Mujeres y perspectiva de género en espacios de poder

OPINIÓN. Lo que específicamente me pregunto es si el solo hecho de ser mujeres, garantiza una perspectiva de género al momento de ocupar espacios de poder. Una primera y preliminar respuesta sería que sí, ser mujeres podría ser entendido como sinónimo de perspectiva de género, pero… ¿esto es realmente así?

Antes de empezar a escribir sobre el tema que me propuse abordar en el presente artículo, considero necesario hacerme una pregunta y ensayar una respuesta, aunque sea aproximada: ¿Qué es el poder? Esta es la pregunta central que se hace la ciencia política, y deben existir tantas definiciones de poder como personas que decidieron estudiar el fenómeno, por esta razón, y porque creo que es la que a mí más me interesa, tomaré la definición del politólogo norteamericano Robert Dahl. El poder es, para Dahl, algo así como la capacidad que tiene un actor A de influir sobre un actor para que éste haga algo que no haría si no existiera  A, o para que deje de hacer algo, que seguiría haciendo, en caso de la no existencia de A. De esta definición se desprenden algunas cuestiones, que podríamos llamar elementos del poder… vamos por partes. El primero y más importante es la condición relacional del poder. El poder sólo existe si hay dos o más actores. Nadie podría ejercer poder sobre sí mismo, siempre necesita de otro actor. Entonces, lo que vamos a analizar son estas relaciones de poder que se dan entre actores en una sociedad. El segundo elemento del poder es que tiende siempre a ser asimétrico, la distribución del poder nunca se da en partes iguales. El tercero, y vinculado estrechamente con el anterior, es la capacidad de movilizar los recursos de los que disponen los actores para ejercer esta influencia entre sí. Un cuarto elemento es el que establece que el poder sólo puede ser efectivo si cuenta con el consentimiento de todas las partes, la supervivencia del poder está ligada al grado de adhesión que logre suscitar y mantener en los actores involucrados, el que manda lo hace porque hay otro que obedece.

¿Cómo se exterioriza el poder? Bueno, lo hace básicamente a través de dos mecanismos: la palabra y el uso de la fuerza. Veamos esto con un ejemplo muy básico: mi jefa me dice que tengo que cumplir un objetivo laboral en determinado tiempo. La primera apreciación que podemos hacer es que ella tiene un poder sobre mí que es formal, hay una estructura orgánica que la establece formalmente a ella como mi jefa. En este caso vemos claramente la oralidad del poder, el discurso del poder. Yo decido no cumplir con la orden que ella me da, entonces, ella podrá poner en práctica algunos mecanismos coercitivos con los que cuenta para que yo haga mi trabajo, esta es la faz punitiva del poder (lo que antes llamé uso de la fuerza). Si extrapolamos este ejemplo a las relaciones internacionales, podemos citar la definición de guerra: es la continuación de la política por otros medios, algo así como que cuando se llega a un punto muerto en las negociaciones diplomáticas entre dos o más actores del sistema internacional, lo que continúa es el uso de la fuerza, o sea, comienza la guerra.

Un poco más arriba hablé del poder formal, lo que implica que el poder también puede ser informal. Este es el poder que encuentra su legitimidad en otras bases, que no son las formales, ya que no ocupa un espacio de poder que se encuentra institucionalizado, sea cual fuere la naturaleza de la organización de que se trate. Siguiendo con el ejemplo, yo puedo poner en práctica algunas estrategias persuasivas entre mis compañeras y compañeros de trabajo, e inclusive entre otras instancias del poder formal, para que la sanción que mi jefa pretenda imponerme, no sea impuesta. Si logro evitar la sanción, entonces mi poder informal tuvo una base de apoyo más amplia que el poder formal de mi jefa.

La cuestión del poder no se agota en estas líneas, como dije al inicio de este texto, es uno de los temas centrales de la ciencia política, y viene ocupando a intelectuales desde la antigüedad hasta hoy, pero es lo suficientemente explicativa a los efectos del artículo que me propongo escribir.

Ahora quiero adentrarme en el tema que tratará el presente artículo, que es el de la perspectiva de género en los espacios de poder ocupados por mujeres. Lo que específicamente me pregunto es si el solo hecho de ser mujeres, garantiza una perspectiva de género al momento de ocupar espacios de poder. Una primera y preliminar respuesta sería que sí, ser mujeres podría ser entendido como sinónimo de perspectiva de género, pero… ¿esto es realmente así?

Vivimos en una sociedad patriarcal, con esto me refiero a una sociedad en la que el poder es detentado históricamente por los hombres. Gracias a la antropología, podemos hacer uso del concepto de cultura y definirla, básicamente, como “todo aquello que hace la humanidad”. La sociedad patriarcal es la resultante cultural de un proceso y proyecto de hegemonía masculina sobre las mujeres. El patriarcado establece una relación de poder absolutamente asimétrica entre hombres y mujeres. Las mujeres ocupamos un lugar de subordinación a través de los años, cristalizado en el rol que tuvimos y tenemos, aun hoy, de ser las encargadas del cuidado de hijos e hijas y de realizar las tareas domésticas. Con el transcurso de los años, y gracias a la constante militancia feminista, pudimos ir ocupando nuevos espacios. Pudimos empezar a estudiar y a trabajar a la par de los hombres, aunque siempre en una situación de subordinación hegemónica, ocupando muchísimos menos espacios de poder, tanto en lo público como en lo privado, y siempre con una gran brecha salarial. Lo que me parece interesante resaltar en este punto es el hecho de que este nuevo rol de las mujeres no implicó una reconfiguración en la distribución del poder, este sigue siendo eminentemente de los hombres. A las mujeres se nos fueron sumando tareas, algo así como capas de cebolla, cada vez más capas de cebolla, donde la crianza y socialización de los hijos e hijas sigue siendo una tarea esencialmente de las mujeres, pero a esta se suman estas otras nuevas tareas.  

