Frente a la cultura machista, pedagogía de la igualdad

El patriarcado mata. Y nos dijeron infinidad de veces exagerades por esto. Ahora (otra vez) se cobró la vida de un pibe y sobrevino el horror colectivo. Y también las preguntas. ¿Por qué? ¿Cómo se pone un freno a esto?

Por Carolina Atencio y Jerónimo Guerrero Iraola


El patriarcado mata. Y nos dijeron infinidad de veces exagerades por esto. Ahora (otra vez) se cobró la vida de un pibe y sobrevino el horror colectivo. Y también las preguntas. ¿Por qué? ¿Cómo se pone un freno a esto? Ensayemos algunos intentos de respuesta, o como nos gusta desde este espacio, sigamos haciendo (nos) preguntas.

¿Es el rugby? No. Es la cultura machista. La práctica de un deporte en sí misma no puede nunca ser causa de un hecho de violencia. ¿Es el alcohol? Tampoco. De nuevo: es la cultura machista. Hay que repetirlo hasta el cansancio. Y también explicarlo, porque es la pedagogía la única manera de promover transformaciones culturales profundas que pongan patas para arriba este sistema que reproduce (y legitima) sistemáticamente desigualdad y muerte.

Pertenecer. No importa cómo ni a qué precio. Sostener la ilusión de legitimidad en el grupo es condición de existencia. Y los parámetros se fijan en función de un ideal en el que nadie se siente cómodo, pero tampoco nadie cuestiona. Porque es lo que es. Y si es otra cosa, te quedás afuera. Las patadas suman puntos en el machómetro: una carrera invisible en la que perdemos todes y, sin embargo, agota las inscripciones todos los años.

Las mujeres no somos las únicas que padecemos el patriarcado. Esta idea de que los movimientos feministas son “cosa de minas” se vuelve ridícula cuando un sábado cualquiera de enero un grupo de diez pibes mata a patadas a otro, en un episodio más de la competencia por la pertenencia a una cofradía que no podemos sostener más. Nunca más.    

No es el rugby, no es el alcohol. Es la relación de mierda que el patriarcado le impone a los pibes que consumen las dos cosas y los convierte en los monstruos que repudiamos, cuando ya no queda más nada por hacer y cuando es tarde para todo. O para casi todo.

Tal vez pensar que son determinadas personas o grupos sea una trampa lógica, esa excusa que usamos para pensar que “los malos” son siempre otrxs, que son identificables, y ello nos exime al mismo tiempo de vernos como potenciales vulneradorxs de derechos. Veamos un ejemplo. La mayoría de los abusos infantiles se dan en ámbitos familiares. Sin embargo, no hemos demonizado aún a abuelos, padres o tíos. El poder es así, transversal y microscópico, y nos convencemos de que el cuco está afuera. Pero, ¿está realmente afuera?

Por otro lado, en este mundo circular, corremos el riesgo de boicotear nuestras bases de pensamiento. Veamos. Afirmar que determinada persona o grupo es potencialmente agresiva o asesina se conoce como criminología de autor. Es decir, sacamos la acción para centrarnos en la persona. Absoluto esencialismo. ¿Y eso? Pensar que alguien tiene determinados atributos porque pertenece a tal o cual grupo.  El feminismo es, en esencia, antiesencialista. Rompe (busca todo el tiempo hacerlo) con esas equivalencias sobre las que se construyeron los sistemas de representación del mundo y las desigualdades. Ningún pibx nace chorro y ser rugbier no significa por sí mismo nada.

Es momento de mirar para adentro. Reflexionar y pensar. Hacernos preguntas sobre nuestros roles, revisar las expectativas construidas socialmente sobre nuestras subjetividades. Ver cómo fuimos escritos/as y qué hacemos con lo que han hecho de nosotres. Aunque para ello debamos derribarnos mil veces, deconstruirnos, abandonar privilegios, cualquiera sea: condición social, los construidos sobre el sistema sexo/género, los étnico-raciales, todos. Reponer el humanismo y preguntarnos, individual y socialmente cómo hemos llegado a un punto en que nuestrxs pibxs, en vez de soñar con la vida, prefieren coquetear con la muerte (como víctimas o perpetradores).

A esta pandemia de horror, violencia y desigualdad le vamos a responder. Siempre. Y lo haremos con militancia, convicciones y pedagogía de la igualdad.

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