La incorrección trucha

Correcto, incorrecto: ya no se sabe a qué aluden estas palabras. Pareciera que lo “incorrecto” implica cierto valor positivo por fuera de las reglas. Porque se es “incorrecto” en relación a una norma que se transgrede.

Correcto, incorrecto: ya no se sabe a qué aluden estas palabras. Pareciera que lo “incorrecto” implica cierto valor positivo por fuera de las reglas. Porque se es “incorrecto” en relación a una norma que se transgrede. Es “incorrecto” el niño que dice sus primeras palabrotas, el/la/le adolescente que mea en los canteros, o quien le pinta bigotes a la Gioconda o se fuma un faso en lugares desafiantes. “Incorrecto” produce un guiño: es la travesura adolescente que todos gustan de evocar como propia, aunque sólo hayan sido espectadores. Nadie quiere quedar del lado ortiba del relato, por muy botonazo que hayas sido antes, por muy botón que seas ahora.

Bien: todo esto es una deriva de significados actuales, y se podría prescindir, incluso, de la historia de la expresión, que en sus orígenes definía un lenguaje que procuraba no ofender ni lastimar a las comunidades en situación de desventaja.

Así, por ejemplo, se reemplazó “negro” por “afroamericano”, en la creencia de que “negro”, por sí solo, resultaba ofensivo (aunque black no es nigger) y de que un cambio de palabras bastaba para resolver la situación opresiva en que vivía y vive gran parte de la población negra en el capitalismo desarrollado. Aunque en rigor sólo la disimuló.

El extremo de ese tipo de “corrección” se vio hace pocos días en Inglaterra, donde la federación de fútbol suspendió por tres fechas y aplicó una de 136 mil dólares al uruguayo Edinson Cavani, del Manchester United, por decirle a un compatriota “gracias, negrito” en las redes sociales. Tan solo en Inglaterra, que tardó 106 años en incluir a un jugador negro en la selección.

“No digo negro de piel” es, mientras tanto, el tipo de confesión involuntaria que se escucha a diario, en boca de quien previamente adjetivó como “negro” a alguien a quien rechaza. Enseguida aclara que no es una cuestión de piel. Casi como decir “tengo un amigo negro”. Lo “negro” asociado, siempre, a lo que es preciso evitar. ¿Lo blanco? La pureza.

No muy lejos de esta visión higiénica se ubica el papelón que pasó en los años 60 el poeta soviético Evgueni Evtuchenko, con su poema dedicado a Martin Luther King: “Su piel era negra pero con el alma purísima como la nieve blanca”. Lo que mereció la respuesta del poeta cubano Nicolás Guillén: “¿Por qué no/ por qué no iba a tener el alma negra/ aquel heroico pastor?/ Negra como el carbón”.

En este caso el orgullo negro es “incorrecto": asume su identidad y la expone como parte de las contradicciones profundas de la sociedad.

Pero las disputas de sentido terminaron soplando la veleta hacia el otro costado. Vemos entonces que hoy lo “incorrecto” le da patente de transgresor al pensamiento de quien se burla del pobre, humilla al inmigrante o al villero, o se mofa del lenguaje inclusivo exhibiendo como virtud su conservadurismo represivo en nombre del “sentido común”. Dicho sea de paso, conviene distinguir la burla del chiste. En este último ríen muchos, en la burla sólo ríe el burlador.

En días como estos, cuando los ortibas de antaño posan de “transgresores” para su claque, pierde su valor la “incorrección”, sobre todo cuando es una máscara de agitación a favor de los contagios y las muertes masivas. La incorrección política se convirtió en la forma “políticamente correcta” de llamar al fascismo.

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