Peronismo, modelo para armar

Por: Sergio De Piero

En un año, días más, días menos, estaremos votando en las PASO para la Presidencia de la Nación y otros cargos electivos. Cambiemos enfrentará su principal desafío que consistirá en obtener por parte de la ciudadanía un nuevo apoyo para prolongar su estadía en la Casa Rosada por otros cuatro años. 

Ese camino se emprenderá de la mano de Mauricio Macri o con quien el presidente y su entorno decidan; decisión que la alianza Cambiemos acompañará porque aun en la situación crítica actual, el liderazgo de Mauricio Macri no ha sido cuestionado al interior de ese espacio político. 

Por otra parte, desde que se habilitó la reelección inmediata del presidente, los oficialismos están “obligados” a reelegir; no es poca la presión que tiene, más aún siendo un partido tan joven, puesto que una derrota puede sumirlo en una crisis en medio de su construcción y el anunciado despliegue territorial podría quedar trunco.

Sin embargo, no es el único desafiado. El peronismo continúa siendo el principal partido de oposición y por lo tanto encara la posibilidad de derrotar al macrismo en las urnas y volver a la Presidencia de la Nación. Ese recorrido ya está en marcha, pero todavía no es visible la estrategia con la que encarará la resolución de las tensiones internas; por caso si utilizará las PASO como modo de dirimir candidaturas, o si, por el contrario, las esquivará y resolverá esa disputa en acuerdos internos (o fracturas que desdoblen o tripliquen su oferta electoral) o de algún otro modo. 

Por lo pronto, un dato que a esta altura parece altamente relevante: la última vez que el peronismo se presentó en una única opción electoral fue en 1989; el próximo año se cumplirán tres décadas de esa estrategia. En todas las elecciones desde 1991 hasta las últimas de 2017, en varias provincias y a nivel nacional, la aspiración del “peronismo unido” solo se cumplió en algunos distritos, pero nunca en una candidatura presidencial unificada, donde se ordenara el conjunto del movimiento. 

Esa situación se dio en circunstancias donde el peronismo perdió la elección presidencial (como en 1999 o en 2015), pero también cuando accedió a ella (como en 1995, 2003, 2007 y 2011), esto es, la oferta múltiple puede implicar ambos escenarios. Esta perspectiva histórica debe limitar las expectativas de un peronismo unido; si se presentara una oferta electoral unificada, estaríamos frente a una excepción y no ante una regla. 

Sin embargo, existe cierta percepción en algunos espacios del peronismo que esa unidad finalmente sea posible. ¿Cuáles son los incentivos para planificar esa posibilidad? En primer lugar, el hecho mismo de que el macrismo, ha ganado dos elecciones seguidas, y con más valor la de 2017, dado que ya ocupaba el gobierno desde hacía dos años. Si en 2015, se consagró con el voto de la mayoría, un poco a tientas respecto a su proyecto político dos años de gestión comenzaban a dar una señal acerca de hacía dónde nos dirigía como gobierno. 2017 significó una validación destacable para el gobierno, y un llamado de atención para la oposición respecto a las estrategias electorales a desarrollar si se tiene como meta derrotar al oficialismo en nuevas elecciones. 

Esas mismas elecciones dejaron otra enseñanza: las ofertas peronistas que habían desarrollado una campaña con un discurso claramente opositor habían obtenido mejores resultados que aquellos que se mostraron con algún grado de cercanía con el macrismo: pensemos en los peronismos de Salta (Juan Manuel Urtubey), Córdoba (Juan Schiaretti) o Chaco (Domingo Pepo). Recordemos también la victoria de cambiemos en el municipio de Tigre y la baja performance de Sergio Massa en su postulación a senador. Existieron señales de diverso tipo de estos referentes hacia el macrismo, y la respuesta electoral parece indicar que no se trató de una estrategia adecuada.

Es cierto que algunos peronismos más enfrentados al gobierno nacional también perdieron (como el de Santa Cruz o el de Jujuy), pero no fueron la tendencia. Cristina Fernández fue derrotada en la Provincia de Buenos Aires, pero superó por lejos a las otras dos ofertas peronistas de la provincia. En cualquier caso, lo obvio: la dispersión peronista refuerza la estrategia exitosa… de Cambiemos.

En segundo lugar, la actual situación económico social. El macrismo no ha cumplido con ninguna de sus pocas promesas de campaña: no ha bajado la inflación, ni el desempleo y la economía va camino a pozos de recesión. El horizonte que prometió, fruto de la revolución de la alegría, se desvanece. Las políticas efectivas fueron para un sector social (baja de retenciones, liberalización de acceso a la compra de divisas, baja del “costo laboral”) mientras que para la mayor parte de la sociedad los beneficios del cambio nunca se percibieron. 

En definitiva, existe una situación objetiva de declive en la calidad de vida para las mayorías, ante la que el peronismo podría fortalecerse como alternativa unificada, estructurando una propuesta política que represente los intereses de los sectores del trabajo y la producción; evitar la profundización de la receta neoliberal se convierte en un estímulo para resolver las diferencias internas. Pero para que esta premisa se oriente como factor de unidad, debe previamente compartirse el diagnóstico; los buenos resultados electorales que dio presentarse como oposición frontal al gobierno muestran que ese diagnóstico es también efectivo en términos electorales.

A estas dos percepciones se presenta la situación de tipo más claramente político al interior del partido. El peronismo ha atravesado, desde 2013, tres instancias electorales en desventaja, aunque no en todas las provincias. Ello hace que el conjunto del partido, que es a la vez un frente y también un movimiento, se vea sacudido. 

La situación actual tiene antecedentes, pero no parece comparable ni a la crisis pos 1983, ni a la situación que siguió a la derrota de 1999. En aquellas situaciones emergían liderazgos nuevos con diferente grado de éxito (Cafiero y Menem en el primero; Duhalde en el segundo). En la actual situación Cristina Fernández, aún con la derrota que sufrió en PBA ante el macrismo, mantiene un fuerte apoyo en una importante fracción del electorado; asoman nuevos liderazgos, pero ninguno que ya esté marcando una nueva etapa, o que implique la finalización de la anterior. A la vez, el kirchnerismo no es el actor único de esa construcción política de cara a 2019. 

De este modo, el escenario se asemeja a una transición muy lenta, que obliga a la convivencia a los distintos actores, a las diferentes partes. Este peronismo no es un rompecabezas, pues este juego en definitiva nos anuncia un modelo en el cual todas las partes encastran; si bien es cierto que el espacio ha funcionado como una federación de partidos provinciales con un liderazgo nacional, también lo es que ese modelo es más fácilmente sostenible ocupando la presidencia nacional, que fuera de ella. 

Los cambios y los modos de construcción política que se han dado los diversos espacios del peronismo (acompañados de una sociedad que transformó su estructura social de manera radical en los últimos 30 años) da cuenta de un proceso complejo y diverso. Plantear la unidad del peronismo no es, entonces, una simple voluntad de diálogo de sus dirigentes: implica para estos y el conjunto de sus miembros asumir las trasformaciones sucedidas y repensar las partes que hoy por hoy lo componen: el campo político territorial, los y las referentes políticos, el sindicalismo, los sectores informales organizados, los movimientos sociales, los jóvenes, el espacio demandado por las mujeres. Dar cuenta de esa complejidad no implica solo armar un rompecabezas; demanda pensar en cuál diseño de convivencia se está pensando.

De allí que, si los principales referentes del peronismo no toman la decisión de construir un proceso de unidad, la dispersión, fomentada por la tendencia de los últimos 20 años, será la regla. 


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