La dificultad para sentir placer

Por: Walter Ghedin

Todos los seres vivos contamos con una fuerza vital que promueve el crecimiento y la maduración de sus tejidos, pero solo los humanos poseemos la capacidad de enriquecer el desarrollo con la experiencia del conocimiento y el mundo emocional. La dirección de las potencialidades innatas tiende a la búsqueda del placer y a evitar el dolor. No tenemos más que observar la inquietud del bebé cuando tiene hambre y la calma posterior al ser saciada esa necesidad básica. A medida que el bebé crece, “reconoce” a las personas cercanas prodigándoles sonrisas y al reaccionar con llanto frente a rostros desconocidos, hecho que Spitz denominó “angustia del octavo mes”. De esta manera, el medio adquiere sentido y le otorga valor afectivo a las personas y a los objetos que nos rodean. Esta investidura emocional parte de nuestro mundo interno y se posa en el exterior como una extensión del Sí Mismo, ejemplo: “mis juguetes”, “mi cuarto”, “mis padres”, “es mi casa”, y más adelante se sumarán ideas más abstractas: “mi barrio”, “mi patria”, etc. Cada una de estas apreciaciones de “lo mío” está cargada de afectos, como si la dirección siempre tendiera a sumar emociones placenteras y a rechazar el dolor. Resalto entonces que la búsqueda del placer en una tendencia innata, por lo tanto, cualquier desvío o inhibición de este debe considerarse una oposición a la energía primigenia, es decir, adquirida durante el crecimiento. La imposibilidad para sentir placer se fundaría, entonces, en esos primeros años de vida. El medio debe cubrir las necesidades vitales, pero además debe permitirle al niño el reconocimiento de los sentimientos de sus progenitores y su propio mundo emocional. El niño necesita contacto y expansión;  juego y desafío ante los límites impuestos; solo de esta manera se crea una unidad dinámica entre él y el entorno.

La vida sin disfrute

Muchos adultos con dificultades para sentir placer refieren haber tenido una infancia “breve”, con responsabilidades tempranas, o haber vivido en un medio familiar sin riqueza emocional, con escasa comunicación (verbal y no verbal) entre los miembros. Las conductas más relevantes en estas personas privadas de intensidad en los sentimientos agradables son: tendencia a estar solos, buscar actividades solitarias, no participar en eventos sociales, ejemplo: cumpleaños, salidas con amigos, acontecimientos familiares, etc.; indiferencia emocional (sentimientos lineales, aplanados); capacidades intelectuales o riqueza interior que no consigue expresarse adecuadamente, etc. No se deben  confundir estos comportamientos con los rasgos “solitarios” que suelen tener los adolescentes, que se recluyen en sus cuartos o que pasan muchas horas frente a la computadora, ni con la depresión: en este último caso, la pérdida del placer se llama anhedonia (pérdida del hedonismo) y es un síntoma que acompaña a la tristeza patológica junto con otras alteraciones de la esfera anímica y motora. Durante el episodio depresivo es casi una constante que las personas afectadas refieran que han dejado de hacer cosas por la falta de motivación además de que no le provocan emociones agradables. De esta manera, dejan de lado actividades cotidianas y de frecuentar amigos porque la vida social los aburre, aún los familiares y amigos cercanos. Estos síntomas depresivos ceden con la ayuda del tratamiento especializado, sin embargo, en algunos pacientes persiste el sentimiento de pesimismo frente a las cosas, son aquellos que ven el vaso siempre vacío, como si afrontar la vida fuera un esfuerzo permanente. En estos casos se habla de personalidades con una base depresiva: se quejan de todo, ven lo que falta y no lo que tienen, se quejan de que las personas se alejan de ellos sin darse cuenta de que su discurso y comportamiento motiva el alejamiento. Por lo tanto, dentro del espectro de personas que adolecen de sentir placer encontramos distintos ejemplos dentro de un espectro variado, desde la búsqueda de soledad hasta episodios y personalidades depresivas.

Personas desvinculadas del entorno

Las personalidades privadas de placer tienen problemas para sentir entusiasmo por las cosas, como si todo fuera lo mismo. Algunos autores (Millon) las denominan Personalidades Desvinculadas y las dividen en dos formas: las introvertidas, es decir, aquellas que tienen el humor aplanado, con escaso interés y reacción a los estímulos del entorno y las Inhibidas, sujetos que se recluyen por miedo y que rehuyen a todo contacto que pudiera herir su alicaída estima. De todo lo referido se deduce que la estimulación emocional de los primeros años es fundamental para que el niño configure su mundo emocional. La capacidad de juego, la espontaneidad, el desarrollo de la creatividad, de la imaginación, la comunicación en el seno de la familia, la contemplación de un mundo que, a pesar de las atrocidades y la violencia, sigue siendo bello, debe ser guía obligada en la crianza de los hijos.  


*Médico psiquiatra. Sexólogo.

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