y rara vez aparecen en los planes de estudio. Hoy en día en los países centrales una de las agendas más transformadoras en economía es la de la descolonización de las currículas, pero es muy incipiente. No hay ninguna carrera de economía en el país que tenga una materia obligatoria de estudios de género o economía feminista, y en solo un puñado de casas de estudio se la ofrece como optativa. Casi todas las carreras tienen una materia de desarrollo, pero en la mayoría de los casos se enseña solo teoría neoclásica o a lo sumo alguna discusión aislada sobre los principales clásicos. Con suerte se lo lee a Prebisch. La heterogeneidad estructural está casi siempre absolutamente ausente. Y ni hablar de las desigualdades étnicas, raciales, culturales.

Por el contrario, los economistas estamos formateados en esquemas de agencia representativa, generalizaciones homogéneas o en el mejor de los casos una dicotomía capital-trabajo. Esa es la base y luego aparece lo distintivo. Y en el debate público lo distintivo queda siempre al final.

Las economías no solo son heterogéneas, sino que son crecientemente heterogéneas y desiguales, sobre todo las subdesarrolladas. Así, las generalizaciones cada vez son más inexactas. Lo más probable es que si una medida económica perjudica a un sector, grupo social o región beneficie a otro. Del mismo modo, es imposible, al menos en el corto plazo, que una medida beneficie a todos, con lo que se debe naturalizar que habrá resistencias y evitar caer en las generalizaciones que proponen precisamente quienes se ven perjudicados, buscando invisibilizar a los beneficiarios.

Sin el énfasis en las heterogeneidades estructurales, productivas y sociales es imposible pensar estrategias para terminar con la pobreza, la informalidad laboral o las múltiples desigualdades. Solo haciendo la vista gorda respecto de ellas es posible pensar que la solución a la informalidad y al desempleo viene por el lado de la eliminación de los derechos laborales, pues solo omitiendo las diferencias es posible pensar que el fenómeno económico de la contratación no registrada de trabajadores calificados de altos ingresos bajo formas no asalariadas sino eventuales con el fin de eludir impuestos puede ser asemejable al del trabajo no registrado y sin protección de trabajadores precarizados de bajos ingresos. Parece obvio, pero ese razonamiento es más habitual que lo que a veces imaginamos.

Quizás el problema es que para pensar las heterogeneidades debemos salir, al menos un poco, de las cajas de herramientas habituales de la economía y sumergirnos no solo en teorías alternativas sino, sobre todo, en otras disciplinas, aquellas que nos ayuden a identificar las particularidades de los distintos grupos, sectores o regiones. Una economía autista jamás podrá dar cuenta de ello y terminaremos cayendo, como suele suceder, en generalizaciones muy poco precisas que lo que hacen es invisibilizar a sectores subalternos.

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