La racionalidad del peronismo racional

Por: Martín Astarita

Una de las “novedades” de la política argentina es el lanzamiento formal del autodenominado peronismo alternativo y racional, integrado hasta ahora por cuatro dirigentes: Sergio Massa, Miguel Ángel Pichetto, Juan Manuel Urtubey y Juan Manuel Schiaretti.

El nuevo espacio se propone como una alternativa para 2019, apostando a convertirse en una tercera opción, equidistante del gobierno actual y del kirchnerismo. De esta manera, todo pareciera indicar que el peronismo se presentará una vez más dividido y que, al igual que en 2015, tres tercios (Cambiemos, FPV, y peronismo racional) se repartirán la mayor porción de los votos. Para muchos, se trata de un escenario favorable al gobierno, al darle a Macri la posibilidad concreta de ser reelegido el año que viene.

Frente a esta coyuntura, cabe preguntarse: ¿cuál es la racionalidad del peronismo racional? ¿Por qué no busca la unidad opositora, construyendo puentes con el kirchnerismo? ¿Acaso obtener el premio mayor, la Presidencia, no genera los incentivos necesarios para forjar un solo peronismo? ¿Se trata de una fuerza política que es un mero satélite del gobierno o tiene autonomía y objetivos propios? Una perspectiva histórica tal vez ayude a responder algunos de estos interrogantes.

En primer lugar, el deseo de la unidad no posee muchos fundamentos empíricos que lo justifiquen. La última vez que el peronismo fue unido, en las presidenciales 1999, perdió, con la fórmula Duhalde-Ortega, mientras que dividido, ganó tres elecciones consecutivas (2003, 2007 y 2011). Es cierto que así también conoció la derrota en 2015, pero fue en un balotaje muy ajustado, luego de doce años de permanencia en el poder (del FPV), y habiendo ganado tanto en las PASO como en la primera vuelta de ese año. En conclusión, lo que parece irracional es la pretensión de forjar a toda costa una unidad cuyos resultados no necesariamente aseguran el éxito electoral.

En segundo lugar, el breve documento fundacional del peronismo racional, por su tono y lenguaje (“representamos hoy al peronismo democrático, republicano y federal, ese que siempre escuchó al pueblo; que aprendió de sus errores y supo renovarse y cambiar”), trae indudables reminiscencias del peronismo renovador de los años 1980.

Además del vocabulario, hay otro común denominador entre los viejos renovadores y los actuales: la pretensión de ajustar cuentas con los que -en su visión- fueron los responsables de la derrota en cada caso: en 1983, los sindicalistas; en 2015, el kirchnerismo. Sin embargo, por encima de estas similitudes, afloran fuertes diferencias entre ambos procesos.

Quienes condujeron, con éxito, la “purificación” del peronismo en la década del ‘80 se trazaron desde el principio objetivos muy concretos: reducir la influencia de los sindicalistas dentro del partido, democratizar su estructura interna y poner en la conducción a “políticos profesionales”. Aunque la aspiración mayor era reconectar al peronismo con las capas medias de la sociedad, los renovadores centraron su estrategia puertas adentro, en el entendimiento de que volver a ser exitosos electoralmente dependía ante todo de institucionalizar y modernizar el Partido Justicialista.

Con ese horizonte, puede resultar paradójico que lo que distinguió a los renovadores en 1985 fue haber competido con un espacio propio, diferenciado del PJ. Sin embargo, la racionalidad de esa apuesta consistió en juntar fuerzas por fuera (forjando alianzas por “abajo”, con Intendentes y fuerzas locales) para inmediatamente volver a disputar la conducción justicialista en mejores condiciones. Y de hecho fue lo que ocurrió: aunque en aquella elección, el radicalismo fue el vencedor, la relación de fuerzas dentro del dividido espacio peronista favoreció a los renovadores, lo que les permitió en 1987 ganar la conducción de un peronismo ya reunificado.

Hacia 1988, los objetivos de la Renovación estaban cumplidos: los dirigentes sindicales habían perdido influencia y conducían los “políticos” renovadores, habiendo subordinado a los sectores ortodoxos. En fin de cuentas, el PJ había dado pasos concretos hacia su institucionalización y democratización. En ese marco, “solo” faltaba resolver la nominación presidencial, que derivó en el conflicto entre dos renovadores: Menem y Cafiero.

