Occidente sufre por los "Chanchitos de la India de Putin"

OPINIÓN. Es posible calcular de qué ganancias astronómicas estamos hablando para el negocio farmacéutico, especialmente con un retorno múltiple de los precios.


Por Irina Alksnis (RIA Nóvosti), traducción Hernando Kleimans



En Rusia –y en el mundo- se registró la primera vacuna contra el coronavirus. Fue elaborada en el Centro Nacional de epidemiología y microbiología “Gamalei” y recibió el nombre de “Sputnik V”.

Vladimir Putin informó sobre el registro y agregó que una de sus hijas fue inoculada y pasó con éxito sus dos etapas.

Esta novedad, por supuesto, recuerda otro memorable episodio de la historia patria, cuando en el otoño de 1768 la vacuna contra la viruela le fue inoculada a Catalina II y a su hijo de 14 años, heredero del trono. Por cierto, las causas por las que el presidente ruso difundió la información se diferencia fuertemente de los motivos de su gran predecesora.

Entonces, hace dos siglos y medio, la emperatriz intentaba superar los prejuicios y los temores dentro de la sociedad rusa ante un nuevo procedimiento médico. En 2020 el presidente debió abrir una información personal, algo que siempre intenta evitar, porque el país resultó arrastrado a otro round –muy sucio- de la guerra informativa.

Para evaluar el grado de esta miserable campaña, es suficiente con un titular: “El filipino Duterte se propuso para ser un chanchito de la India de Putin para la vacuna rusa contra el coronavirus”. Con tal encabezado, precisamente, la “Onda Alemana” publicó la novedad de que el presidente de Filipinas expresó su disposición a ser el primero en el país en experimentar en sí mismo la vacuna rusa.

La elaboración de la vacuna contra el COVID-19 se ha convertido en una carrera en la que se han incluido tanto las corporaciones farmacéuticas como países enteros. La inesperada irrupción de Rusia, que se ocupó del tema poco después de China, los EE.UU. y Gran Bretaña, en el liderazgo del proceso provoca ahora un atormentante dolor en nuestros socios occidentales. Sus causas son numerosas y diversas.

En primer lugar, la contradicción con las ideas más progresistas. Una Rusia autoritaria y en alpargatas no puede superar a Occidente en la obtención de descollantes resultados en un ámbito científico y tecnológicamente avanzado. No tiene ninguna importancia que en el activo de nuestro país se cuente una vieja escuela epidemiológica, una experiencia acumulada y grandes logros precisamente en la elaboración de vacunas.

En segundo lugar, la amenaza a la influencia geopolítica de Occidente. Pues si Rusia comenzará a colaborar activamente con otros países en la vacunación de su población contra el COVID-19, entonces ella obtendrá posibilidades complementarias de fortalecer su propia autoridad allí. Esto, por supuesto, de ninguna manera puede permitirse.

En tercer lugar, claro, el dinero. Colosales sumas que ahora se encaraman y sobre las que, se sobreentiende, quisieran colocar sus garras los grupos farmacéuticos líderes mundiales. Kirill Dmítriev, titular del Fondo Ruso de Inversiones Directas (FRID), comunicó que su organización ya recibió solicitudes para adquirir mil millones de dosis de la vacuna de más de 20 países. Es posible calcular de qué ganancias astronómicas estamos hablando para el negocio farmacéutico, especialmente con un retorno múltiple de los precios.

Así que en absoluto no es casual que en la Asociación de Entidades de Investigaciones Clínicas (registrada en Rusia), que ayer le solicitó al Ministerio de Salud nacional no registrar la vacuna contra el coronavirus mientras no se complete la tercera fase de pruebas, se incluyan lo gigantes farmacéuticos del mundo: marcas como Pfizer, Bayer, Novartis, entre otros. Se puede entender su dolor y sufrimientos porque delante de ellas se desliza una enorme pala sobre la que ellas tenían sus propios cálculos y planes.

No importa si sus reclamos fueron descalificados tanto por las estructuras oficiales como los científicos epidemiológicos de Rusia. Con seguridad que los lobistas farmacéuticos no contaban seriamente con retrasar el proceso en marcha.

Su objetivo principal es el descrédito público de la elaboración nacional de la vacuna, además no sólo al interior del país, como fuera de él. Esta solicitud de la Asociación abre la posibilidad para los medios occidentales de gritar a toda voz sobre la inseguridad de la misma.

Sólo que ahora deberán escribir también de que la lista de “chanchitos de la India de Putin” se completó con la hija del presidente ruso. Esto embarra notoriamente el efecto de desenmascaramiento del nuevo “crimen del Kremlin”.

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