Más allá de la pandemia: el imperialismo en crisis y las perspectivas del sur global

OPINIÓN. ¿Hacia qué tipo de normalidad podemos ir? ¿Cuáles son las posibilidades de transiciones alternativas frente a las tendencias decadentes del occidente capitalista?


En estos tiempos parece imposible sortear la discusión acerca de los efectos de la pandemia en el mundo. El número de contagios y muertes, los impactos económicos, las posibilidades de hallar la vacuna, las perspectivas de una vuelta a la normalidad en occidente, se reproducen de manera frenética en los medios de comunicación mientras que queda poco espacio para debatir de dónde proviene la crisis actual.  

En cierta medida, los efectos de la crisis sanitaria dejan fuera de la discusión algunas cuestiones estructurales que consideramos clave. Como ha sido mencionado por varios analistas que no son parte del concierto de voces hegemónicas, el coronashock es la manifestación de una serie de tendencias globales, tanto políticas como económicas, que ha provocado altos niveles de empobrecimiento, desigualdad y degradación de la vida.  Al mismo tiempo, estas tendencias vienen trayendo aparejadas serias limitaciones para el desarrollo autónomo del sur global, mucho más allá del coronashock. Por esto, el horizonte de la deseada normalidad debe también ponerse en debate: ¿Hacia qué tipo de normalidad podemos ir? ¿Cuáles son las posibilidades de transiciones alternativas frente a las tendencias decadentes del occidente capitalista?

La tendencia al declive de la hegemonía de Estados Unidos y el Estado neoliberal

Estados Unidos ha basado su capacidad hegemónica desde la segunda posguerra del siglo XXI en una combinación de elementos que iban desde su capacidad estructural-imperial (económica y militar) hasta la capacidad de imponer su mirada del mundo a buena parte de los Estados centrales de occidente y, por supuesto, a las naciones periféricas. La legitimidad de la democracia liberal en su formato estadounidense, la pujanza de su economía durante los años de la reconstrucción de posguerra y toda una impronta cultural que tuvo a Hollywood como principal usina, hicieron de Estados Unidos un imperio particular.

La década de 1970 marcó un punto de inflexión en esta dinámica hegemónica de Estados Unidos a la parte que la re-emergencia de Asia oriental como núcleo de poder global comenzó a tomar forma. Claro que las transiciones hegemónicas globales tienen dos características que no está de más mencionar: duran varias décadas e intensifican los niveles de beligerencia de los imperios en crisis. En este sentido, cada nuevo intento por reflotar la capacidad imperial de Estados Unidos en términos militares y económicos, ha acelerado su decadencia acelerada como Estado de Estados: el salvataje a las altas finanzas que no ha hecho más que acentuar la especulación mientras China se convierte en la potencia tecno-productiva del mundo, la ofensiva por el control político y territorial de Eurasia lo ha mostrado en su expresión más cabalmente unilateral, la presión creciente a través de formas de guerra híbrida hacia los países no alineados con Washington ha puesto en jaque mate sus presuntos intereses democráticos, son indicadores clave de la aceleración de la transición.

Sin embargo, es el actual marco del coronashock el que profundiza esta crisis a niveles inéditos. Estados Unidos y el mundo occidental formado a su imagen y semejanza durante medio siglo aproximadamente, ya no es un modelo de normalidad posible. La crisis de su economía atrofiada por la nueva burbuja de las high-tech que aún no explota y la financiarización a gran escala, no puede marcar el rumbo de resolución duradera de la crisis global en el plano económico. Las manifestaciones luego del asesinato de George Floyd y la violencia policial desatada marca los límites de la democracia liberal al estilo estadounidense, con toda su carga racista. Por último, la gravedad de la crisis sanitaria muestra a Asia fortalecida y Estados Unidos con su forma de Estado neoliberal, como un fracaso significativo en el manejo de la pandemia. La posición de Donald Trump en este sentido de intensificar la guerra comercial, tensionar y desfinanciar a la OMS y la defensa de las libertades individuales y económicas antes que el cuidado de la salud, han sido muy caras a la imagen política del imperio. Por supuesto, Las fuerzas globalistas que operan al interior del Estado imperial, por supuesto, ven aquí la posibilidad de alterar la correlación de fuerzas en su favor para un nuevo desarrollo de su política.

En este marco, la crisis del imperio y la crisis de su forma de Estado neoliberal abren posibilidades en un escenario por demás complejo por el peso de más de 40 años de crecimiento de la estrategia neoliberal de consolidación del gran capital financiero transnacionalizado.

Las tendencias económicas

Más allá de la crisis política del imperio como Estado de Estados y la posibilidad de la sucesión económica, la gravedad de la crisis económica, genera serias dudas de que la alternativa posible a la globalización neoliberal que ha acompañado la política norteamericana, provoque situaciones aún más trágicas que la crisis en curso, a través de una recesión persistente debido al desplazamiento de las dinámica del trabajo productivo y que pueden conducir a incrementar aún más la desigualdad tanto en los países del sur como del norte global.

