No se hizo nada en los pies, porque cayó de cabeza

Por: Carlos Leyba

“Con estas térmicas, faltaría energía si no hubiera recesión”,así tituló Ambito Financiero. El pico de la demanda de potencia, dice la nota, se registró cuando la demanda de consumo de la industria había descendido más del 8 por ciento.

El INDEC informa que las importaciones se desplomaron por la recesión y la devaluación, lo que permitió que en diciembre hayamos tenido un saldo favorable de la balanza comercial.El año 2018 cerró con una saldo negativo de 3,3 mil millones de dólares.

En el gobierno se ufanan de que los cortes de luz son menores que en años anteriores y que, en diciembre, la balanza comercial dio un buen resultado.

Es decir celebran que “no se hizo nada en los pies, porque cayó de cabeza”. O, en otros términos, el resultado “positivo” es la consecuencia de una desgracias mayor: la recesión o se rompió la cabeza.

La recesión en toda economía es una desgracia. Lo que no es habitual es que sea celebrada y mucho menos que sea provocada deliberadamente o que, al menos, nada se haga para evitarla o morigerarla.

Ejemplo: la inflación resiste, el mercado reacciona, sube el dólar, temblor electoral, suban la tasa, mantengan la recesión. Un mantra obsesivo.

¿Qué creen que es gobernar? ¿Cuál creen que es el objetivo de la política económica? ¿Cuáles los costos?

Los instrumentos recesivos como herramienta de la política destruyen capital reproductivo y social y disminuyen la potencia del futuro.

Estas prácticas nos vienen condenando con distinto discurso desde hace 43 años.

Destruir capital reproductivo es no generar inversión reproductiva, destruir capital social es aumentar la pobreza y la inequidad.

En este escenario, en el que hoy vivimos, los actores protagónicos no se angustian con la fuga de futuro que representan la destrucción de capital reproductivo y de capital social; no les altera las convicciones el menor ritmo de inversión y la consolidación de la pobreza, lo que nos augura una sociedad más conflictiva y con menos posibilidades para todos, cualquiera sea la posición ocasional que ocupemos. 

Siguiendo el ritmo hinduísta de la gira de Mauricio Macri, podemos decir que la energía y el saldo del Balance Comercial, vienen a ser dos de los “chakras” de nuestra economía. Dos de los centros de energía que gobiernan nuestras emociones económicas y sociales.

Es palpable en las calles que cuando el calor interrumpe la prestación de energía, muchos barrios de la Ciudad de Buenos Aires se autoconvocan y salen a la calle por el reclamo de luz. Ancianos que no pueden bajar por las escaleras del noveno piso; o señoras mayores que están impedidas de subir el balde de agua para menesteres impostergables.

Para los líderes del oficialismo y la ristra de periodistas columnistas de las nuevas 6,7,8 , la “bendición” de la recesión PRO, nos ha permitido sortear estos calores agobiantes sin tantos cortes de luz. “Lo bueno”, luz, en este caso, es el resultado de “lo malo”, parate histórico. Estamos en un parate histórico. Tenga en cuenta que lo que se pierde de producir, los salarios que se dejan de pagar, las utlidades que no se realizan no tienen revancha. La producción, en última instancia, es función del tiempo. Lo que no se produjo no se producirá: la línea del tiempo es implacable.

Por eso ningún libro de texto recomienda provocar la recesión y más bien nos enseñan a evitarla o revertirla.

Esta experiencia PRO, es única, es de provocación (tasas de interés, sequía monetaria), de incapacidad de evitarla (la dejamos correr asombrándonos al otro día del aviso de la estadística) y de negación a revertirla (ante la suba del dólar “Marcos Peña … fue contundente … sobre dósis monetaria” Marcelo Bonelli, Clarin). 

Revisemos el pasado, ¿esta experiencia es única?, ante la escasez de energía, que viene de largo, cabe preguntarse ¿qué hicieron los otros?

Durante el Kirchnerismo - para evitar los cortes de energía domiciliaria que resultaban impopulares y nada generaba mas nerviosismo en la Rosada de entonces que gente en la calle – los funcionarios obligaban a reducir el consumo de las plantas industriales. Menos producción y más consumo: una norma de la administración k.

En otros tiempos, durante la presidencia de Raúl Alfonsín – instalado en la economía de la década perdida – se privilegiaba la energía para la producción a costa del consumo.Se procuraba no interrumpir la producción.

Finalmente, el PRO encontró la solución perfecta respetando a los mercados: que las industrias demanden menos energía como consecuencia de que producen menos.

En el mejor estilo PRO es una solución de mercado. Nadie impone la restricción al consumo ni a la producción. Lasolución de mercado no falla: recesión mata calor.

