¿Hacia dónde va Sudamérica?

Por: Mariano Fraschini


Con las elecciones de Argentina y Uruguay del domingo 27 de octubre se van cerrando las votaciones presidenciales sudamericanas de este año. Resta dilucidar el 24 de noviembre quién será el presidente uruguayo del quinquenio 2020-2025. Las posibilidades de un triunfo opositor  aumentaron luego de la victoria con sabor a poco del Frente Amplio (FA) que orilló el 40%, muy lejos del piso del 47% de los últimos quince años y más lejos del 50% requerido para ganar en primera vuelta. Como hemos repetido en varias columnas anteriores, los oficialismos corren con desventajas en los últimos años en la región. El ajustado triunfo de Evo Morales (ajustado en términos de que superó por sólo 0,4% la cláusula del 10% de ventaja frente al segundo), la derrota de Mauricio Macri en la Argentina, y un desenlace para nada alentador para el oficialista FA evidencia que el ejercicio del poder sudamericano está pasando por un momento de claras dificultades para mantener su estabilidad.

Observemos con un poco más de detalle. Desde la victoria de Mauricio Macri en la Argentina en noviembre de 2015 se realizaron 9 elecciones en Sudamérica de las cuales sólo en 4 triunfó el oficialismo (Ecuador, Paraguay Bolivia y Venezuela) y en 5 lo hizo la oposición (Perú, Chile, Colombia, Brasil y Argentina). Si sumamos la casi posible victoria de Lacalle Pou en Uruguay, la cifra aumentaría a 6, es decir casi las dos terceras partes de la muestra. Adicionalmente debemos indicar que en tres de los cuatro triunfos oficialistas se evidencian factores singulares que revelan las dificultades de los que “juegan de local”. En Venezuela la oposición más taquillera no participó de la elección de mayo de 2018, en Paraguay el candidato ganador provenía de las filas del Partido Colorado, pero era el opositor interno al presidente saliente, y en Ecuador, el triunfador de las elecciones realizó un giro de 180% en la política económica de quien fue su mentor. Solo Evo Morales logró imponerse en primera vuelta, pero con porcentajes muy lejanos a su promedio histórico del 60% de los sufragios. Sumemos a la variable electoral las dificultades evidentes que tienen los presidentes elegidos durante este último quinquenio (Venezuela, Ecuador, Brasil, Colombia, Peru y Chile) para dar cuenta, en toda su dimensión, del fenómeno de la inestabilidad que parece haber retornado a la región.

¿Cómo explicar este fenómeno de inestabilidad? ¿Tiene características comunes a las otras etapas históricas del continente? ¿Cuáles son sus diferencias y semejanzas? ¿Se trata más bien de un proceso de inestabilidad crónico para la región? ¿O sólo se explica a partir de variables económico- sociales? ¿Esta inestabilidad está asociada a la aplicación de políticas neoliberales? ¿O trascienden las fronteras ideológicas?

La transición a la democracia durante la década de los ochenta caracterizó la etapa donde la salida de los militares del gobierno y el ingreso de los civiles fue hegemónica en Sudamérica. Los liderazgos presidenciales que gobernaron la región tuvieron que lidiar frente a un escenario sumamente adverso caracterizado por dos grandes crisis a) la fiscal y de endeudamiento y b) las políticas (por sobretodo en relación a los militares) que sucedieron a la recuperación democrática. Desde allí que la inestabilidad cumplió un rol decisivo en aquellos años, en los cuales los presidentes del periodo debieron lidiar con conflictos estructurales con escaso éxito. De hecho la salida anticipada de algunos de los primeros presidentes democráticos y el veloz recambio en la cúpula del Estado de muchos de ellos, marcaron el pulso político de la primera década democrática.

Diez años más tarde, las reformas estructurales orientadas al mercado fueron la respuesta inmediata (y urgente) que dieron los presidentes sudamericanos a las consecuencias económicas de la “década perdida” en la región. Los tiempos, la profundidad y los alcances de las políticas neoliberales dependieron de la destreza y de los recursos de poder de cada presidente. En un contexto internacional sumamente auspicioso para la aplicación de dicha agenda de reforma (mundo unipolar conducido por EEUU, caída del bloque soviético y teorías acerca del “fin de la historia”) los presidente sudamericanos tuvieron suerte dispar: Carlos Menem en Argentina, Fernando Cardoso en Brasil y Alberto Fujimori en Perú, con distintas velocidades y alcances lograron la estabilidad presidencial que Fernando Collor de Melo en Brasil, Carlos Andrés Pérez en Venezuela, Abdalá Bucaram y Jamil Mahuad en Ecuador, Fernando De la Rua en Argentina y Gonzalo Sánchez de Losada en Bolivia no pudieron alcanzar. Asimismo estos presidentes debieron abandonar la primera magistratura antes del plazo establecido, inaugurando un fenómeno del cual no estarán exentos los presidentes en el futuro: la inestabilidad presidencial. La década del noventa, caracterizada por la aplicación del modelo neoliberal, tuvo como nervio gravitante a la inestabilidad política circunscripta en la figura presidencial. Es decir, las crisis no se extendieron al sistema democrático, sino que “frenaron” en la estación presidencial. Con ello, la democracia logró fortalecerse en un contexto de debilidad institucional, y la emergencia de mecanismos como el juicio político y la renuncia anticipada del primer mandatario, emergieron como salvavidas institucionales  del sistema.

