Las elecciones y el bolsillo

¿Cómo se explica este resultado? O, mejor dicho, ¿cómo hacemos para explicar el resultado y la sorpresa a la vez? Si la explicación del resultado fuera contundente, no habría lugar para la sorpresa. Si la sorpresa es sustancial, el resultado parecería inexplicable. ¿Cómo salimos de este embrollo? Por la economía.

El pasado domingo 12 de septiembre se llevaron a cabo las primarias de las elecciones legislativas de este año, donde se reportó una dura y, para muchos, inesperada derrota del oficialismo nacional en prácticamente todo el país. Decimos inesperada porque, más allá de que estamos acostumbrados a los yerros de las encuestas de intención de voto, efectivamente no solo en el gobierno hubo un clima de sorpresa. ¿Cómo se explica este resultado? O, mejor dicho, ¿cómo hacemos para explicar el resultado y la sorpresa a la vez? Si la explicación del resultado fuera contundente, no habría lugar para la sorpresa. Si la sorpresa es sustancial, el resultado parecería inexplicable. ¿Cómo salimos de este embrollo? Por la economía.

Más allá de la búsqueda de identificación de patrones estructurales, algunos válidos y otros exagerados, lo cierto es que en la Argentina la democracia es plural. No solo hay alternancia, sino que no siempre los partidos de gobierno tienen mayorías legislativas, sino que a veces pierden las elecciones y, sobre todo, el mapa electoral es heterogéneo: en distintas provincias los resultados nacionales son diferentes, los subnacionales también, a veces los nacionales y subnacionales son distintos en una misma provincia e incluso cambian. Las fotos del día no son necesariamente representativas de los procesos más largos. En ese sentido, cabe preguntarnos por ciertas regularidades.

Entonces llegamos al meollo de la cuestión: ¿cuánto importa la economía en el voto? La respuesta es que mucho. Sin embargo, ¿qué significa “la economía”? ¿Qué elementos económicos son los que se ponen en juego a la hora de votar? Cabe recordar que no votamos solo los economistas, aunque la presencia mediática del gremio es significativa. ¿Cuando alguien va a votar y tiene en cuenta aspectos económicos, lo hace en función de lo que le dicen en la televisión o de lo que siente en su día a día? ¿Son fenómenos separables? Se escucha mucho en campaña: “apagá la tele y mirá la heladera”. ¿Pero con qué anteojeras miramos la heladera? ¿Qué variables económicas tomamos en cuenta y cuáles pasan desapercibidas? Y por último, ¿cómo traducimos esa observación de la heladera en un voto hacia algún partido político?

En principio, podemos postular que los motivos del voto no son necesariamente autoconscientes. No solemos hacer análisis objetivos y pormenorizados de las propuestas de campaña, sino que muchas veces votamos por valores, identidades, afinidades. ¿Cómo entra allí lo económico, que aparentemente se presenta como algo pasible de objetividad?

En los años noventa, la Convertibilidad parecía una vaca sagrada que nadie se animaba a cuestionar. Era, según se sostenía en todos lados, la piedra angular que evitaba las hiperinflaciones. El gobierno de Menem ganó las elecciones legislativas de 1993 durante su fase “exitosa”, de crecimiento económico y del salario real, pero también las ejecutivas y legislativas de 1995, cuando fue reelecto, ya en una fase de estancamiento. Esta fue, de hecho, la última vez en la historia argentina que un oficialismo ganó una elección en un año sin mejoras sustanciales de la economía. De hecho, en 1995 el PBI y el empleo se contrajeron casi 3 por ciento. El salario real cayó 7 por ciento (datos de Graña y Kennedy (2008). Sin dudas, si en ese momento hubo un voto económico fue por el control de la inflación.

En 1997 el peronismo perdió las elecciones legislativas, al punto que no pudo forzar una reforma que le permitiera a Menem presentarse nuevamente dos años más tarde. En 1999 ganó las elecciones el radicalismo. El salario real no paraba de caer desde 1994, el empleo desde 1992 y el PBI desde 1997. Sin embargo, ninguno de los tres principales candidatos de 1999 (De la Rúa, Duhalde y Cavallo) planteó el fin de la Convertibilidad. En 2001, dos meses antes de la renuncia de De la Rúa, se expresó con fuerza el “voto bronca”, alcanzando los nulos y blancos guarismos altísimos, pero volvió a ganar el peronismo. Es difícil dudar de que había un voto económico, pero lo que se expresaba era, ante todo, un rechazo a la corrupción, a los políticos y en todo caso a los bancos. Hizo falta una crisis económica y social enorme para que el miedo a la hiperinflación deje de atar a la economía argentina a una Convertibilidad que ya era insostenible. En todo caso, sí había sectores que lo planteaban, cada vez más grandes, en los movimientos y organizaciones sociales, en los desocupados y los piqueteros, pero no se expresaban en las urnas. Es decir, las últimas tres elecciones de la Convertibilidad, que se condicen con el ciclo de cuatro años de derrumbe del modelo económico, fueron triunfos opositores.