Si “puertas adentro” la estrategia y la táctica del Peronismo renovador fue clara, concisa y exitosa, hacia “afuera” el recorrido fue más sinuoso y menos lineal. Sin pretender realizar un racconto exhaustivo de todo el proceso, cabe recordar que sus principales protagonistas, Menem y Cafiero, no tuvieron una única y monolítica posición con respecto al gobierno de Alfonsín: hubo acercamientos y distanciamientos, sin adquirir durante muchos años de esa etapa un claro perfil opositor ninguno de los dos dirigentes.

No es difícil advertir la racionalidad imperante en esta estrategia a dos bandas (para dentro y para fuera del partido): en una época donde aun regía el bipartidismo, aspirar por liderar uno de los dos grandes partidos era un requisito sine qua non para tener expectativas presidenciales. De otra manera, los incentivos de “correr por dentro” y no en espacios alternativos al PJ eran visibles y concretos. Hacia afuera, los recorridos sinuosos de Cafiero y Menem también fueron lógicos: se acercaron al gobierno durante la primavera alfonsinista, y más tarde por necesidades de gestión (Cafiero como gobernador de Buenos Aires, Menem de La Rioja). Cuando la situación económica y social empeoró y se avizoraba ya el fin de ciclo, ambos intentaron despegarse y en ese movimiento, Menem tuvo más éxito, al atacar a Cafiero por “colaborar” con el oficialismo. Cabe decir, finalmente, que los tiempos del calendario electoral de aquel entonces fueron decisivos para la estrategia llevada adelante por los renovadores: con la duración del mandato presidencial de seis años, dispusieron de dos instancias legislativas previas (1985 y 1987, más elecciones a Gobernador este último año) para medir fuerzas y unificar la oferta peronista de cara a 1989.

Volvamos entonces a los Renovadores actuales, los del siglo XXI. Una primera gran diferencia emerge con sus predecesores: no parecen tener la voluntad de disputar la conducción del partido. Su lucha es por fuera, al menos por ahora. De hecho, desde mayo de 2016 hasta la actualidad -exceptuando la breve intervención judicial a cargo de Luis Barrionuevo- el PJ estuvo presidido solamente por José Luis Gioja. En contraste, entre 1983 y 1987, el PJ sufrió cinco cambios de conducción (Levitsky).

Una segunda diferencia parece ser el respaldo electoral de unos y otros: mientras que Menem y Cafiero tuvieron destacadas performances en sus respectivas provincias (La Rioja y Buenos Aires) a lo largo de toda la etapa, los cuatro fundadores del peronismo renovador actual tienen antecedentes más modestos. Massa perdió, en provincia de Buenos Aires, cerca de 3 millones de votos entre 2013 y 2017, y en la última elección quedó tercero en Tigre. Las trayectorias de Schiaretti y Urtubey, por su parte, resultan similares en un aspecto: aunque ganaron la gobernación en 2015, ambos perdieron las legislativas en 2017 a manos de Cambiemos, que parece haberse hecho fuerte tanto en Córdoba como en Salta. El derrotero de Pichetto, finalmente, es aún peor: el triunfo obtenido en 2013, que lo llevó a ocupar su actual cargo de Senador, parece muy lejano en el tiempo, tras haber perdido en 2015 en forma categórica (por casi 20 puntos) en la carrera por la gobernación, frente a Weretilneck.

Un tercer elemento es que, en parte condicionado por los dos factores anteriores, el peronismo renovador actual tiene como rasgo peculiar e identitario colaborar con el gobierno. Apuesta por dar gobernalilidad. Así entienden que debe ser un peronismo “racional”. Esa es su marca de origen, lo que le da sentido e identidad propia. Es con lo que busca diferenciarse del kirchnerismo y difícilmente modifique esta actitud de cara a 2019. Si los renovadores de los años 1980 se acercaron al oficialismo de ese entonces cuando Alfonsín gozaba de altos niveles de popularidad y se alejaron cuando cayó en desgracia, en los actuales renovadores parece influir más la necesidad de diferenciarse del espacio de CFK que los vaivenes que pueda sufrir Macri.

