Joe Biden: ¿Un giro de 180° en Medio Oriente?

“Nueva administración, nuevos aires, nuevos planes” pareciera ser el eslogan de Washington con Joe Biden como cabeza de la oficina Oval. Pero en Bagdad, Teherán, Damasco, Tel Aviv, entre otras capitales del Medio Oriente, el cambio de presidente en los Estados Unidos no significa nada más ni nada menos que la continuidad de viejas tendencias con respecto al tratamiento de los problemas que acarrea la región.

“Nueva administración, nuevos aires, nuevos planes” pareciera ser el eslogan de Washington con Joe Biden como cabeza de la oficina Oval. Pero en Bagdad, Teherán, Damasco, Tel Aviv, entre otras capitales del Medio Oriente, el cambio de presidente en los Estados Unidos no significa nada más ni nada menos que la continuidad de viejas tendencias con respecto al tratamiento de los problemas que acarrea la región. ¿Las promesas de cambio por parte del flamante mandatario pueden ser materializadas? ¿o Medio Oriente está condenado a los vaivenes de cada administración?

Joe Biden se enfrenta al desafío causado por el prontuario de su antecesor Donald Trump, que marcó una agenda de decisiones políticas en torno a Medio Oriente. Estos movimientos  alteraron los patrones de conducta de los Estados Unidos con sus homólogos de la región. Si bien la tradición estadounidense posterior a la invasión de Irak y Afganistán es retirarse de los países de Medio Oriente, la historia demuestra completamente lo contrario y la influencia norteamericana en las decisiones políticas sigue marcando el pulso de los regímenes de los Estados.

En lo urgente, Biden debe lidiar con el estatus nuclear de Irán. El presidente dijo en campaña que una de sus prioridades en el marco exterior es volver al Plan de Acción Integral Conjunto con Irán (JCPOA por sus siglas en inglés). El acuerdo adquirido en el mandato de Obama marcó un hito del demócrata en su política exterior, y durante el paso de Trump por la Casa Blanca una de las decisiones fue abandonar unilateralmente el JCPOA en el año 2018. A la salida del acuerdo se le sumaron bloqueos, sanciones y ataques directos a la República Islámica como acciones en el marco de la estrategia de “presión máxima” que imprimió Washington a Teherán.

Biden tiene escasos días para volver a unir esfuerzos diplomáticos con Irán, ya que una ley nacional sancionada en diciembre prevé, además de la reanudación del programa nuclear violando partes esenciales del acuerdo, una salida del mismo cuando no se cumpla la extensión prevista en el corriente año. La cuestión de las elecciones presidenciales previstas para junio del 2021 también son una preocupación para Biden,  las legislativas del 2020 dieron indicios de un giro a la rama conservadora política iraní, lo que implicaría una política exterior agresiva y aislacionista menos comprometida en mantener relaciones con los actores del sistema internacional.

¿Lo positivo? Javad Zarif, canciller iraní, expresó la necesidad de Estados Unidos al JCPOA con la posterior liberación de los bloqueos y sanciones para aliviar la economía nacional. Zarif dejó claro que en las negociaciones no se pondrá en manifiesto las cuestión misilística de Irán o sus influencias en los países vecinos como Líbano, Siria e Irak, entre otros. La administración Biden tiene el desafío de revivir y reestructurar una relación dilapidada por las acciones de su antecesor. Sí en la mesa chica de las negociaciones prima la prudencia para evitar la proliferación horizontal en materia nuclear en Medio Oriente, no debería ser una sorpresa un nuevo JCPOA o el regreso de Estados Unidos al mismo.

Tomando la idea de Sadjadpour, el activo de Biden en los Estados Unidos para Teherán representa una oportunidad y un desafío al mismo tiempo. Oportunidad en cuanto el levantamiento de sanciones pueda mejorar la situación paupérrima de la economía nacional, y desafío en cuanto el gobierno no puede seguir utilizando a Donald Trump en el discurso interno como pretexto y/o excusa para la represión, el bloqueo y los errores internos de la administración iraní.

Otro pilar fundamental de la política de los Estados Unidos en Medio Oriente es seguir apoyando a sus aliados en la región. Esta retórica de contención y apoyo a Israel, como la adquisición de nuevos activos para Washington, serán fundamentales. Esta estrategia de aliados es importante mantenerla ya que está relacionado a seguir incrementando sus áreas de influencia y abordar la cuestión China que comienza a proyectar poder e influencia en la región.

Los países que desarrollaron un lazo estrecho con el presidente Trump esperan con ansias y nerviosismo los primeros pasos en la política exterior de Biden. Saben y son conscientes que el demócrata no hará caso omiso cuando se asesine un disidente, como el caso de Khashoggi en Arabia Saudita, o se participe directamente en violaciones en masa de los derechos humanos de los ciudadanos, como El Sisi en Egipto.

