La bicicleta y al fondo: una explicación del fracaso macrista

En las últimas semanas, al calor de la campaña electoral, se han revivido discusiones sobre el desempeño económico del gobierno de Mauricio Macri, que terminó el 10 de diciembre de 2019. La presencia en campaña electoral tanto de altos funcionarios de su gobierno, como María Eugenia Vidal, como de algunos de sus más férreos defensores mediáticos, como Martín Tetaz, ha abierto las puertas a un debate que sus propios protagonistas han decidido obviar e ignorar.

Que el final del gobierno de Macri fue calamitoso es algo que nadie se atreve a negar. El hecho de que en la noche del 27 de octubre de 2019 estuviéramos esperando el comunicado del Banco Central antes que el del presidente electo o del presidente en ejercicio derrotado es sintomático. Sin embargo, el expresidente Macri y sus adherentes insisten en sostener que su gobierno económico terminó el 11 de agosto, el día de las primarias en las que Alberto Fernández superó a Macri por dieciséis puntos, o cuatro millones de votos, prácticamente descontándose una posterior victoria en las elecciones generales.

Luego de ese día el dólar pegó un salto de más del 30 por ciento, pasando de 45 a 60 pesos. La explicación de los exfuncionarios es que “los mercados”, disgustados con la derrota y preocupados por un futuro kirchnerista sombrío, decidieron empezar a preparar las valijas. Más allá de la validez de esa afirmación -en tanto se descontaba que un futuro gobierno kirchnerista revertiría la apertura financiera vigente desde diciembre de 2015- de esta explicación surgen varias preguntas, que rara vez han encontrado respuestas de parte del funcionariado macrista:

  • En términos económicos, ¿cómo se llegó a un estado de fragilidad tal que una derrota en una elección primaria genera un cataclismo?
  • En términos políticos, ¿cuáles fueron las causas de semejante derrota electoral, especialmente luego de la victoria legislativa del oficialismo en las elecciones de 2017?
  • ¿Por qué, si el gobierno económico terminó, como sugiere Macri, el 11 de agosto, no se hizo nada para contener la debacle y recién se tomaron medidas el 27 de octubre, luego de las elecciones generales?

En este artículo esbozamos una respuesta a la primera de ellas, lo cual, de cualquier modo, permitirá esbozar indicios sobre las otras dos.

El proyecto económico del macrismo comenzó a fines de 2015 en el contexto de una economía con bajo desempleo, bajo endeudamiento externo, moderada inflación y fuertes tensiones cambiarias. Estas se expresaban en una elevada demanda de dólares, que requería regulaciones varias para poder sostenerse sin caer en una devaluación o un ajuste. Desde 2011 regía un cepo a la compra de dólares, que se había ido ajustando y endureciendo. El 10 de diciembre, cuando asumió Macri, el dólar oficial estaba a 10 pesos y el dólar paralelo a 16.

Ni bien asumió, Macri decidió dividir al Ministerio de Economía en dos: Alfonso Prat-Gay ocuparía la cartera de Hacienda y Luis Caputo la de Finanzas. Además, desplazado Alejandro Vanoli, el Banco Central estaría ocupado por Federico Sturzenegger, quien todavía estaba procesado por el megacanje durante el gobierno de Fernando De la Rúa. Entre sus primeras medidas se encuentra la eliminación de todas las restricciones cambiarias. Es decir, una apertura irrestricta de los mercados financieros, que llevó a una unificación del tipo de cambio en 14 pesos, con una flotación supuestamente libre.

Prat-Gay había afirmado que los precios de la economía ya estaban funcionando al dólar paralelo, con lo que la devaluación del tipo de cambio oficial no generaría un salto inflacionario. Esta aseveración se demostró falsa. En conjunción con un proceso acelerado de aumento de las tarifas de los servicios públicos, que estaban contenidas, la inflación acumulada de 2016 superó los 40 puntos, duplicando los valores de 2015. Pero hay más: 2016 fue el primer año en décadas en el que se registraron simultáneamente una caída del PBI y un aumento de las importaciones. Lo usual es que las importaciones y la actividad vayan de la mano, en tanto cuando la economía crece se necesitan más insumos importados y también sube el consumo de bienes finales del exterior. Aquí la apertura económica llevó a que incluso en un año recesivo la salida de dólares por motivos comerciales aumente.