La recuperación económica comenzó a fines de 2002 y una de las razones por las que Néstor Kirchner ganó la presidencia en 2003 fue la promesa de continuidad de algunos ministros del gobierno interino de Duhalde. En particular, de Roberto Lavagna. Con el empleo y el producto recuperándose rápidamente y el salario real un poco más despacio, Kirchner ganó unas elecciones disputadas. En 2005, con el empleo y el producto creciendo a tasas elevadas y el salario real subiendo aun más, arrasó en las legislativas, donde Cristina Fernández fue candidata a senadora por la Provincia de Buenos Aires. Bajo la misma onda expansiva, el kirchnerismo volvió a arrasar en las elecciones presidenciales de 2007, ahora con Cristina Fernández como candidata. El ciclo de éxito electoral indisputado del kirchnerismo es indisociable de su éxito económico.

El año 2008 estuvo caracterizado por el conflicto entre el gobierno y las patronales agropecuarias por las retenciones, conformándose polos opositores mucho más sólidos y potenciándose el rol opositor de los principales medios de comunicación. Hacia fines de ese año estalló la crisis económica mundial y en 2009 la economía se estancó. En ese contexto, donde se combinaron elementos políticos y económicos de descontento, el kirchnerismo perdió sus primeras elecciones, incluso llevando a Néstor Kirchner como candidato a diputado en Provincia de Buenos Aires y convocando a gobernadores e intendentes a ejercer de candidatos testimoniales. La economía volvió a crecer y mucho en 2010, un poco menos en 2011 y Cristina Fernández fue reelecta con el 54 por ciento de los votos, ganando en todas las provincias excepto San Luis y sacando una diferencia de casi cuarenta puntos con el segundo. Con una impronta mucho menos cohesiva, mucho más integrada en lo que los medios llaman “grieta”, pero con un presente económico exitoso, la victoria del oficialismo fue la más alta desde el retorno de la democracia.

Aquí cabe hacer una pausa en el recorrido histórico para discutir qué significa una situación económica dada. La foto de 2011 era muy buena, pero su sostenibilidad estaba en discusión, al punto que el propio gobierno empezó a utilizar el eufemismo “sintonía fina” para referirse a la necesidad de hacer algunos ajustes. La primera versión del cepo cambiario se instaló apenas ganada la reelección y se comenzaron a aplicar ajustes tarifarios. Sin embargo, los diagnósticos de la sostenibilidad no eran los mismos para todos: mientras la ortodoxia insistía en que el problema era el déficit fiscal como consecuencia del elevado gasto público (que había crecido, por ejemplo, con el establecimiento de la Asignación Universal por Hijo en 2009), la heterodoxia entendía que lo que estaba pasando era que el país se estaba quedando sin dólares: cuando la economía crece, aumenta la demanda de importaciones; cuando los ingresos crecen, aumenta la formación de activos externos; sin generación de dólares al mismo ritmo, es imposible sostener el crecimiento de la economía, incluso cuando todavía había margen para que aumenten el empleo y la utilización de capacidad instalada. ¿Los votantes sabían esto o lo tuvieron en cuenta a la hora de votar? Seguramente sí, pues en los medios se hablaba todo el tiempo del tema (sobre todo la versión ortodoxa), pero el voto a Fernández fue abrumador igual.

Hacia las legislativas de 2013 empezó a abrirse una división interna del peronismo, que se coronó con la victoria de Sergio Massa en las legislativas de la Provincia de Buenos Aires. Si bien 2013 no fue un año recesivo, sí lo fue 2012. Los problemas económicos que empezaban a manifestarse en 2011 ya eran evidentes dos años después, y sin apoyo político interno era imposible implementar las medidas estructurales necesarias para romper con esas restricciones. Los aumentos salariales empezaban a impactar más sobre los precios internos y sobre el tipo de cambio, potenciándose el ciclo espiralado de la inflación por puja distributiva. Así, 2014 volvió a ser un año recesivo, pero en 2015 la economía volvió a crecer y hasta bajó la inflación. Sin embargo, la unidad opositora, la persistencia de problemas económicos irresueltos, algunos de ellos particularmente irritantes para ciertos grupos sociales (como el cepo cambiario), y la división interna primaron y en 2015, a pesar de subir el salario real, el gobierno perdió las elecciones. Es cierto, por muy poco margen y hasta forzando a un cambio de timón en el discurso opositor, pero perdió y asumió Mauricio Macri.

En 2017 hubo nuevamente elecciones legislativas. Si bien 2016 fue un año difícil, con inflación record, caída de los salarios, caída del empleo y recesión, en 2017 hubo recuperación y reactivación. Los salarios reales totales subieron un 2 por ciento, pero los de los trabajadores privados registrados alcanzaron un 4 por ciento. El modelo económico macrista estaba en la cresta de la ola y el tipo de cambio estaba estabilizado en el valor real más bajo en décadas, con lo que los salarios en dólares eran elevados. Todo ese modelo se sostenía con un endeudamiento había comenzado en 2016 y aun no había tocado sus límites. En ese contexto, donde, de nuevo, la sostenibilidad del modelo no estaba del todo expuesta, el oficialismo ganó las legislativas en prácticamente todo el país. Es más, la retórica oficial hacía referencia a que luego de las elecciones el gobierno obtendría el apoyo popular y legislativo necesario para avanzar en reformas estructurales. Al igual que en 2011, muchos entendían, sobre todo en la heterodoxia, que el modelo no era sostenible.