Veamos el otro tema. Ante la incapacidad del aparato productivo para superar el desequilibrio comercial, el kirchnerismo abusó irracionalmente de los controles llegando a trabar el desarrollo de ciertas actividades.Trataba infructuosamente de lograr un equilibrio produciendo un desequilibrio que luego sería gigante. Antes de los K – para no abusar de los controles – las administraciones que los precedieron abusaron de la deuda externa: el desequilibrio comercial lo bancaba el paquete del endeudamiento que se acumula – en la Argentina – a tasas más altas de lo que crece el PBI; y por lo tanto, por definición,la deuda en relación a la producción cada año pesa más que el año anterior: lejos de reencontrar el equilibrio en el tiempo, la deuda contribuye al desencuentro de cualquier equilibrio.

El PRO – otra vez – encontró la formula mágica: una buena recesión nos brindará no sólo equilibrio sino superávit comercial: claro que no es fácil acertar hasta cuando aguanta el sistema.Porque el Balance de Pagos es una cuenta más del equilibrio general y no existe el equilibrio de Balance de Pagos con desequilibro en los mercados de bienes y empleo, en recesión y desempleo. Puede haber “equilibrio” en el mercado de cambios pero al final del día, el déficit del Balance de Pagos se salda con Reservas.

Como vemos, en todas las políticas, “el desequilibrio” se lo trata de resolver con otro desequilibrio.

El resultado es que, históricamente, el último desequilibrio es mayor y nos lleva a desequilibrios acumulativos, una suerte de tela de araña de desequilibrios sin fin en la que estamos entrampados.

La recesión– lamentablemente pensada como remedio, - es una subutilización de recursos disponibles que conlleva daños materiales y sociales de la más diversa índole. Naturalmente el daño depende del tiempo que dura la recesión y en el contexto en el que se desencadena.

El desempleo de un trabajador, no tiene las mismas consecuencias vitales si ocurre en el seno de un hogar que está en el límite de la pobreza o si acontece en una familia acomodada de la clase media.

Y la duración del desempleo, para un trabajador, no tendrá las mismas consecuencias en una economía que viene de un largo estancamiento, que en una economía que simplemente, por un desajuste transitorio, ha dejado de crecer y que acumula años positivos de desarrollo del capital reproductivo y de capital social.

En nuestra economía el cierre o desactivación parcial de una empresa, implica la pérdida definitiva del paso posterior en la lógica del crecimiento. Si la duración del paro se prolonga, lo más probable es que la reactivación sea cuesta arriba y , lo que es aún peor, los avances tecnológicos posibles en la actividad se tornan inviables en el proceso de retroceso.

Llevamos una década de estancamiento, con picos de aceleración y caídas que anulan la escalada previa que fue históricamente efímera.

En ese marco la recesión, la reducción del nivel de actividad, no es una derrota por puntos en el ring de la vida económica, sino una caída en el cuadrilatéro que, aunque no nos deje knock out, nos convierte en una economía zombie, una economía en la que “la salida” es el rebote del gato muerto y no la consecuencia de una nueva energía autosustentable.

La búsqueda de un objetivo lógico, el equilibrio fiscal, se convierte en una quimera cuando, en rigor, para alcanzarlo nos obligamos a dividir el déficit del sector público en primario y financiero. Y en lugar de perseguir la superación de la situación de déficit, nos limitamos a equilibrar solamente el primario y en la práctica, la aproximación a la eliminación del déficit primario convive con el crecimiento del financiero.

Sin embargo, el estrés de las cuentas públicas, que se proyecta sobre el ánimo privado, tiene que ver con ambos déficits.

La curación del déficit fiscal financiero en el tiempo depende del crecimiento de las exportaciones y no con la reducción de las importaciones provocada por la recesión. Cuando se sustituyen importaciones se crea trabajo. La recesión genera desempleo.

En ambos casos hay más dólares. Pero cuando la cura proviene de las exportaciones toda la economía se beneficia con la expansión de la Demanda que la capacidad competitiva habilita: es un estadio progresivamente rendidor en materia fiscal.

Cuando la retracción frena las importaciones,es el déficit primario el que se ve finalmente comprometido. La base imponible de la sociedad, en un contexto de Gasto Publico inflexible a la baja e indexado, depende del nivel de actividad y como es obvio cae la recaudación aduanera por las malas razones.

Sin actividad creciente no puede haber recaudación creciente y en la recesión, sin duda, aumentará la presión social por un mayor Gasto Público. La gran contradicción del hombre de la tijera.

El inventario de su economía que hace el oficialismo en la puerta del proceso electoral privilegia básicamente el estar alcanzando las metas fiscales que le habilitan la disposición de los fondos del FMI que nos alejan del default.

Pero – como hemos dicho – esas metas fiscales excluyen los intereses de la deuda que podrán ser servidos gracias al crédito del FMI y no gracias a la salud competitiva externa de la economía.