Sin embargo, el gran juego de la economía no pasó por Hacienda sino por Finanzas y el Banco Central. El gobierno entendía que lo que debía hacer en primer lugar era estimular la inversión extranjera. Para ello, además del fin de las restricciones se establecieron tasas de interés en pesos muy elevadas, principalmente en las letras de corto plazo del Banco Central (Lebacs). La propuesta era la siguiente: el Estado emitía títulos en pesos (tanto del tesoro como del Banco Central), que eran comprados por fondos de inversión extranjeros, que por esta vía ingresaban sus dólares al país. Esa abundancia de dólares permitía mantener estable el tipo de cambio en un contexto en el que la balanza comercial daba pérdidas por el aumento de las importaciones junto con un insuficiente aumento de las exportaciones. Es decir, los dólares provistos por la inversión especulativa cubrían una brecha externa creciente al tiempo que viabilizaban la típica salida de dólares por formación de activos externos que había estado contenida por el cepo hasta 2015.

Claro está, para conseguir que los fondos de inversión participaran de este proyecto fue necesario regularizar la situación argentina en los mercados de deuda. Es decir, pagarle a los fondos buitre, aquellos que habían comprado títulos defaulteados después de 2001, no habían ingresado a los canjes de deuda y habían organizado un litigio permanente contra la Argentina. En abril de 2016 el gobierno pagó los 9.300 millones de dólares que reclamaban, sin quita, a valor nominal y con todos los intereses y punitorios dispuestos por el juez Griesa en Nueva York.

Entre abril de 2016 y marzo de 2018 funcionó la llamada bicicleta financiera. Los fondos de inversión traían sus dólares, los cambiaban por bonos en pesos a tasas altísimas -que llegaron al 70% anual- y, en tanto el tipo de cambio estaba relativamente fijo y el gobierno aseguraba la posibilidad de volver al dólar y salir, esas altas tasas en pesos se convertían en altas tasas en dólares. La devaluación nominal fue del 15% en 2016 y 2017, en tanto la inflación fue de 40% y 25% respectivamente. Es decir, un proceso de apreciación real, tasas de interés en dólares muy elevadas y tasas de interés reales positivas, que desalentaban cualquier tipo de inversión productiva.

Mientras el gobierno afirmaba que esta lluvia de inversiones sería el motor del desarrollo, pues generaría puestos de trabajo, aumentos de productividad y revoluciones tecnológicas, lo cierto es que las empresas productivas cerraban. La competencia extranjera fruto de la apertura importadora, las altas tasas de interés y, sobre todo, la caída de la demanda fruto de las disminuciones de la actividad, el empleo y el salario real fueron un cóctel destructivo. Durante el gobierno de Macri cerraron más de 20.000 pymes.

¿Cómo se sostuvo este sistema? En tanto los dólares que llegaban del exterior no se canalizaban al aparato productivo, ni mucho menos generaban un flujo de dólares que permitiese su repago, sea por el estímulo a las exportaciones o por la sustitución de importaciones, la única manera de pagarle a los fondos que querían salir o de evitar que lo hagan era aumentando los premios por permanencia: subiendo la tasa de interés. En este sentido, si la bicicleta financiera no canaliza inversiones que generen dólares genuinos, su funcionamiento es el de un esquema Ponzi o una estafa piramidal: los dólares que salen, engordados, se pagan con los dólares que entran. Conforme va avanzando, se vuelve necesariamente más inestable, puesto que se necesitan cada vez más dólares para pagar las crecientes tasas de interés de quienes desean salir.

En 2017 el modelo hasta parecía exitoso. La economía tuvo un crecimiento moderado y hasta se recuperó un poco el salario real. El gobierno reactivó la obra pública, principalmente en vistas a las elecciones de medio término, y el salario en dólares era relativamente elevado, dado que el tipo de cambio real se seguía apreciando. Es curioso, porque mientras tanto las pymes seguían cerrando y el empleo no llegaba a recuperarse. En este sentido, 2017 fue un año de un crecimiento similar al de la primera mitad de los años 90. Sin embargo, ese “éxito” fue efímero. En marzo de 2018 tuvo lugar la primera corrida cambiaria: dólares queriendo salir, pérdida de confianza en el sistema y devaluación. Si la convertibilidad había durado casi diez años, su versión 2.0 no llegaba a los dos años. Lo que se venía, y estaba claro, era la salida masiva de los capitales que habían entrado entre abril de 2016 y marzo de 2018.

