La soberanía de parir cómo, dónde y con quien quiero

Por: Lorena Ribot

Moda, tendencia, modalidad de parto, capricho. Parir con respeto, ¿es todo esto?

“Juana Repetto, tendrá un parto respetado con una doula”, dispara desde un título un portal de noticias híper visitado, donde lo que se cuenta es que hay una mujer mediática, que desafía al modelo vigente de atención de los nacimientos y como una niña rebelde, confronta con la norma, con lo establecido.

Esta mujer no sólo tiene el tupé de buscar un embarazo en soledad (madre soltera), sino que también quiere parir como ella quiere, sin intervenciones y acompañada por otra mujer, que no es parte del sistema de salud, y que se ofrece para estar con ella cuando deba atravesar el trabajo de parto, hasta el nacimiento del bebé. Esta mujer, la doula, cuenta con un saber proveniente de su propia experiencia maternal y puede conectarse con la mujer embarazada, a través de la empatía y la actitud de servicio. Doula viene del griego y significa mujer que sirve.

Cada vez hay más mujeres que deciden evitar el modelo intervencionista de parto y nacimiento que rige por estas latitudes, que está aún muy arraigado en las prácticas obstétricas, a pesar de que en la Argentina desde hace ya doce años gozamos de la protección de la Ley Nacional 25929, de Derechos de Padres e Hijos durante el Proceso del Nacimiento, que se fundamenta en la no intervención del mismo, la no medicalización y la consideración de que los protagonistas de este evento (madre e hijo), son personas sanas, no son pacientes. La palabra paciente proviene del latín patiens que significa “el que sufre”; a la vez, de esta misma raíz verbal pati deviene la palabra paciencia. Es decir que la paciente es aquella persona que sufre calladamente, pacientemente… un concepto completamente alejado de lo que es un proceso vital, como el parto. La palabra paciente encasilla a la mujer en un rol que se ha establecido por una necesidad ajena, una necesidad de dominación y condicionamiento, de norma, de protocolos.

Deseo, no padre, donante, madre soltera, doula… cuántas palabras desafiantes para hablar sobre la maternidad, algo que le ocurre a la gran mayoría de las mujeres, pero que generalmente va en sintonía con otras palabras: deber, sacrificio,  abnegación, conceptos que se siguen premiando como si en ello habitara la aprobación social. Ser una buena madre, siempre atenta a los demás.

Las preguntas de algunos y algunas periodistas (más preocupante aún), basadas en los prejuicios clásicos acerca de los peligros y horrores que podrían suceder, rondan cada entrevista a una mujer que cuenta que quiere tener un parto respetado, gozar y disfrutar del nacimiento, porque tenemos instalado ese paradigma, el que dice que parir es peligroso, y que es mejor correrse a un costado y dejar que otros lo hagan por una... Si me sale lindo, mejor, y si no, lo mismo, deberé ser feliz por la llegada de mi hijo, sea como sea… ¡Cuac!

“¿Qué es lo snob de un parto respetado en una clínica con mi doula, obstetra y partera sin intervenciones INNECESARIAS?”, publica Juana Repetto en su Twitter, evidenciando la intolerancia social que se ve manifiesta cuando hay una mujer soberana que decide serlo y mostrarlo.

“Creo que hay algo muy patriarcal y violento en enjuiciar. Cuando estos prejuicios son de mujeres, es mucho más doloroso y brutal y muestra falta de sororidad. Creo que lo hacen desde el miedo, la crítica, el señalar con el dedo, el reproducir el sistema”, opina Vanina Cavallini, presidenta de Mujer Íntegra.

Cuando una mujer se anima a obrar con lealtad a sí misma, ¡el resto trina!, parece que se activara la alarma de una línea de producción de una fábrica que marca que algo está yendo mal y hay que corregirlo o remediarlo rápidamente ¡Cómo vas a salir del sistema! ¡No! 

