Los detalles estremecedores del cuádruple femicidio de Barreda

El femicida que asesinó a su esposa, sus dos hijas y su suegra en 1992 murió este lunes a los 83 años. Se encontraba internado en el geriátrico Del Rosario, en la localidad bonaerense de José C. Paz.


Domingo 15 de noviembre de 1992. Pasado el mediodía, un hombre de 56 años, canoso y con anteojos de marcos grandes, pasea con tranquilidad por el Zoológico de La Plata. Nadie a su alrededor imagina que unas horas antes, en su casa del centro de la ciudad, mató a escopetazos a su esposa Gladys Mac Donald, de 57 años, sus dos hijas, Cecilia de 26 y Adriana de 24, y a su suegra Elena Arreche, de 86.

Se trata del odontólogo Ricardo Barreda, que esa mañana se levantó en su casona de la calle 48 y le dijo a su esposa “voy a limpiar las telarañas del techo”. “Anda a limpiar que los trabajos de conchita son los que mejor te quedan, es para lo que más servís”, le dijo ella, siempre según su testimonio.

Meses después, en la indagatoria, aseguró que ese tipo de trato por parte de las cuatro mujeres de la casa era cotidiano. “Por un lado, conchita es la palabra que lo hace enfurecer, pero por otro lado es la palabra que lo salva de la sanción de gran parte de la sociedad que piensa ‘pobre tipo, como lo humillaban’”, opina Rodolfo Palacios, autor del libro Conchita. El hombre que no amaba a las mujeres, donde pone en duda ese relato.

En vez de limpiar el techo, Barreda decidió acomodar la parra y fue a buscar un casco en el bajo escalera para evitar algún accidente. Ahí encontró algo más que eso: sobre la pared había una escopeta Víctor Sarrasqueta, calibre 16,5, que su suegra le había traído como regalo de Europa. 

Tomó el arma y fue hasta la cocina, donde se encontraban su esposa y su hija Adriana. Si mediar palabras, les disparó, así, a sangre fría. Luego arremetió contra su suegra, que había bajado por las escaleras alertada por los ruidos; y, por último, contra su hija mayor, Cecilia, que alcanzó a decirle “¿qué hiciste hijo de puta?” antes de que la matara.

“Dios mio, ¿qué he hecho?”, contó en el juicio que se dijo a sí mismo sentado en el sillón, aferrado a su escopeta, luego de matar a las cuatro mujeres de la casa. 

Perpetrado el crimen, agarró su Falcon y se dirigió a un riacho en Punta Lara, donde se deshizo del arma y los cartuchos. Luego dio un paseo por el Zoológico de La Plata, visitó la tumba de sus padres y se encontró con su amante, Hilda Bono, en un hotel alojamiento. Después, fue a comer con ella una pizza..

Cuando regresó a su casa, ya de noche, desordenó algunas habitaciones y llamó a la policía. “Volví a mi casa de pescar y me encontré con cuatro bultos. Acá hubo un asalto”, le dijo. Para el subcomisario Angel Petti la palabra "bultos" decía mucho y desconfió de la coartada de Barreda acerca de un robo. Tras mostrarle el artículo 35 del Código Penal sobre la imputabilidad de las personas, Barreda confesó su crimen.

Durante el juicio, en agosto de 1995, Barreda ratificó su culpabilidad y relató toda la secuencia de disparos y muerte con una claridad y un nivel de detalles que aún hoy estremecen, mientras permanecía inmutable ante los jueces Carlos Hortel, Pedro Soria y María Celia Rosentock, de la Cámara III en lo Criminal y Correccional de La Plata.

El imputado fue condenado a reclusión perpetua por triple homicidio calificado y homicidio simple, en un fallo en el cual solo Rosentock consideró que Barreda era inimputable.

Tras 16 años de prisión, en mayo de 2008, fue beneficiado con el arresto domiciliario por la Cámara Penal platense y se instaló en un departamento en el barrio porteño de Belgrano, propiedad de su novia, Berta André, a quien había conocido mientras estaba en la cárcel. Pero en enero de 2011 se le revocó el beneficio por violar la condición otorgada, aunque un mes después, tras una apelación de su abogado defensor, pudo volver al domicilio. 

Finalmente, el 29 de marzo de ese mismo año, la Cámara Penal de Apelaciones de La Plata le concedió la libertad condicional al odontólogo. Ya sin su nueva novia, vivió sus últimos años en libertad total (desde 2016), pero en un geriátrico en José C. Paz, sin visitas, lejos de ser una "celebridad", como muchos lo consideraron en una sociedad machista y patriarcal durante muchos años. "El hombre que tomó venganza porque le decían 'Conchita' y cagó a escopetazos a cuatro mujeres". Nunca nadie dudo de ese discurso. 

Por varios años emprendió una batalla legal por la casa del cuádruple femicidio. Ese inmueble de dos pisos ubicada en en el corazón de La Plata, en 48, entre 11 y 12, que se encuentra deshabitada desde los asesinatos y que los vecinos ya no voltean para mirar. 

Sobre una de las ventanas del viejo consultorio del odontólogo se vio durante muchos años la frase “Barreda femicida”. Pero en su interior parece que el tiempo se mantiene inmutable desde hace 22 años. 

Las habitaciones se encuentran con todos los muebles desordenados, tal como los dejó el femicida para sostener su coartada, y aún el consultorio cuenta con las maquinas y la camilla que Barreda utilizaba para atender a sus pacientes. Por un agujero, sobre el portón que da a la calle, todavía se puede ver el Falcon verde, ese mismo que Barreda manejó el 22 de noviembre de 1992 para deshacerse del arma, ir al zoológico y encontrarse con su amante luego de haber matado a toda su familia.       

                   

Diarios Argentinos