Desde marzo de 2018 el esquema macroeconómico empezó a tambalear y en 2019 el macrismo sufrió una derrota gigantesca. Todos los indicadores económicos empeoraron vorazmente, pero sobre todo el salario real, que cayó como consecuencia de una inflación que superó los 50 puntos. Sin embargo, para parte del oficialismo y del sector financiero los resultados fueron sorpresivos. Antes de las primarias de agosto, el gobierno planteaba que estos problemas económicos podrían sortearse fácilmente a partir de las buenas relaciones con los mercados. Luego de ellas, la culpa ya no era propia sino del gobierno que vendría, en el que los mercados ya no confiarían.

A diferencia del kirchnerismo en 2015, el macrismo en 2019 no se dividió. A diferencia del kirchnerismo, el macrismo nunca dejó de tener a la mayoría de los medios de comunicación a su favor. A diferencia del kirchnerismo, las explicaciones oficiales sobre los sucesos económicos nunca dejaron de ser las preponderantes. Sin embargo, la derrota fue enorme. Es imposible desconectar esto del desempeño económico.

En diciembre de 2019 asumió Alberto Fernández con una propuesta de restitución del poder adquisitivo. Más allá de algunas medidas iniciales, como los aumentos de salarios y jubilaciones, a los tres meses llegó la pandemia y todos los proyectos tuvieron que adaptarse. Ningún juicio sobre el desempeño económico es válido si no tiene en cuenta este contexto especial. En 2020 todos los indicadores siguieron empeorando, salvo la inflación, pero esta volvió a repuntar desde inicios de 2021. Es cierto que el gobierno priorizó las medidas sanitarias y que podemos discutir hasta qué punto la caída de la economía fue consecuencia de ellas o de la pandemia en general. Las expansiones fiscales que se implementaron para compensar la caída de la actividad fueron necesarias pero insuficientes y no se prorrogaron más allá de fines de 2020. La recuperación de la actividad en 2021 es importante, la del empleo también, pero los salarios siguen en niveles bajísimos.

A pocos días de las primarias, parece quedar claro que el gobierno apostaba a que las explicaciones sobre el desempeño económico, cuyos resultados son innegables, estuvieran asociadas a la pandemia y a la herencia del gobierno anterior, y que los votantes en su mayoría valoraran otras cosas, como por ejemplo la política sanitaria o los planes de vacunación. Incluso hay quienes podrían haber esperado apoyos por el impulso a la ley de interrupción voluntaria del embarazo o a otras agendas que se han puesto en práctica. Hay también quienes valoran negativamente estos aspectos, sobre todo los sanitarios, en virtud del elevado número de muertes por covid que registra el país. En cualquier caso, desde el gobierno esperaban otras valoraciones.

Lo cierto es que la desazón económica se puso de manifiesto y no alcanzó la explicación de que la culpa es de la pandemia o del macrismo. De hecho, el caudal de votos del macrismo se mantuvo, pero ante la caída del peronismo este pasó a ganar en la mayoría de las provincias. El voto económico volvió a imponer sus condiciones en las sensaciones inmediatas, como siempre y más allá de cualquier explicación que podamos encontrar a por qué la economía está como está.

En síntesis, la última explicación económica que fue capaz de esquivar una caída de la actividad, el salario y el empleo y permitir que un oficialismo gane elecciones en Argentina fue la Convertibilidad y su promesa del fin de la inflación. Luego de ello se sucedieron doce elecciones. En cinco de ellas ganaron los oficialismos (2003, 2005, 2007 y 2011 el kirchnerismo; 2017 Macri). En todas ellas la economía estaba creciendo, la desocupación bajaba y el salario real subía. En siete los oficialismos perdieron (1997, 1999, 2001, 2009, 2013, 2015 y 2019, y por el momento viene perdiendo en 2021). Solo 2015, y en menor medida 2013, registra un desempeño económico medianamente aceptable, en un contexto complejo y con una derrota por escaso margen en el ballotage.

Con estos datos, es difícil prever una victoria del oficialismo si la recuperación económica no acelera su ritmo. Mientras no rijan grandes narrativas que permitan contener el malestar a partir de promesas creíbles, como lo fue la Convertibilidad hasta que se derrumbó en la mayor crisis económica de la historia, será prácticamente imposible desligar el voto económico de las sensaciones más inmediatas. El bolsillo no es lo único que importa en una elección, pero sin el bolsillo es imposible ganar. Pareciera que eso quedó claro el domingo pasado. 

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