Israel y el apoyo incondicional a Tel Aviv es una política de Estado que Biden no puede dejar de fortalecer, aunque se prevén cambios en dos áreas importantes para la política exterior de Israel:en primer lugar el programa nuclear de Irán, y en segundo término la construcción de asentamientos israelíes en Cisjordania.

Con respecto a Irán, Netanyahu sostiene que cualquier tipo de flexibilidad con Irán y la vuelta de los Estados Unidos al JCPOA sería un error para la administración de Biden. En la cuestión Palestina, no se espera el traslado de la embajada norteamericana de Jerusalén a Tel Aviv, ni dejar de reconocer territorios anexados. Biden piensa volver a ayudar económicamente a la Autoridad Palestina, así como la ayuda humanitaria a los palestinos y  también intentarán reabrir el consulado de Estados Unidos en Jerusalén. El presidente a corto plazo no impulsará un plan para solucionar el estatus de Palestina pero se aspira que en un futuro se pueda conformar una mesa de solución para el reconocimiento de los dos Estados para ponerle fin al conflicto que data desde 1948.

Pero el primer cambio a nivel sistémico se comienza a ver en la decisión del mandatario de ponerle fin a la venta de armas y otro tipo de apoyo a Arabia Saudita para una guerra en Yemen. El mismo presidente dio un discurso en la Secretaría de Estado el pasado jueves y calificó la situación del país como “una catástrofe humanitaria y estratégica”. La medida marca una clara disidencia con Trump, lo que terminará de revisar la posición estadounidense y su alianza con Riad. Además de cancelar contratos en venta de armamentos, la decisión implica terminar de dar apoyo logístico a los bombarderos saudíes en Yemen.

Ahora, Biden ya no está argumentando que el apoyo estadounidense estaba colaborando a llevar la guerra a una conclusión que detendría miles de muertes de civiles. Su objetivo es forzar a los saudíes a una solución diplomática, y nombró a un funcionario de larga trayectoria, Timothy Lenderking, para que actúe como enviado especial para negociar un acuerdo. "Esta guerra tiene que terminar", dijo el presidente en su discurso.

Lo que se va a mantener en cuestiones armamentísticas y de cooperación es en términos de Defensa, en palabras propias “vamos a ayudar seguir apoyando a Arabia Saudita a defender su soberanía y su integridad territorial y su gente” cita. En un contexto hostil con Irán, Estados Unidos seguirá dotando las capacidades de defensa aéreas y  cibernéticas del reino.

Se espera que se revisen las principales acciones de Donald Trump y se aleje del supuesto de que Estados Unidos debe participar de todas las guerras del mundo. Las promesas de retirarse militarmente de Siria, Irak y Afganistán marcan un círculo vicioso entre discurso y decisiones en el cual las administraciones suelen caer en la trampa de mantener su influencia.

Biden recibe una política exterior con aciertos y errores en los cuales se marcan como prioridades mantener la legitimidad en el seno interno, la cuestión China y sus alianzas transatlánticas. Si bien en la agenda de Biden la cuestión de cómo abordar los problemas heredados en Medio Oriente aún no parece una prioridad, se debe tener una estrategia clara y predecible para evitar caer en discursos vacíos sin medidas propias que mantengan la credibilidad de los Estados Unidos para el mundo.

Con el corto tiempo que Joe Biden ocupa la oficina Oval es imprudente hacer un análisis de lo que puede acontecer con respecto a sus decisiones en una región altamente volátil y que representa un desafío para cualquier administración. Los lineamientos de la diplomacia norteamericana son claros, realistas y accesibles, y con un equipo preparado  con vasta experiencia en el terreno las cartas están echadas para que un nuevo presidente estadounidense y su equipo ponga manos a la obra en Medio Oriente.

Los Estados protagonistas de las dinámicas de la región están agazapados y expectantes de estos cambios. Biden se enfrenta a grandes egos y personalidades que imprimen y buscan sus propios intereses en los países subyacentes. Nombres como Ntanyahu, El Sisi, Putin, Erdogan; Mohamad bin Salman; Rohani entre otros, aunque se les quiera restar importancia en las declaraciones oficiales, cualquier decisión que provenga desde Washington golpea, modifica y moldea las realidades de sus países.


Sobre el autor: Alejo Sánchez Piccat es licenciado en Gobierno y Relaciones Internacionales (UADE), maestrando en Defensa Nacional (UNDEF), especializado en cuestiones nucleares y Medio Oriente, fundador y director de Politólogos al Whisky.

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