Game over: ¿final anunciado? Lo que dejó el asedio al Capitolio

El día después del asedio al Capitolio por parte del séquito de Trump nos deja con la ratificación de la victoria del candidato demócrata Joe Biden, con un total de 306 votos, superando cómodamente los 270 necesarios para ganar la elección, frente a los 232 votos del candidato por el Partido Republicano y presidente saliente, Donald Trump.

El día después del asedio al Capitolio por parte del séquito de Trump nos deja con la ratificación de la victoria del candidato demócrata Joe Biden, con un total de 306 votos, superando cómodamente los 270 necesarios para ganar la elección, frente a los 232 votos del candidato por el Partido Republicano y presidente saliente, Donald Trump.

Como es de público conocimiento, el pasado miércoles, un grupo de seguidores del presidente Trump tomó la sede del Capitolio en Washington tras superar las barreras de seguridad y la policía del palacio. Motivados y motorizados por el discurso previo de Trump frente a miles de sus seguidores en la Casa Blanca -en el cual Trump seguía sosteniendo infundadas denuncias de fraude-, los manifestantes obligaron a los congresistas a suspender la sesión de ambas cámaras que debía certificar la victoria del presidente electo, Joe Biden, en las elecciones del 3 de noviembre del año pasado.

Después de haber fogoneado a sus seguidores a manifestarse en el Capitolio tanto en el discurso en las puertas de la Casa Blanca como en sus redes sociales, Trump cede y acepta finalmente que su mandato deberá culminar el 20 de enero, prometiendo una “transición ordenada”. El presidente saliente estadounidense sostuvo: “pese a que estoy en total desacuerdo con el resultado de las elecciones, y los hechos me respaldan, habrá una transición ordenada el 20 de enero”, sin dejar de mencionar que “se continuará la lucha para garantizar que sólo se cuenten los votos legales”.

Tras los disturbios y la certificación de la victoria de Biden, también aparece el llamado de legisladores de ambos partidos, editoriales periodísticas y excolaboradores de Trump, entre otros, a destituir al presidente de su cargo antes de que finalice su mandato. Las dos formas de destituir a un presidente del cargo en los Estados Unidos son el impeachment (juicio político) y la 25ª enmienda de la Constitución. En cualquiera de las dos posibilidades, el vicepresidente se haría cargo hasta el juramento de Biden.

La 25ª enmienda contempla que el vicepresidente y una mayoría del gabinete pueden decidir que el presidente es “incapaz de cumplir con los poderes y deberes del cargo”.  Posteriormente, Trump podría declarar que no estaba incapacitado. Después de cuatro días, si el vicepresidente y la mayoría del gabinete no cuestionaran la determinación del presidente, este recupera el poder. Si refutaran la declaración del presidente, el asunto lo decidiría el Congreso. Si ambas cámaras determinaran por mayoría de dos tercios que el presidente está incapacitado, el vicepresidente continuaría desempeñando las funciones de la presidencia. Aunque es una de las alternativas, esta parece ser la opción menos posible, porque la historia de esta enmienda, adoptada tras el asesinato del presidente John F. Kennedy en 1963 y ratificada en 1967, deja claro que está destinada a casos en los que un presidente está incapacitado y no pueda cumplir sus funciones con normalidad, como una enfermedad física o mental.

Por otro lado, el presidente Trump podría ser destituido mediante un juicio político, proceso que comienza en la Cámara de Representantes, que es la que presenta cargos de que un presidente participó en un “delito grave o delito menor”. Si una mayoría simple de la Cámara aprueba la acusación, el proceso sigue en el Senado, que será el encargado de determinar la culpabilidad del presidente, y, finalmente, con dos tercios de los votos del mismo, podría condenarlo y destituirlo. Ahora bien, ¿de qué delitos graves y delitos menores se lo podría acusar a Trump? Como salió en varios medios estadounidenses e internacionales, la principal acusación es la de “autogolpe”, que implicaría el delito de fomento de la sedición o un intento de derrocamiento del gobierno. Pero, siguiendo a algunos analistas, Trump también podría ser acusado por un delito más general: deslealtad a la Constitución estadounidense y no haber cumplido con su juramento. El Congreso será finalmente el que defina si se trata de un delito grave o un delito menor y no se limita a los delitos penales reales.

Lo cierto es que, tenga el desenlace que tenga, Trump deja una democracia despistada, y la toma del Capitolio cuatro víctimas mortales, decenas de heridos y hasta el momento 64 personas detenidas. Los funestos y nefastos sucesos del Capitolio nos devuelven a nuestros propios logros, a nuestras superaciones, a nuestro ser del Sur tan golpeado por autócratas, delirantes sangrientos, mesías con uniforme, generales restauradores, violaciones masivas de los Derechos Humanos, medios de comunicación aliados del horror y una larga dependencia ante el Imperio del que hoy vemos como un poco ellos nos ven a nosotros. Como dijo el analista y periodista Eduardo Febbro en Página 12: “Lo impensable, lo nefasto, vino del Norte. Hay una forma inconfesable del espanto en la invasión del Senado de los Estados Unidos porque ni la más admirable y exquisita libertad que ofrece una sociedad evita que se propaguen los monstruos. Siempre estamos en peligro”.

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