¿Que 20 años no es nada...? ¿1982... 2002… 2022?

Por: Gerardo De Santis

Vamos a evitar definir si la economía argentina hoy arrancó definitivamente, sólo tiene algunos brotes verdes o apenas está rebotando sin fuerza de una crisis. Podemos reconocer, aún sin definirnos por esas opciones, que estamos económicamente en un período de calma... Calma que precede al vendaval. Pero un vendaval que podría ser “viento en popa” o “pampero frontal”, presentamos en unos pocos renglones ambos escenarios, teniendo como punto de partida estos aspectos poco discutibles:

  • Bajo pero creciente endeudamiento externo.
  • Alto endeudamiento del Banco Central, aumentando a una tasa superior a 25% anual.
  • Alto y muy lentamente decreciente déficit fiscal.
  • Alta pero decreciente tasa de inflación.
  • Bajo nivel de inversión.
  • Alto nivel de fuga de capitales del sector privado.

Destino canto de sirenas

El ingreso de capitales vía endeudamiento externo del sector público se canaliza cada vez más a la inversión del gobierno en áreas que mejorarán la competitividad y la calidad de vida de la población. Por su parte, el ingreso de capitales privados especulativos (inversión de cartera) se orienta crecientemente a la producción (inversión extranjera directa), generando también los efectos virtuosos mencionados antes.

El Banco Central comienza a reducir las necesidades de absorción de billetes vía colocación de Lebac sin que haya fuerte aumento de la demanda de dólares, lo que además le permite reducir paulatinamente la tasa de interés que ofrecen las letras, disponiéndose de mayor cantidad de dinero para un mayor volumen de producto y crédito.

El déficit fiscal se atenúa como consecuencia de una reducción de subsidios al transporte y otros servicios públicos básicos, sin que ello genere aumentos importantes en el gasto real de los consumidores. Ello debido a que el mayor nivel de actividad económica permite mejoras de salarios por productividad que atenúan la reducción del salario real por los incrementos (por única vez) de los servicios mencionados.

Además, contrariamente a lo que cabría esperarse de una reforma tributaria en sus inicios, las modificaciones en los impuestos permiten mejorar la recaudación fiscal nacional y provincial sin afectar a los contribuyentes de medianos y bajos ingresos.

La tasa de inflación se resiste a la baja rápida, pero cede a ritmo complaciente. Los aumentos de tarifas públicas impactan una única vez, las paritarias se cierran sin que los índices de precios hayan alcanzado niveles que inviten a la reapertura. No existen shocks externos en materia de precios de materias primas y energéticos que alteren la tranquilidad de los precios domésticos y el ritmo de crecimiento de la demanda interna no genera cuellos de botella, tanto en la provisión interna como en la demanda de importaciones. Gracias a ello tampoco hay presiones sobre la necesidad de divisas, que se obtienen vía el endeudamiento externo y la reducción de la fuga de capitales privados domésticos.

La inversión arranca desde niveles bajos del PIB impulsada por las obras públicas y los planes de construcción de viviendas (siempre el stock es deficitario). Lentamente se suma la inversión privada, tanto extranjera como local gracias a la comentada reducción de tasas de interés. Si bien las primeras inversiones son sólo cambios de mano de la propiedad, aparecen nuevas inversiones vinculadas a recursos naturales agotables, en segundo lugar para, finalmente, contagiarse el sector más dinámico de la industria y el conocimiento científico.

La tradicional fuga de capitales del sector privado se ralentiza. Las mejoras en los índices inflacionarios, los mayores niveles de consumo nacional, la reducción de las tasas de interés y la creciente oferta de dólares por el endeudamiento de los gobiernos nacional y provinciales mantiene a raya al tipo de cambio, por lo que los excedentes de ahorro se canalizan domésticamente a proyectos de inversión en el país.

Destino ulular de sirenas

El endeudamiento externo del sector público se sostiene en niveles anuales elevados para hacer frente a vencimientos viejos, intereses viejos y nuevos y un déficit fiscal que no termina de ceder.

El peso de los intereses en el presupuesto público cobra cada vez mayor envergadura y los prestamistas externos comienzan a tomar nota que la velocidad a la que crece la economía, la velocidad a la que crece la deuda, la velocidad con que se ataca el déficit fiscal y la tasa de interés no son compatibles para un aterrizaje suave. En virtud de ello las nuevas colocaciones de deuda tienen que compensar vía intereses esa percepción de cóctel, lo cual agrava el diagnóstico y acelera los plazos.

