Última carta a Borges

Me gustaría tenerlo, Borges, más cerca mío y más cerca de Ud. mismo. Le prometo una lápida, con dos fecha “y el olvido”.

Buenos Aires, Año del Corona Virus:

Con atraso involuntario pude al fin visitarlo en su amada Ginebra. El hecho circunstancial de que Ud. está en un prolongado reposo, y yo  demuestro algunas señales de mayor vitalidad, es una anomalía que el tiempo corregirá en breve. Si es cierto, como dice Agustín, que la muerte es simplemente pasar a la habitación de al lado, en poco tiempo podremos conversar de nuevo.

Es importante destacar que esa forma de niebla persistente que es la distancia, no ha conseguido ocultar los contornos vivos de nuestra última entrevista. Recuerdo perfectamente que al atardecer de ese día viajaría a San Pablo, Brasil,  para  cumplir la rutina que lo cansó en el último trayecto de su vida, recibir homenajes,  doctorados “honoris causa”, premios, que muchas  veces, era Ud. mismo quién les otorgaba un honor que no tenían. Al recibirlos, habitualmente les dejaba a los presentes  marcada una imagen viva esculpida por su quebrada voz. Algunos lo entendían.

Hablamos telefónicamente cerca de mediodía. Yo colaboraba para que su viaje fuera exitoso, y Ud. tuvo la delicadeza de regalarme un recuerdo, literariamente real, supongo. ”Fue en Brasil, en Santana do Livramento donde tuve el privilegio de ver el brillo macabro de una pelea a cuchillo. Las serpientes de acero danzaban hasta que una de ella abrió su propio túnel en la ropa y la carne de un mulato. Dobló las piernas, lo sostenía el cuchillo que le daba muerte, y como una lámina de gelatina se fue cayendo con la dignidad del silencio y la boca cerrada”.

Después, siguiendo el hilo absolutamente literario de su vida, me entregó su genealogía que construía en ese instante,  tan feliz como mi gozo, Ud. se deleitaba  de la historia que nacía en su boca, su ascendencia portuguesa, esa “esforzada gente” que Camôes describe, su búsqueda de los Borges en la guía telefónica de Lisboa, y el Brasil  entrevisto entre tules, sin nombre aún, en Os Lusíades.

Fue la última vez que hablamos. Después seguimos ese fatigante ejercicio que es la vida y que los dos practicamos en nuestros respectivos papeles obligatorios, sin analizar el costo de lo que entregamos, tratando de preservar algún centro del corazón, ese reducto que aún no negociamos. Ambos tuvimos una sucesión de lealtades contradictorias, ejercitando esa  especie de tolerancia genérica, tanto para nosotros mismos como para todo ser humano.

Ambos practicamos el periodismo, esa técnica que como lo sabía Chesterton “consiste en escribir en el espacio que deja libre la publicidad”. Hay sistemas  por los cuales puede vivir un periodista sin mayor aflicción, ejerciendo su profesión,  hermana menor de la literatura. Al fin y al cabo la literatura  es el subproducto frívolo de la filosofía.  Pobres periodistas, teniendo la obligación  de ser inteligentes todos los días.

Acertadamente eligió Ginebra para ser ciudadano, a lo que no llegó, y para morir, meta que cumplió. Ginebra es una ciudad orgullosa hasta la soberbia. Con la misma vanidad que Roma, la expresa bajo el emblema de la humildad perfecta: los muros limpios, vacíos de la catedral calvinista de San Pedro, que frecuentaba frente a su casa proclaman en silencio: “Vean nuestra humildad. La falta de adornos es evidente, Nuestra austeridad refleja nuestra superioridad” Axioma que  siguió como columna vertebral, y que le permitía con su sonrisa asimétrica similar a la de Gardel, resolver una discusión de café con la sobra de un trozo de la saga de Volsunga, del viejo sajón.

Es correcto que este alojado en el Cementerio de los Reyes, tanto por el nombre, como por lo que en él se guarda. Advierto que no respetaron el  epitafio que había elegido y publicado: “… solo pido las dos abstractas fechas, y el olvido”. Ud. se casó con María Kodama unas semanas antes de su muerte y ella es, en apretado fascio;  tanto su viuda, como su promotora, heredera universal,  CEO de Borges Corporation, si es que existe, etc. con  un sentido del márquetin intuitivo, agudo y escenográfico. Si murió en Ginebra debía ser enterrado en el cementerio de Plainspalais o de los Reyes. Ella se encargó de poner en escena su tumba, de vestirla,  en  piedra gris de Córdoba, tallada con textos en sajón antiguo, que ni ella y probablemente Ud. tampoco, sabría leer, con figuras vikingas, una nave, la marcha de unos guerreros, las imprescindibles fechas, su nombre; un poco denso el todo.

Lo supongo a gusto en su descanso.  Está bien rodeado por  vecinos con los que hubiera estado a gusto en una mesa. A pocos metros suyos está el lecho del Teniente Coronel Sir Henry Gomm quién fue Ayudante del Duque de Wellington durante la batalla de Waterloo y aún masculla su resistencia a estar en el frente de combate, cuando había demostrado largamente su valor en la mesa del Estado Mayor moviendo arriesgadamente sobre los mapas unidades del  ejército. Wellington lo mando al frente, fue herido y murió al año siguiente de Ginebra.

A  pocos  metros un rectángulo de cuidado césped, enmarcado en una reja metálica mínima de unos 30 cm. de alto es una de las tumbas más significativas. Solamente dos letras la nominan, “J.C.” que corresponde a Juan Calvino, acaso el hombre que conformó Ginebra en el siglo XVI desde el púlpito de la Catedral. La más perfecta abstracción, sólo “JC”, casualmente las mismas iniciales que Jesu Cristo, una tumba despojada que vocifera como un redoble su humildad.

Y saliendo por la alameda central se halla el enterramiento de Francôis Diday que rompe la línea de moderación y silencio con una explosión de mármol blanco y ángeles con trompetas. Diday fue pintor paisajista suizo de cierta fama que murió en 1877. Hoy es casi desconocido y hay que buscar en los diccionarios su nombre. Solo han pasado 140 años desde su muerte y da la impresión que no es necesario conocer su obra.

Sentí un soplo frío profundo y amargo. Me dio la impresión que todo ese cementerio De los Reyes,  no era otra cosa que la colección museal de la vanidad, y asomó la voz profética de Jorge Manrique quien en 1550 nos enseñó que llegando a la muerte, “son iguales los que viven de sus manos y los ricos”.”Que a papas y emperadores y prelados/ así los trata la Muerte/ como a pobres pastores de ganados”  Porque al fin y al cabo que son esos juegos, acertijos, iniciales, sagas, idiomas desconocidos, que  son, sino “rocío de los prados”.

Me gustaría tenerlo, Borges, más cerca mío y más cerca de Ud. mismo. Le prometo una lápida, con dos fecha “y el olvido”, y le aseguro que Ud. tiene razón, fuera de toda esa hojarasca que hoy le rodea, será recordado, “por un verso feliz… alguna frase”, y entrará para siempre al grupo de los grandes de la literatura universal. “Cuando amaine su fuerza brillará aún más su valor” nos enseña la Canción de Maldon.

 Con el afecto de siempre: Hugo Martínez Viademonte. 


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