La incomodidad de perder el sentido

Para intentar entender esta obra conviene buscar primero algo que nos sirva de metáfora. Imaginen que están en los 60 y reciben una invitación para participar en un happening. Es el primero en el mundo. Nadie sabe de antemano a qué atenerse y al salir del evento los invaden sensaciones extrañas. Hay incomodidad y mucha confusión. ¿Puede ser arte cualquier experimento? El goce estético se convierte en una consecuencia cuasi azarosa, algo no buscado o buscado sin la seguridad de generarlo. ¿Una protesta puede tener fines estéticos? ¿Y la provocación? ¿Puede ser protesta y arte (o provocación y arte) al mismo tiempo o prevalece una sobre la otra? A priori no parece ser algo tan fácil de responder.

Es difícil catalogar como novela Acá empieza a deshacerse el cielo de Lucila Grossman. Podrían ser varias historias juntas que por momentos pierden el sentido, porque para los personajes la existencia termina perdiendo sentido. Algo nos dice el título con la palabra “deshacer”.



¿Qué nos hizo internet? ¿En qué nos convertimos? ¿Qué sentimos leyendo algo en un lenguaje desfigurado, que por momentos no se entiende o no agrega nada, cuyo propósito es más destruir que comunicar? El mundo se desintegra y lo vivimos como espectadores pasivos de las redes sociales. En este caso, como lectores pasivos.

Los protagonistas de estas historias podrían ser adolescentes de quince o de cuarenta. Aburridos, deprimidos, agotados y sobre todo drogados. Una y otra vez vuelven a empezar, no saben bien por qué, pero no saben hacer otra cosa.

El libro empieza con un cuadro de Jacques Louis David, El rapto de las Sabinas. Una obra neoclásica que representa un episodio mitológico de la historia de Roma. “Ni un celular a la vista, todos viviendo el presente, ojalá pudiéramos volver a esos tiempos”, dice arriba de la imagen. Pero hay algo más: se percibe el caos, algo tan antiguo como nuestra existencia arbitraria, porque existir es, al fin y al cabo, un cúmulo de caprichos.

En “Simulacro de evacuación” una cantante le escribe mails desde un barco a un novio que nunca le responde. La idea es entretener a los tripulantes, la diversión es una obligación -o por lo menos el intento- pero un virus extraño los hace desaparecer de a poco, como si se convirtieran en fantasmas. El escenario se torna apocalíptico, sin embargo conectarse a internet es más importante que sobrevivir. Es una epifanía del presente con pandemia. “Conservo mi cuerpo humano de casualidad. Repito eso como un mantra” (…) “Somos robots, data blanda, compuesta de píxeles, somos pastilleros porno pop adictos ab internet” (…) “Me imaginé a todos los teóricos que a vos te gustan, a todos los sociólogos, filósofos, 'pensadores', haciendo textos, apurándose por publicar teorías, si es que en algún lado hay Internet todavía, si es que en algún lado hay vida, tratando de enmarcar esto que pasa en un relato: es el fin del capitalismo. No. Estúpido. Imberbe. Es el momento más álgido y cruel del capitalismo. Selección natural. Guerra artificial, microbiótica, mórbida. (…) Me los imaginé vomitando, descubriendo la imposibilidad de retener ese impulso agresivo de buscar significación en todo: ese deseo religioso de que las cosas tengan sentido. Me imaginé que esto es una tragedia sin explicación”.



“Tutuca” está escrito en verso, como si buscara imitar un disco de trap. La rima es más importante que lo que se dice. Juventud es sinónimo de marginal que “habla mal”. Ellos buscan divertirse mientras afuera una lluvia ácida va deshaciendo lo que queda de un mundo precario. Se drogan, se emborrachan, bailan, roban. Todo es un hábitat desagradable de escombros en varios sentidos.

En “¿Qué revolución vas a hacer si te quedás dormida?”, por el contrario, hay exceso. La vida está demasiado asegurada. La protagonista es una chica gorda deprimida y acomplejada que mira a cada rato el celular. A su alrededor, los demás se llenan con cosas que se pueden pagar. Por aburrimiento se puede matar por un vino y un queso brie. “Lo bueno de no hacer nada con su vida es que, así, la muerte da menos miedo” (…) “¿Qué relaciones puede tener la gente que está siempre sedada?”.  Hasta que decide irse a Brasil, abandonar todo. Convertirse en una hippie nómade que hace artesanías berretas y vive drogada con hongos que encuentra en una isla. El relato se vuelve alucinógeno (incluso en los capítulos siguientes, con una estructura similar) y el lector, a esta altura, debe aceptar que el sentido de seguir leyendo, el ¿por qué y ¿para qué?, se pierde tanto como lo pierden todos en este libro.

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