El Banco Central no da pie con bola para atender el crecimiento de la oferta monetaria, de la tasa de interés, del tipo de cambio y de las Lebac. Cuando trata de bajar la tasa se enciende la alarma del tipo de cambio, con amenaza de traslado a precios. Si decide restringir la liquidez para poder bajar más rápidamente la inflación (que siempre encuentra vía núcleo, estacionales o regulados alguna excusa para no ceder) se encuentra con que mayores cantidades de Lebac sólo se colocan levantando la tasa de interés, lo cual atenta contra la inversión privada y el crecimiento económico (hecho que también perciben los prestamistas del párrafo anterior). Por otro lado, tampoco se puede permitir al tipo de cambio como ancla de precios: con tasas altas, no menos de 15% de inflación e ingreso de dólares por endeudamiento, el dólar se atrasaría mucho y de manera rápida, agravando la parte real de la economía vía importaciones y caída de competitividad de las exportaciones.

La reducción del déficit fiscal es otro objetivo incompatible con los demás. Tratar de reducir el déficit vía subsidios que se eliminan pone en marcha el espiral precios, salarios, agravado por el elevado nivel de concentración de la oferta de insumos básicos (materiales de construcción, combustibles, lácteos, aceites, harinas, aluminio, papel, acero, por ejemplo) que permite a formadores de precios trasladar rápida y exageradamente los incrementos de costos.

Por otro lado, reducir el déficit mediante programas de achicamiento del Estado sólo aporta a la conflictividad y no al ahorro. La obra pública es el pilar de la inversión de la economía, con lo que tampoco es una opción su reducción sustancial. Similarmente, la reforma previsional no mejora el panorama financiero en lo inmediato y su avance genera alta resistencia y pérdidas políticas.

La reforma tributaria fue muy aplaudida pero en sus primeros dos años reduce los ingresos de la Nación y de las provincias. Nuevos blanqueos y moratorias aportan ingresos por única vez, pero en magras cantidades, a la vez que el ritmo de crecimiento del PIB no permite mejoras sustanciales en la recaudación.

La tasa de inflación puesta como objetivo era demasiado ambiciosa, por lo que rápidamente las expectativas la sostienen. La combinación de crecimiento monetario, déficit fiscal, PIB que no despega, tipo de cambio que se mueve, tarifas públicas que suben, precios de insumos básicos monopólicos u oligopólicos que quieren conservar y mejorar sus márgenes, debilitamiento político, commodities con precios en alza, configuran un cuadro donde la inflación no cede y todos la incorporan en sus expectativas, incluso los negociadores de paritarias.

La inversión no crece al ritmo necesario. Los capitales que se acercaron tímidamente compraron empresas en marcha pero no generaron nueva producción, la inversión pública se anuncia a ritmo más veloz del que pone ladrillos y las inversiones privadas nuevas fueron a parar a minería, combustibles y otras áreas de alta explotación de recursos agotables y baja generación de empleo.

La fuga de capitales, aún en su expresión más simple como la compra de dólares, sigue siendo una costumbre (vicio) de los ahorristas argentinos. Siempre es la primera opción y la más segura, tal como muestra la historia económica. En una economía que crece a ritmo bajo y cuyos ingresos están muy desigualmente distribuidos, los que ahorran se pasan a dólares a la mínima señal de complicación. En ese contexto, la fuga agrava los problemas habituales: a la complicación para conseguir dólares en el exterior por endeudamiento (encarecido) se suma que los dólares que entran se encuentran una demanda ávida, que rápidamente los agota. El tipo de cambio, en esas condiciones, es un resorte que ante la menor señal tiende a elevarse, al menos unos centavos como para ser foco de atención y requerir sus propias medidas de política económica. Así, cada vez que se lo propone se pone en el centro del escenario y obliga a la política y al Banco Central (mal que le pese) a ser el primer objetivo de las medidas económicas.

Destino final

Cuál de los escenarios descriptos se instale depende de muchísimos factores de los que aquí se han esbozado sólo algunos. Pretender acertar con un pronóstico económico-político en Argentina es más difícil que jugar un partido de fútbol en una cancha de básquet con una pelota de rugby. Por lo cual no caeremos en esa dificultad. Sin embargo, debemos recordar los dos períodos anteriores de modelos macroeconómicos de valorización financiera y sobre endeudamiento; el iniciado en 1976 terminó en la crisis financiera de 1982 y el iniciado en 1991 terminó en la crisis económica y social más profunda de la historia argentina en 2002.


*Director del Centro de Investigación en Economía Política y Comunicación. CIEPYC- UNLP

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