Un párrafo aparte merece el hecho de que la masculinidad patriarcal no sólo tiene por objetivo de dominación a las mujeres, sino, también, a todo aquello no hombre, sean niños, niñas, gays, lesbianas, trans, queer, no binaries, géneros fluidos, etc.

Es necesario que revisemos los mandatos de la masculinidad hegemónica, cuestionemos todo el tiempo, interpelemos, y es en este punto que aparece el concepto de la “deconstrucción” en los movimientos feministas.  

Este concepto surge de la filosofía de Jacques Derrida, quien toma de Heidegger el concepto de destruktion, pero lo modifica. En Carta a un amigo japonés, Derrida sostiene que “En francés, el término «destrucción» implicaba de forma demasiado visible un aniquilamiento, una reducción negativa más próxima de la «demolición» nietzscheana, quizá, que de la interpretación heideggeriana o del tipo de lectura que yo proponía. Por consiguiente, lo descarté. Recuerdo haber investigado si la palabra «deconstrucción» (que me vino de modo aparentemente muy espontáneo) era efectivamente una palabra francesa. La encontré en el LittréSu alcance gramatical, lingüístico o retórico se hallaba aquí asociado a un alcance «maquínico». Esta asociación me pareció muy afortunada, muy adecuada a lo que yo quería, al menos, sugerir… Más que destruir era preciso asimismo comprender cómo se había construido un «conjunto» y, para ello, era preciso reconstruirlo. No obstante, la apariencia negativa era y sigue siendo tanto más difícil de borrar cuanto que es legible en la gramática de la palabra (des-), a pesar de que esta puede sugerir, también, más una derivación genealógica que una demolición… Esta no se limita ni a un modelo lingüístico-gramatical, ni siquiera a un modelo semántico, y menos aún a un modelo maquínico. Estos modelos mismos deberían ser sometidos a un cuestionamiento deconstructivo. Cierto es que, más adelante, dichos «modelos» han dado origen a numerosos malentendidos sobre el concepto y el término de deconstrucción, pues se ha caído en la tentación de reducir esta a aquellos… Más que destruir era preciso asimismo comprender cómo se había construido un «conjunto» y, para ello, era preciso reconstruirlo”.

Entonces, para Derrida no se trata de destruir, sino de des-sedimentar los conceptos para que recuperen pluralidad semántica. Es algo así como desmenuzar el concepto, poder desandar el camino de la construcción conceptual, en tiempo y espacio, y resignificarlo. La deconstrucción implica una práctica crítica y hasta revolucionaria de las palabras que, en definitiva, pone en tela de juicio todo: la cultura, la política, las ciencias, la literatura, las artes, la arquitectura, la vida cotidiana, el PODER. Porque nada existe sin palabras, lo que es, es en función de las palabras que le dan entidad y sentido.

En este punto, quiero volver a la pregunta que me hice en el tercer párrafo: ¿el solo hecho de ser mujeres garantiza una perspectiva de género al momento de ocupar espacios de poder? Mi hipótesis es que no, el solo hecho de ser mujer no garantiza la aplicación de una perspectiva de género cuando las mujeres ocupamos espacios de poder, ya sea en lo público o en lo privado. La perspectiva de género es el resultado de un proceso de deconstrucción derridariano, que interpela todo lo conocido y aceptado, que deshace, que des-sedimenta, no solo el lenguaje con el que se expresan las estructuras de dominación patriarcal, sino las estructuras de dominación patriarcal en sí mismas.

Rita Segato sostiene que “el feminismo no puede y no debe construir a los hombres como sus enemigos 'naturales'. El enemigo es el orden patriarcal, que a veces está encarnado por mujeres”. También sostiene que  “las mujeres estamos tocando el núcleo de la reproducción del poder: el patrón patriarcal… lo que nos dice que estamos llegando a destino es la reacción de los que nos odian. La reacción violenta de los de siempre es la medida de lo que estamos avanzando”.

En definitiva, lo que necesitamos deconstruir es la naturalización de una relación de poder asimétrica, donde los hombres siguen, aun hoy, ejerciendo su hegemonía. Para que esto sea posible, es necesario que hombres, mujeres y disidencias nos recostemos en el diván psicoanalítico de la deconstrucción derridariana, para poder traer a la conciencia aquellas prácticas de dominación patriarcal inconscientes, desarmarlas, desmenuzarlas, des-sedimentarlas y así empezar a ser, definitivamente, una sociedad más igualitaria y más justa.


Sobre la autora: Natalia Pretti es licenciada en Ciencia Política y Relaciones Internacionales. Maestranda (tesis en curso) en Relaciones Internacionales y especialista en Cooperación Internacional. Docente universitaria y consultora política.

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