Picarones

Por: Juan Francisco Gentile

Una madre vive sola con su hijo de cinco años. No puede dejarlo solo en su departamento. Cada dos o tres días se enfrenta al mismo dilema: tiene que comprar comida. Entonces sale con el chico, exponiéndose a las miradas de desaprobación y reproches de vecinos y policías. Un cuentapropista hace números y no le cierran, mientras se inscribe en la página web de Anses para recibir la asignación de diez mil pesos. Una cantante se lamenta porque todas las fechas, los viajes y las grabaciones que tenía por delante están suspendidos por tiempo indeterminado y no imagina manera de subsistir. Un cartonero se pregunta si va poder llevarle un plato de comida a su familia dentro de un mes. La dueña de un restaurante de barrio con menos de veinte empleados no puede dormir por las noches porque la preocupa el pago de los sueldos. Un rappitendero pedalea con miedo a contagiarse el famoso virus y su agitado ritmo cardiaco humedece el barbijo y los guantes que la moderna plataforma no les provee. En el mismo instante, una junta directiva virtual se realiza a través de Zoom. En ella, varios ceos conectados desde barrios cerrados deciden cesantear a casi 1500 trabajadores, dejándolos en la calle en un contexto incierto. Al mismo tiempo, los gerentes generales de la filial argentina de un banco privado deciden demorar los fondos para que las empresas pymes paguen salarios, a pesar de la directiva del Banco Central. Todo sucede en simultáneo, como los aplausos, las cacerolas, los "¡Aguante Alberto!", las puteadas a los políticos, el himno y la marcha peronista (Alguna mente suspicaz del interior del país escribió en redes: "como le gusta a los porteños hacer cosas en los balcones").

Se cierra una semana que marcó un cambio de tramo en este camino imprevisto. Si los primeros quince días, entre el distanciamiento social y la primera semana de cuarentena, estuvieron marcados por un clima general de apoyo a las políticas oficiales, por estos días las bisagras comenzaron a crujir ruidosamente. En tanto el tiempo corre, las ansiedades crecen y se dibuja un futuro de fuerte puja: ¿quién va a costear el parate? El Estado no va a poder con todo.

Dos situaciones se sucedieron en llamativa coordinación. Cuando el Presidente Alberto Fernández puso la lupa sobre las ganancias del gran empresariado ("llegó la hora de ganar un poco menos") y expuso al grupo Techint por los despidos, apareció en el tope de la agenda de los medios y de un sector de la sociedad el gasto público y los sueldos de “la política”. Varias cosas resultan llamativas. Por un lado, que ese reclamo sea empujado por un sector de la misma institucionalidad política, que nunca planteó algo similar cuando fue gobierno. Por otro, la distorsión en la gravitación efectiva en las cuentas: el gasto político no es determinante a nivel fiscal. Las ganancias empresariales, por el contrario, sí. Como cuando en una cena hay solo dos o tres que toman vino y piden varias botellas del más caro de la carta, pero al momento de pagar quieren dividir todo en partes iguales. Picarones.

El gobierno mostró un pulso firme para conducir la crisis. El primer traspié pudo verse el viernes por la mañana, cuando grandes cantidades de jubilados se agolparon en las puertas de los bancos para cobrar sus haberes. La imagen generó preocupación genuina, evidenció un mal manejo oficial y es necesario que las autoridades tomen cartas para que no vuelva a ocurrir. Llamado de atención para los banqueros, además, que deben garantizar las condiciones en las sucursales, tanto para beneficiarios como para trabajadores y trabajadoras.

Las apariciones públicas de Alberto Fernández, con su tono docente, transmitieron calma. Coinciden los resultados de mediciones que por estos días hacen consultoras dedicadas a sondear la opinión pública. La imagen positiva del mandatario estaba en niveles altísimos, por encima del 80%, cuando surgieron las convocatorias a desempolvar las cacerolas, vía whatsapp y los medios de siempre. El oficialismo no se prendió en la chicana, de todos modos. Continúa centrado en contener. En esa tarea, suma decenas de miles de trabajadores de la salud como voluntarios, prohíbe despidos y saca ayudas económicas para que Pymes puedan pagar salarios. Sin embargo, los bancos aún no sueltan los billetes.

No es mansa la que se viene. El sistema de salud argentino es grande, producto de los distintos momentos de apogeo del estado de bienestar. Sin embargo, los ciclos neoliberales produjeron deterioro en la infraestructura y precarización laboral para profesionales. Por otro lado, la frazada es corta y es necesario que donen algo los sectores que cuentan con muchos y grandes plumones, desde siempre. Estatales y sector público en general tienen los ingresos, se supone, garantizados. Informales, pymes, y cuentapropistas conforman un enorme mundo que enfrenta problemas, pero cuya situación puede aliviar el Estado con asignaciones, créditos de Anses, programas onda Repro, y demás. En cambio, los sueldos de los industriales y otras actividades que requieren enorme inversión y tecnología, explotadas en nuestro país en buena medida por multinacionales y holdings, acostumbrados a ganancias millonarias y poco afectos a resignar, ¿cómo se van a pagar?

Algo de esa disputa se anticipó ya esta semana, mientras la madre sola, la dueña del restaurante, el cartonero y el rappitendero viven su puja individual, inmersos en una cotidianidad nueva y desconocida.

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