Un cuarto elemento, finalmente, es la variable tiempo. A diferencia de los años 1980, el calendario electoral se ha comprimido: cuatro años en lugar de seis, que dan lugar a una sola elección previa a la instancia de renovación presidencial.  La elección intermedia de 2017 no resolvió -y hubiese sido difícil que lo haga- la interna peronista. De aquel proceso no emergió ningún liderazgo indiscutido. Como se verá a continuación, la estrategia del peronismo racional parece haberse diseñado para el largo plazo, poniendo a la elección 2019 como la instancia en la cual se puedan saldar las diferencias con el kirchnerismo.

Reunidos los cuatro elementos que caracterizan su estrategia (no disputar la conducción del partido, aunar dirigentes con escaso sustento electoral, mantener una posición cercana y colaborativa con el gobierno, y esperar a que la elección general 2019 resuelva la interna peronista), puede responderse a nuestra pregunta inicial, acerca de la racionalidad que persigue el peronismo racional.

En tal sentido, es difícil imaginar qué incentivos pueden encontrar los renovadores en disputar la conducción del peronismo en estos momentos, en los que el liderazgo de Cristina Fernández parece difícil de superar internamente. ¿Sería racional para el peronismo alternativo enfrentar en las PASO al FPV, corriendo el riesgo de quedar prematuramente fuera de competencia? Por otra parte, cuando regía el bipartidismo, controlar el PJ era la antesala para llegar a la Presidencia, mientras que crear un espacio alternativo suponía aventurarse en un camino sumamente riesgoso. Hoy, en un escenario de mayor fragmentación partidaria y donde el sello del PJ no asegura nada de por sí, los costos de competir por fuera, en cambio, son menores.

El peronismo racional parece apostar a una estrategia de largo alcance, sin renunciar por ello a dar batalla en 2019. Su expectativa para el año que viene es atraer una porción grande del electorado, de aproximadamente el 40%, que se mantiene aparentemente por fuera de los dos polos de la grieta. Con esa expectativa, se abren tres escenarios posibles:

Primer escenario: Si la situación económica y social del país no mejora (o empeora), probablemente el oficialismo llegue muy dañado para las presidenciales de 2019. En esa situación, votantes descontentos de Cambiemos pueden migrar hacia el peronismo racional, que aumentaría así sus chances de entrar en un balotaje.

Segundo escenario: Si la situación económica y social mejora, aunque sea levemente, o al menos se estabiliza, en un mapa electoral de tres tercios desiguales Cambiemos puede imponerse nuevamente y así, Macri lograr la reelección. En ese caso, el peronismo renovador podría quedar mejor posicionado para 2023 que el FPV: una nueva derrota del peronismo le serviría para demostrar la responsabilidad del kirchnerismo por la grieta que alimenta, fundamental -según esta lectura- para garantizar la continuidad del macrismo en el poder. Presentarse en 2019, aun sabiéndose perdedor, sería dar testimonio de este diagnóstico. Agregado a ello, se sumaría la regeneración de expectativas por la imposibilidad de Macri de ser reelegido en 2023.

Tercer escenario. El sector peronista hegemonizado por el kirchnerismo se impone en las elecciones 2019. Sea CFK u otro candidato de este espacio quien obtenga la presidencia, en cualquier caso sería el primer mandato de un Presidente peronista, con lo cual tendría en principio todo dado para disputar la reelección en 2023. En definitiva, sería el peor escenario de los tres para el peronismo renovador.

Quisimos analizar la emergencia del peronismo racional desde una perspectiva histórica, no porque entendamos que el pasado está destinado a repetirse sino porque muchas veces en él podemos encontrar claves interpretativas para comprender un presente que, en la vorágine de los acontecimientos, se torna oscuro y de difícil comprensión.

En ese sentido, bajo un vocabulario y una meta en común -renovar el peronismo, ajustando cuentas con los responsables de la derrota-, se descubren importantes diferencias entre los renovadores de 1980 y los del siglo XXI. Echar luz sobre ellas, sin embargo, no nos llevó a negar la existencia de una racionalidad propia y específica del peronismo renovador actual. Si nuestro análisis es correcto, todo parece indicar que la emergencia de este nuevo espacio, más allá de sus circunstanciales integrantes, llegó para quedarse, siendo algo más que una expresión de la voluntad gubernamental por dividir a la oposición. En otras palabras, la división del peronismo, que ya viene de hace muchos años, parece gozar de buena salud. Paradójicamente, o no tanto, las posibilidades de un triunfo peronista en 2019 también.

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