El siglo XXI se inaugura con la victoria electoral de Hugo Chávez en Venezuela, y con un nuevo patrón de intervención estatal en la región con la finalidad de dar respuestas a las crisis que el neoliberalismo deja como estela a su paso. Las crisis estructurales hicieron eclosión con distintas velocidades y consecuencias durante el quinquenio 1998-2003 en la mayoría de los países sudamericanos. El abandono abrupto de las políticas del ajuste estructural, junto al inicio de políticas distributivas, proteccionistas y autónomas, le permitió a la región gozar de una inserción internacional menos dependiente de EEUU y más orientada hacia la exportación de commodities a nuevos mercados, en los que sobresale el rol gravitante de China. El ciclo político de los gobiernos del “giro a la izquierda” se caracterizaron mayoritariamente por ser el reverso del anterior: presidentes que logran reelegirse por más de un periodo (Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa, Ignacio Lula da Silva, CFK, Tabaré Vazquez y Michelle Bachelet, estos dos últimos no inmediatamente) gozando de una estabilidad política inédita para la historia sudamericana. A pesar de no estar exentos de la inestabilidad presidencial de sus pares del noventa (Fernando Lugo y Dilma Rousseff pueden dar cuenta de ello), fue la estabilidad presidencial la característica saliente del periodo.

El presente sudamericano desde el triunfo de Mauricio Macri en 2015 presenta aristas novedosas, si se las compara con las décadas precedentes. Este último quinquenio, a diferencia de la homogeneidad ideológica y de modelos económicos que prevalecieron en las décadas anteriores, se presenta como sumamente diverso, y con más interrogantes que certezas. Cuatro elementos distintivos, en mi concepto, emergen como desafíos para estos nuevos presidentes sudamericanos, que no estaban presentes en las décadas anteriores y representan un desafío a su estabilidad presidencial.

En primer lugar, la emergencia de un nuevo contexto internacional caracterizado por las apremiantes necesidades de los EEUU de poseer un mayor control sobre su “patio trasero”. La política agresiva frente a Venezuela, el apoyo incondicional vía el FMI a las políticas de Macri en Argentina, la sintonía inédita que se estableció con el presidente brasileño Jair Bolsonaro,  el permanente aliento (y con apoyos de toda índole) a los “aliados” Ecuador y Chile en el contexto de protestas ferozmente reprimidas, dan muestra de la preocupación del coloso norteamericano por controlar el escenario sudamericano, cual Teg geopolítico integral.

En segundo término, la inestabilidad presidencial, fenómeno que como observamos fue tan utilizado desde los noventa para “sacarse de encima” presidentes impopulares, hoy no se presenta como una receta tan fácil de manipular en la región. El rol de los militares, tanto en Chile como en Ecuador, como reequilibrador del sistema, surge como una variable gravitante, y salvo excepciones, ausente en el pasado. No se puede comprender la estabilidad de Lenin Moreno y Sebastián Piñera si no advertimos el nuevo rol activo de las fuerzas armadas en este contexto geopolítico. En el mismo sentido, pero por factores explicativos contrarios, el rol de los militares se torna decisivo para explicar la estabilidad de Nicolás Maduro en Venezuela y de Martín Vizcarra en Perú. Y lo tendrá en el corto plazo en la disputa interna boliviana, y en el grado de acompañamiento que darán los propios militares brasileños al primer mandatario cuando los sinsabores económicos emerjan en el horizonte carioca.

En tercer lugar, el agotamiento de la matriz económica sustentada en la exportación de commodities y en la reinversión de una porción de dicha renta capturada por el Estado para lograr disminuir los índices de indigencia, pobreza y desempleo, opera como otro elemento que convulsiona el contexto sudamericano.  El recambio veloz de las elites gubernamentales al que está sujeto la región se explica a partir de este nuevo escenario.

Por último, y ligado a este último punto, un conjunto de dinámicas políticas internas sumamente novedosas, dan cuenta de una nueva pintura regional, cuyos ejes centrales son los triunfos opositores y la heterogeneidad ideológica de los liderazgos presidenciales sudamericanos. Los oficialismos, como nunca antes en la historia sucumben frente a propuestas opositoras de cualquier color político. La derrota del macrismo en Argentina, la complicada situación del Frente Amplio para la segunda vuelta del mes próximo, la mala performance del oficialismo en Colombia, donde el uribismo realizó una muy mala elección regional, evidencian las tensiones y dificultades del arco gubernamental. Asimismo, no solamente Piñera y Moreno sufren el desgaste de poner en práctica modelos excluyentes y generadores de desigualdad social, sino que también los gobiernos del “giro a la izquierda” sufren de los mismos rigores del ejercicio del poder de sus pares neoliberales, aun gozando de buenaventuras económicas como en el caso boliviano. Hace escasas semanas, Perú estuvo a punto de caer en la inestabilidad presidencial, luego de que el duelo entre el presidente Martín Vizcarra y el parlamento se resolviera en favor del primero, mientras que Brasil continúa moviéndose al compás de un liderazgo presidencial al que cuesta imaginar cómo llegará al final de su mandato. En ese marco, la variable explicativa “la culpa del neoliberalismo” resulta insuficiente para dar cuenta de un fenómeno que está atravesando a distintos gobiernos con orientaciones ideológicas disímiles y con diferencias latentes tanto en el ejercicio del poder político, como en su  inserción local, regional e internacional.

Este nuevo escenario sudamericano nos revela una realidad que difícilmente se amolda a los esquemas tradicionales del pasado y nos invita a la originalidad explicativa. La estrategia de confinarse en el etapismo previo para observar posibles homogeneidades, no resultaría ser en esta coyuntura el mejor camino para penetrar en la realidad sudamericana. Esta nueva realidad nos exige más inventiva, y los procesos históricos previos ofrecen sólo un marco de referencia puntual. ¿Hacia dónde va Sudamérica? Una pregunta que nos llena de incertezas, y de escasas seguridades.



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