La mujer como ornamento

Un laboratorio colombiano -que funciona en una edificación colonial en las afueras de la ciudad- descubre una nueva droga recreativa, basada en el principio activo de una flor autóctona que solo tiene efecto en las mujeres. Antes de lanzarla al mercado deciden experimentarla en cuatro voluntarias previamente escogidas, ofreciéndoles dinero a cambio.

El científico que dirige el experimento -casado con una artista plástica exitosa cuya obra parece ser más conceptual y críptica que material y observable- se enamora de una de las voluntarias y juntos forman un triángulo amoroso caprichoso y temporal.

Sobre la base de esta historia se desarrollan otros asuntos espinosos, que funcionan como espejo de la sociedad actual. Si la inclusión democrática, por la que tanto dice luchar el feminismo dominante, solo se hace posible a través del consumo superfluo en un mercado cuya dinámica, además, tiende a eliminar el disenso. ¿Se trata realmente de inclusión democrática o más bien de una exclusión reforzada y disfrazada de buenas intenciones?

El protagonista, amparado en el discurso progresista vulgar que ya no distingue derecha o izquierda,  está convencido de haber creado algo más que una droga y supone haber creado una obra de arte: “Y si es cierto que mi nueva droga no conoce distingos de clase, nivel adquisitivo o educativo entre las consumidoras, eso quiere decir que es posible una cierta idea de democracia basada en el consumo. Así parece demostrarlo mi nueva obra, feminista, igualitaria. Porque mi arte no es solo para una élite de enterados, como el de mi mujer. Mi arte es para todo el mundo (…) El único espacio de legitimación es el mercado, o sea el cuerpo y el mercado".


 

 

El decorado se calla, como dijo Moria Casán

 

La novela comienza con una cita de Ornamento y delito del arquitecto austríaco Adolf Loos, precursor del racionalismo arquitectónico. Según Loos, a comienzos del siglo XX el ornamento se volvió algo espurio y patológico, sin relación con alguna necesidad orgánica presente, ligado a una función estética e inerte del pasado. A lo largo del libro el autor busca relacionar esta forma particular de entender lo ornamental con el apetito femenino desmedido por las cirugías estéticas y la obsesión por una belleza perenne. “Es la primera vez que me fijo en su rostro, marcado por vaya a saber cuántas operaciones estéticas mal hechas, los labios como salchicha, la diminuta nariz de cerdo, las capas de maquillaje aplicadas como con espátula (…) Su rostro es puro exceso, un derroche de intenciones, el gasto por el gasto, el adorno fuera de control”, dice el protagonista refiriéndose a la voluntaria Número 2.

Número 4, la voluntaria de la cual se enamora, también hace comentarios similares sobre su madre, petrificada en la cama como una muñeca de porcelana, víctima de una alergia en la piel producida por tantas operaciones, insistiendo en que le pasen cremas que -con ironía- su hija imagina capaces de borrarla definitivamente.

 


¿Poliamor o aburrimiento y fin del amor?

 

La pareja de esta novela está acostumbrada a introducir a otras personas. El protagonista describe una situación similar con un estudiante joven que estaba escribiendo una tesis sobre la obra artística de su mujer. Lo que pretendía ser una aventura terminó siendo una forma más de entretenimiento hasta agotar sus posibilidades: “Mi mujer fue reemplazando la fantasía de la penetración absoluta por el goce destructivo de verme acabando en la boca del jovencito, que al final accedía a todo sin ofrecer ninguna resistencia (...) Naturalmente, el aburrimiento no se hizo esperar. La cosa no duró ni dos meses y al final mi mujer lo despachó”.

Cuando el experimento del laboratorio finaliza, el científico no soporta la idea de perder a Número 4 y por eso decide llevarla a su casa. A medida que la relación entre los dos se afianza los celos de su esposa se hacen evidentes y entonces fantasea con separarse e irse a vivir con ella. Sin embargo, Número 4 desaparece de un día para otro y los intentos por recomponer la relación marital no hacen más que constatar lo imposible que les resulta la convivencia rutinaria sin experiencias nuevas, como si fueran niños en lugar de adultos.

Ornamento también examina de un modo más sutil la mercantilización del arte y como la crítica periodística se asemeja cada vez más a una forma publicitaria. Por eso la mujer del protagonista, acostumbrada al exceso de halagos, queda atormentada frente a una reseña negativa de su última muestra. En alguna medida, la novela incluso refleja el uso dañino de las drogas, donde la adicción y el moralismo resultante prevalencen sobre otras capacidades y usos enriquecedores; o la arquitectura segregadora de las metrópolis latinas, donde la raza o el poder adquisitivo son criterios de separación lícitos y encubiertos.

Si como manifiesta la vulgata feminista, el patriarcado es el único responsable de las desigualdades que aún operan dentro del género, ¿por qué el usufructo del cuerpo y la belleza -que nunca fue ni será democrática-  en lugar de perder, aumenta su capacidad para seguir despertando toda clase de fantasías liberadoras y empoderantes entre las mujeres? Algo parecido piensa Número 4 antes de fugarse, convencida de que la educación fue siempre un camino más verídico y sensato.

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