Así fue que en abril de 2018 el presidente Macri anunció el inicio de conversaciones con el Fondo Monetario Internacional, las cuales se sustanciaron con un acuerdo stand-by en junio de 2018 por 50.000 millones de dólares, al que se agregaron otros 7.000 millones en septiembre. De ellos, finalmente se desembolsaron 44.000 millones.

En una entrevista televisiva reciente Mauricio Macri afirmó que la deuda total del país no aumentó con la firma del acuerdo con el FMI, lo cual es absolutamente cierto. Si entre 2015 y 2017 la deuda total aumentó en 80.000 millones de dólares, entre 2017 y 2019 lo hizo solo en 3.000 millones. El problema es que la participación de la misma en el PBI subió de 56% a 88%. ¿Cómo es esto posible?

Si el endeudamiento del gobierno argentino hasta 2015 era principalmente en pesos e incluso en gran parte intra sector público, la deuda que tomó el gobierno de Macri desde 2015 fue en parte en pesos -la de la bicicleta- y en parte en dólares. Desde 2018 la deuda es casi íntegramente en dólares, dado que la bicicleta ya estaba pinchada por las recurrentes devaluaciones. Entre 2017 y 2019 no solo el PBI cayó en términos reales sino que lo hizo enormemente en dólares, en tanto la devaluación fue del 100% en dos años.

¿Cuál fue, entonces, la función del préstamo del Fondo Monetario? Básicamente aportó los dólares para financiar la salida de los fondos que habían entrado con la bicicleta, incluso a pesar de que los propios reglamentos del Fondo prohíben que sus créditos se usen para ello. La deuda con el Fondo no fue nueva: fue lo que permitió cerrar el círculo, y el negocio, de la bicicleta financiera que se había abierto en abril de 2016.

Entre abril de 2018 y agosto de 2019 pasaron catorce meses en los que el gobierno cambió de ministros, de presidencias del Banco Central, de estrategias, pero nunca pudo enderezar el rumbo. Al contrario, el desempeño económico fue cada vez peor. Para evitar el default fue necesario incurrir en deudas cada vez más onerosas y usurarias. Se rehusaron casi obstinadamente a establecer controles de capitales, como si hacerlo fuera reconocer que el esquema que se había propuesto estaba condenado al fracaso. Pero así fue.

Cuando Macri perdió las primarias por dieciséis puntos en agosto de 2016 y al día siguiente el dólar pasó de 45 a 60 pesos, el descontento del mercado se basó en la certeza de que con un nuevo gobierno vendrían controles de capitales. Era lógico que quisieran salir lo antes posible y que eso ocasionara corridas devaluatorias.

Entre las PASO del 11 de agosto y las elecciones generales del 27 de octubre se fugaron 23.000 millones de dólares. Es decir, el gobierno económico del macrismo no había terminado. Al contrario, en vistas a una recuperación electoral que les permitiera acortar la distancia y sumar un par de escaños legislativos permitieron la huida del equivalente de medio crédito del FMI. Entre mayo de 2018 y octubre de 2019 la fuga fue de 45.000 millones. Es decir, el monto efectivamente desembolsado por el Fondo.

En síntesis, el gobierno de Macri apostó por una economía tirada por la inversión extranjera y depositó toda su confianza en el sistema bancario para canalizar correctamente la lluvia de dólares. A favor de estimular su llegada se levantaron todas las restricciones, se descongelaron tarifas, se promovió una caída del salario real y hasta llegaron a presentarse propuestas de reforma institucional para disminuir los costos laborales. Cuando tuvo que hacerlo, el gobierno no dudó en reprimir a quienes se opusieron a ello. Pero fracasó, incluso más rápido que lo que muchos creíamos. El esquema de atracción de inversiones especulativas llevó rápidamente, en menos de dos años, a una crisis externa fulminante. El resultado final fue una presidencia en la que creció el desempleo, cayó el salario, se triplicó la inflación, el tipo de cambio se multiplicó por seis, cerraron miles de empresas y se multiplicó la pobreza. Solo se enriqueció el sector financiero que supo jugar a la bicicleta y salir a tiempo.

Ahora que los exfuncionarios vuelven a hablar, sería deseable que al menos algunos de ellos tengan el tupé de hacer una autocrítica sincera y reconocer sus errores. Mientras no lo hagan, las premisas del modelo de la bicicleta seguirán estando vigentes. Y, mientras tanto, somos los 45 millones de argentinos quienes debemos hacer frente a una multimillonaria deuda con el Fondo Monetario.

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