Para lograr esa paz fiscal el PRO – además de incumplir promesas realizadas desde la ignorancia – aumentó la presión tributaria y dio marcha atrás con la reforma destinada a aliviar el peso del Estado sobre la economía privada.

Además, impuso retenciones a la totalidad de las exportaciones y eliminó la devolución de impuestos intraspasables a los compradores del exterior, con lo que fiscalmente redujo la “competitividad” de todas las actividades económicas, al mismo tiempo que hacía lo imposible por abrir la economía al concurso de las importaciones de cualquier origen.

Desactivar exportaciones, sin expansión del mercado interno, lleva inevitablemente a menores recaudaciones tributarias. Y lo que es peor lleva a desactivar la lucha empresaria por mercados y a la reducción de la producción.

Para no despertar los ánimos perversos de fuga, la sabia política del BCRA consiste en el aumento de la tasa de interés de modo que la opción transitoria por las colocaciones financieras en pesos prometa – con un tipo de cambio planchado – rendimientos extraordinarios a la especulación que desembarca en el mercado cambiario; y un premio al ocio del capital improductivo.El foco del “mejor equipo de los últimos 50 años” es el equilibrio del mercado cambiario que ni siquiera es producto de la confianza, sino de una tasa de interés que asfixia a la economía real y provoca la danza escandalosa en el salón de los lobos financieros.

En este escenario el gobierno apuesta a que el dólar no se espiralice, porque entiende que esa es la clave del triunfo electoral basado en la confianza de que el peso nos va a permitir ganar mas dólares. Este resultado implica una super tasa de interés.

Esa tasa lleva a la inexistencia del crédito, a la baja de la capacidad competitiva, al achicamiento del mercado interno. El complejo recesivo que se desata hace que, vía merma de la recaudación, se acreciente una seria amenaza al objetivo del déficit primario cero

En ese marco la inflación no está bajando y nadie apuesta a que lo vaya a hacer antes de tres meses vista, porque la baja de los subsidios recién entonces dejará de convertirse en traslados a los precios. Si sube el gas, el transporte, el combustible ¿cómo lo parás?

Cuando los precios son inflexibles a la baja todo acomodamiento de precios relativos hace subir el Índice de Precios.

Ahí estamos, lo que llaman “buenas noticias” es consecuencia de decisiones malas o de incremento de los desequilibrios fundamentales.

No creamos trabajo productivo y fortalecemos la tendencia al gasto social reparador.

No generamos políticas de promoción de la exportación y en consecuencia el agujero de dólares lo tratamos de compensar con recesión y deuda externa. Un combo explosivo a largo plazo.

La continuidad del PRO es la prorroga de la estanflación sine die.

La derrota de Cambiemos no tiene programa, pero si la herencia de los mismos problemas.

Algunas oposiciones rescatan la idea de Consenso para evitar estos resultados.

Pero ¿cuál es el diagnóstico, cuál es la estrategia a compartir para salir del mal?

Hacer política es diagnosticar nuestros males, proponer soluciones concretas y convocar la concertación de las fuerzas políticas y sociales para llevarlas a cabo. Silencio más allá de generalidades.

Es claro que el diagnóstico y las políticas no fueron exitosos en los últimos 43 años y nunca lograron un Consenso.

En realidad, no buscaron el Consenso porque eso implica compartir el poder con aquel que hemos derrotado; y lo que es peor, porque siempre repitieron el mismo diagnóstico equivocado; y con un mal diagnóstico solo la casualidad puede brindarle éxito a la política.

No querer compartir habla de una colosal mezquindad y denuncia un temor irracional a mantener diálogos profundos y a asumir compromisos. Los empresarios del camión se quejan de la “competencia desleal” del FFCC porque el servicio de carga de tren es mas barato que el del camión. Y resulta que socialmente, además, el tren es muchísimo mas rentable que el camión. Y bueno.

¿Los que rondan la escena política del presente han dado alguna vez testimonio de capacidad de compartir una vez que se hicieron del poder? La respuesta es que lo que han demostrado es mezquindad y miedo irracional al compromiso.

Y sobre el diagnóstico todos los que tuvieron responsabilidades en los últimos 43 años, por la razón que fuera, prescindieron de todos los instrumentos de largo plazo en todos los campos de las decisiones públicas.

Los que hoy merodean el escenario del futuro, sin excepción, cumplen ambas características negativas para darle salida a la crisis que vivimos: cuatro décadas sin lograr crecer al ritmo de todas las décadas anteriores.

Esta todo por hacer y todo por decir. Las generalidades conspiran contra la claridad. Entonces nos vemos obligados a interpretar. Es la picardía que ocurre cuando el marketing reemplaza a la política, que no es un “electrodoméstico” sino una pedagogía para introducirnos al futuro.

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