La mujer que toma decisiones informadas por sobre todo es soberana de sí, no es rebelde per sé, es autónoma. Es leal a sí, luego a su familia, comunidad, tribu, sociedad, etc. Está instalado que la mujer tiene que satisfacer, conformar, que tiene que obrar como se espera que lo haga. Parece que la lealtad debiera ser al otro primero, a sus pares, a sus hijos, hijas, etc.; pero la primera lealtad es a una misma, ser coherente con una y ser soberana de sí”.

Las elecciones en el orden de lo sexual, la libertad de ejercer la capacidad reproductiva como a una le parezca y luego la manera de transitar el nacimiento de los hijos y la forma de crianza, siguen siendo temas de qué hablar y opinar, a pesar de que constituyen hechos de la vida privada y personal de cada una de nosotras.

Mariana Areso es doula. Actualmente preside la Asociación Civil Doulas Comunitarias. Desde hace algunos años trabaja en el Hospital de Morón, junto a otras 40 doulas que realizan un voluntariado, acompañando a las mujeres que llegan a parir en esta institución pública.

“Nuestra figura para quienes sostienen el viejo paradigma incomoda: aunque muchos prefieren vernos como una moda, cada vez más mujeres desean nuestro acompañamiento, en medio de la mirada prejuiciosa y desinformada de muchos que nos ven como sinónimo de parto domiciliario”, reflexiona Areso.

Las doulas ofrecen a la mujer un apoyo, un sostén físico y emocional, basado en la necesidad de un acompañamiento amoroso, de otra mujer que empatiza, se pone en el lugar de la protagonista y se espeja en su necesidad. Es una figura que consolida la fuerza de la mujer que pare, que la anima, que le recuerda su poder y su saber ancestral.

Claramente es un concepto contracultural, ya que en el sistema vigente predomina la negación de la mujer y de su protagonismo. Nuestros partos han sido intervenidos y medicalizados al extremo, tanto que no hacemos nada sin la autorización del médico o institución, dudamos de las potencialidades de nuestros cuerpos, nos dejamos acostar, cortar, en nuestras venas circulan productos, drogas, nos anestesian, aceptamos que nos traten como a niñas (“portate bien, no grites”), entregamos a nuestros bebés recién nacidos resignándonos a no poder abrazarlos sostenidamente en esa vital “hora sagrada” que es el inicio de la vida, aceptando prácticas invasivas e innecesarias, al menos en ese exacto momento.

“Durante el trabajo de parto se trabaja con las posibilidades que ofrezca el entorno, ya sea un parto domiciliario o en una institución, o haciendo un trabajo de parto en la casa. En la institución, la doula se enfoca básicamente en lograr cuatro premisas fundamentales: intimidad, poca luz, espacio cálido, no activar el neocórtex. Trata de enfocarse en brindar recursos para que esa mamá pueda aliviar los dolores”, continúa Areso, describiendo el trabajo de las doulas. Y agrega: En nuestro voluntariado demostramos todos los días que es posible que haya doulas en Hospital Público acompañando partos”.

 

Las nuevas miradas que surgen en torno al nacimiento de nuestros hijos e hijas están marcando una tendencia no sólo en los medios y la prensa, sino que va construyendo y deconstruyendo a la vez, una perspectiva diferente de lo que hasta hoy, significó la maternidad para la mayoría de las mujeres. Un evento mayoritario en el género que se originó como un hecho privado y personal y que ha sido apropiado por un sistema que buscó (y sigue buscando) el disciplinamiento femenino para poder ejercer el dominio sobre algo que no puede ser controlado, si no lo es por la coacción psicológica del miedo y los prejuicios.

Las nuevas formas de nacer no son nuevas, son originarias a la especie, son auténticas, son corporales, pulsionales, responden a la fisiología más pura de nuestros cuerpos. Lo que estamos haciendo como sociedad que busca mejorar y trascender es darle una protección en el marco de leyes y costumbres que borren el autoritarismo y el afán de dominación.

Porque lo personal también es político y, por lo tanto, transformador.

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