Política y Fuerzas Armadas: ¿otra vez?

El golpe de Estado en Bolivia reflotó el debate sobre la participación de las FF.AA en las grandes definiciones políticas. ¿Qué está pasando en Sudamérica? ¿Cuál es el rol que asumieron los militares en esta etapa?

* Por Mariano Fraschini y Sergio De Piero


¿Por qué Evo Morales debió dejar la presidencia luego de vencer en primera vuelta en los comicios del 20 de octubre? ¿Por qué Sebastián Piñera hace un mes que viene sufriendo masivas movilizaciones y, sin embargo, no corre igual “suerte” que su par boliviano? ¿Por qué Lenin Moreno, a pesar de contar con un dígito de popularidad y repudio popular en la calle, se mantiene en el gobierno? ¿Sufrirá Iván Duque del mismo porvenir que una buena parte de los presidentes sudamericanos que abandonan su cargo antes de culminar su mandato? ¿Qué está pasando en Sudamérica? ¿Qué factores novedosos hoy emergen con una fuerza que no tenía en las últimas décadas? ¿Por qué las protestas sociales son reprimidas cada vez en forma más violenta?

El golpe de Estado en Bolivia actualizó una temática que había estado relativamente ausente en la región: la participación de las Fuerzas Armadas (FF.AA.) en las grandes definiciones políticas. En el caso boliviano fue la pieza decisiva que dio lugar a la renuncia forzada de Morales. Sin su participación directa, el golpismo cruceño con la cobertura policial no hubiese llegado a instaurar el régimen de facto liderado por la senadora Jeanine Áñez. Su autodesignación es consecuencia directa del rol de los militares bolivianos en el desenlace. Para decirlo claramente: sin la presencia de las FF.AA. el golpe de Estado no hubiese tenido viabilidad ni éxito. Este hecho, entonces, nos sumerge en la reflexión acerca del rol que van asumiendo los militares en esta etapa. 

Las FF.AA. han adquirido un protagonismo estelar en las protestas no solo en Bolivia, sino también en Chile, Ecuador y Colombia. Si agregamos el rol que cumplen en Brasil y Venezuela en el propio ejercicio del poder observaremos que este actor institucional deviene central en la estabilidad política de los primeros mandatarios sudamericanos. 

Ilustremos esta novedad en un cuadro explicativo. Elegimos cuatro categorías sobre el rol de las FF.AA.: determinantes, decisivas, importantes, marginales.



Como se observa en el cuadro, la incidencia actual de las FF.AA. en la dinámica política regional es muy relevante, y supera con creces la de otros contextos democráticos. En estas categorías que hemos propuesto encontramos que las FF.AA. son un factor determinante en 2 casos; decisivo en 3; importante en 2 y marginal en 3. El fiel parece inclinarse más hacia una situación de militares interviniendo como actores relevantes, que hacia una que los deje en el lugar de burocracias armadas.  

Es cierto que de acuerdo a las diferentes transiciones que se desarrollaron durante la década del 80 en cada país, las relaciones entre civiles y militares no fueron unívocas, pues en algunos países no perdieron influencia política (Chile, por caso), y en otros, como el argentino, sí lo hicieron desde principios de los noventa. Sin embargo, parece evidente que la presencia militar fue aumentando al calor de los últimos años, donde se combina con el retorno de gobiernos de orientación neoliberal. ¿Alcanza esta novedad para explicar la injerencia militar? Nos parece que no, ya que el neoliberalismo hoy no opera como una variable suficiente para dar cuenta de la situación. Durante los 90, con la aplicación de políticas semejantes, la presencia militar no tuvo la entidad ni la injerencia actual. Esto le permitió a la clase política resolver situaciones de inestabilidad económica y política que en el pasado se solucionaron con la intervención militar, y decidir junto a la Justicia la suerte de los primeros mandatarios en dificultades.