En este sentido, hay dos tendencias económicas que se han venido desarrollando pre-pandemia y en la situación actual afectan de manera tajante: una nueva oleada de financiarización basada, como hemos dicho, en la hipertrofia de la inversión en plataformas digitales y, asociado a esto, una tendencia muy acelerada a la digitalización del trabajo como nueva forma de des-localización y flexibilización de la clase trabajadora de norte a sur.

La salida de la crisis de 2008.  La política de salvataje a los bancos de inversión y grandes empresas no financieras que adoptaron los países de la Eurozona, Estados Unidos y Reino Unido, generó un proceso de hiper-liquidez global, es decir, una sobre-abundancia de dólares. Por supuesto, esta sobreabundancia de dinero mundial estuvo vinculada al mantenimiento de tasas de interés de los Bonos del Tesoro estadounidense y se mantuvo hasta el 2015 cercana a cero. La consecuencia de esta situación de dinero barato no produjo un proceso de acumulación de capital productivo sino por el contrario una revitalización de colocaciones financieras en deudas soberanas y activos financieros vinculados a las empresas de plataformas. Las empresas de tecnología lideran el ranking de empresas con mayores cotizaciones bursátiles y representan más del 33% de las 100 empresas mejor rankeadas, seguidas por las empresas financieras (18,6%) y las químicas y de farmacia (11,9%). Este nuevo polo de financiarización que es el capital tecnológico, absorbe buena parte de la liquidez mundial y conduce a una enorme centralización del capital, sobre todo del capital estadounidense: Apple, Amazon, Alphabet, Microsoft, Facebook, son las empresas que mejor cotizaron durante los últimos años y son todos ellas de capital estadounidense. Esto nos da un indicio de por qué la guerra comercial con China, pero centralmente el desarrollo de la tecnología 5G, se convierte para Donald Trump en una cuestión de Estado en la puja por no perder su capacidad hegemónica.

Por supuesto que este proceso de financiarización recargado tiene impactos diferenciales entre norte y sur. En el norte las altas finanzas permitieron canalizar el dinero hacia un nuevo sector hiper-rentable, las finanzas en el sur tomaron la dinámica de endeudamiento seguida de fuga de capital y de especulación cambiaria (donde Argentina y Turquía son los ejemplos más importantes. Luego de 2015, la Reserva Federal impulsó una política de fortalecimiento del dólar a través del incremento de las tasas de interés, recuperando parcialmente el protagonismo perdido tras más de una década en la cual los llamados “mercados emergentes” habían logrado ser atractores de capitales globales.

Por ello es que podemos afirmar que la estrategia de la FED intensificó la retracción de los flujos de capitales desde el sur global al norte global. Como es de esperar, el corolario de esta nueva oleada de predominio financiero es la mayor dependencia del sur endeudado, la mayor inestabilidad sistémica y el estancamiento de las ramas productivas que ha sido una constante en occidente. Esto es, en definitiva, poner al capital por sobre las necesidades populares. La aparición del coronavirus aceleró este proceso y provocó la caída del único polo dinámico de la economía productiva global: China.

La mencionada concentración de dinero en ramas de tecnología, sobre todo en las plataformas digitales, es una cuestión clave y es que va de la mano con la tendencia a la digitalización del trabajo que el marco de la pandemia ha acelerado notablemente. El dinero volcado a las empresas high-tech avanza en el control del capitalismo mundial a través del control de los datos. El crecimiento exponencial del capitalismo de plataformas que producen nuevas formas de consumismo y control político es uno de los aspectos de mayor peso de lo que se ha dado en llamar la la cuarta revolución tecnológica.

Las situaciones aislamiento social que han proliferado como forma de combate a la pandemia, ponen sobre el tapete un debate urgente que el capitalismo neoliberal en declive destaca: el trabajo digital como nueva solución flexibilizadora. En cierta medida, la mayoría de las corporaciones desarrollan un discurso en el emprendedurismo y trabajo en el hogar son beneficios para el uso más libre del tiempo.

La crisis de occidente y las alternativas del Sur

La crisis en curso es mucho más que el coronashock. Es la crisis de un modelo civilizatorio que ha llegado a su techo y que expresa crecientes niveles de deshumanización en cada intento del imperio por recuperar el terreno perdido.

Más allá de la profundidad de la crisis, sólo comparable con las perores crisis de la historia del capitalismo, y la incertidumbre asociada a la pandemia, la normalidad pre-crisis no aparece como un horizonte viable ni deseable. En este sentido, es un momento que da lugar a pensar en una etapa de transición hacia otro modelo societal a escala global. Dicha transición, ¿conducirá a una sociedad más justa, o bien a una barbarie que no conocemos aún? Imposible predecirlo. Pero si es posible afirmar que entre pares alternativos Estado/Mercado, Estatismo/Liberalismo, Multilateralismo/Unilateralismo, para los países del sur las alternativas viables para proyectos de desarrollo autónomos y soberanos debe abonar a una tríada formada por las primeras propuestas de cada par.


Sobre el autor

Emiliano López es Investigador del IdIHCS/CONICET-UNLP. Miembro del Instituto Tricontinental de Investigación Social. Integrante del Grupo Geopolítica y Economía desde el Sur Global. 




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