Por otra parte, las manifestaciones actuales que se despliegan en la región parecen acercarse menos a una lógica de protestas (con el peso de la organización sindical y de movimientos sociales) y más a insurrecciones (con presencia de aquellos, pero con mucho de “espontaneísmo”). Está claro que no poseen el alcance ni la cohesión ideológica antiinsurgente de los 60 y 70, pero se percibe un rechazo notable a las instancias institucionales, lo que lleva, en el caso chileno en particular, a un final incierto. En ese marco, las calles sudamericanas hoy requieren del concurso activo de las fuerzas del orden, como nunca antes desde el periodo democrático abierto a partir de 1979 en Ecuador. En cualquier caso habla de un creciente descontento social de la mano de la falta de oportunidades y evidentes situaciones de injusticia social.

En línea con lo analizado y asociado a estos factores, la disputa geopolítica mundial entre EE. UU. y China (con Rusia) ocupa un lugar relevante en el proceso explicativo y alienta, sin dudas, la presencia de los militares en los conflictos internos. En este marco, Venezuela resulta ser un caso paradigmático, ya que en este país el enfrentamiento geopolítico es visible y las fuerzas en disputa no disimulan sus estrategias políticas. El discurso oficial de EE. UU. en relación a que “los militares depongan a Maduro” evidencia las necesidades apremiantes del coloso del norte en relación a uno de los países estratégicos (sobre todo en petróleo) de la región. 

Por otro andarivel ideológico, Brasil emerge como la contracara del caso venezolano. El alineamiento del presidente Bolsonaro con la política externa norteamericana sobresale por su singularidad histórica. Brasil ha representado desde siempre un contrapeso a EE. UU. en la región. Y a pesar que no se ha enfrentado en forma directa con sus intereses estratégicos, no ha realizado el “seguidismo” que se observa desde que la derecha retomó el gobierno en el país. Sin embargo, hay que advertir que los militares brasileños (en boca de su vicepresidente) han realizado declaraciones en estos meses en una dirección contraria a Bolsonaro en relación a la instalación de bases norteamericanas en el país, en lo relativo a la política de intervención en Venezuela y en lo concerniente al vínculo estratégico con China.    

En ese marco, la estabilidad política de Piñera y Lenin Moreno se explica, en gran medida, a partir de las necesidades norteamericanas de no volver a perder el control sobre dos países que suelen ser amigables (en especial Chile) con los intereses estratégicos del país del norte. El rol activo de los militares en la represión resulta ser funcional a la supervivencia de ambos gobiernos, y ha dejado como saldo el asesinato de un número aún no conocido pero alto de personas. A esta estrategia represiva se sumó recientemente el gobierno de Iván Duque en Colombia. 

A pesar de las particularidades del caso colombiano, la histórica huelga de estos días dejó como saldo una multitud participante en la calle, cacerolazos nocturnos y una salvaje represión posterior. Desde hace al menos tres décadas Colombia ha sido uno de los países al que EE. UU. le ha prestado mayor atención. Primero por el conflicto con los carteles de la droga, luego por las FARC, y más tarde porque se trató, durante la primera década del siglo XXI, de uno de los escasos países que no “cayó” en el giro a la izquierda en la región. Asimismo, su vecindad con Venezuela resulta estratégica para los intereses norteamericanos en esta etapa.

Aunque en una situación distinta, la relación es análoga para el caso boliviano. Allí la intervención directa de las FF.AA. fue clave para el éxito del golpe de Estado. El saludo a las horas del presidente norteamericano vía Twitter (con amenazas a Venezuela y Nicaragua, por si quedaran dudas) deja a las claras la necesidad vital de EE. UU. de ir recuperando territorios dentro del TEG geopolítico regional.

Neoliberalismo, élites, geopolítica, pérdida de apoyo social. Varios factores concurren en este renovado protagonismo político de las fuerzas armadas en la región. La historia no se repite, pero vale pensar si estamos en las puertas de un nuevo, y peligroso, ciclo para la región.

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