“Fantasmas que giráis en torno mío...”

OPINIÓN. Así comienza un olvidado soneto que escribió Don Leandro Alem...


Así comienza un olvidado soneto que escribió Don Leandro Alem, pero también lo pueden repetir las paredes de casonas, edificios, estructuras, al menos de nobleza impostada que si no es real, lo figura y mesuradamente lo exhibe.

Carlos Villate Olaguer, representante de la juventud dorada argentina de comienzos del siglo XX, la que gastaba en Paris la fortuna que le regalaban las vacas en la Argentina murió muy joven, a los cuarenta y seis años. En su curioso testamento dona al Estado una quinta que poseía en Olivos, con la condición de que fuese destinada a ser residencia de los Presidentes de la República. De no cumplirse el requisito debería transformarse en espacio público para disfrute de la población.

La casona de la quinta había sido diseñada por el arquitecto Prilidiano Pueyrredón, otro bon-vivant que la había inaugurado en 1854. Se puede aventurar que desde el inicio de su historia la casa de la Quinta de Olivos debió registrar la trayectoria de sus dueños y habitantes. Nuestro Prilidiano fue un joven inquieto, formado intelectualmente en Paris, se recibió como arquitecto en el prestigioso Instituto Politécnico, el Harvard de entonces. Regresó a Buenos Aires, pero aquí optó por dedicarse a la vida artística llegando a ser probablemente el más destacado pintor argentino de la época. A él se debe, entre otras telas, el retrato de Manuelita Rosas, hija del Brigadier, que se conserva en el Museo Nacional de Bellas Artes.

Una faceta menos conocida del artista era su erotismo y su atracción por los desnudos femeninos. Retrató numerosas veces a su modelo predilecta, siempre desnuda, bañándose, en la cama con otra mujer, ofreciendo sus dones, etc. Pintó muchos retratos eróticos, pero a su muerte, un alma inocente, decidió comprar una parcela del Paraíso, con la piadosa quema de esas telas para evitar los pecados de los que contemplaran esos lienzos.  La modelo era multi-propósito. Se desempeñaba, también, como criada de la casa a cargo de las tareas domésticas, de modo que bien se puede decir que atendía a Prilidiano de día y de noche, en distintas funciones, con igual empeño. Cuidó de ella el artista y en su testamento le dejó bienes harto suficientes para mantener su vida holgadamente, ya que le había proporcionado tanta satisfacción a sus carnes y a su espíritu.

 Las paredes de esa casa ¿tendrán el registro de alguna ofrenda que su último dueño, Carlos Villate, haya hecho a Venus junto a alguna honesta señorita de la alta sociedad porteña que frecuentaba el propietario?  Silencio absoluto. De eso no se habla.

 Ernesto Guevara “El Che” tuvo una entrevista reservada con el presidente Arturo Frondizi en la Quinta de Olivos. ¿En qué habitación conversaron, que dijeron? Las paredes no cuentan nada.

Cuando la habitó el General Pedro Eugenio Aramburu ¿en qué habitación dormía la noche que mandó a fusilar a su compañero de promoción el General Juan José Valle?

¿El General Jorge Rafael Videla escribió sobre la mesa del comedor parte de las listas de los blancos, hombres y mujeres, que los Grupos Operativos debían cazar, interrogarlos “hábilmente”, y después fondearlos en el Rio de la Plata?

El quincho de la Quinta de Olivos debería recordar los alegres asados del Presidente Raúl Alfonsín con los muchachos de la Coordinadora, encabezados por Enrique “Coti” Nosiglia, Ministro del Interior, y sus amigotes que duraban hasta el amanecer en los que se fraguaba (en cualquiera de sus acepciones) la política nacional entre chinchulines crujientes y Caballero de la Cepa.

Luego el inefable Carlos Menem y su esposa Zulema Yoma, despótica, convencida que el cargo de presidente de la Nación es un bien ganancial y por lo tanto le corresponde por igual al matrimonio; de dudoso equilibrio emocional. Cuántas de las sucesivas novias de Carlitos “Juniors” que traía a la quinta sentadas atrás de sus poderosas motocicletas, hermosas muchachas, hoy conocidas empresarias, dignas esposas de deportistas, relevantes profesionales, que iban con trabajosa inocencia a conocer la habitación privada del hijo del presidente para admirar su colección de mariposas, o lo que Junior le mostrara.

Otras ocasionales invitadas del Presidente, solían tener diferentes gustos, por ejemplo Xuxa prefirió cobijarse en la penumbra del microcine, mientras que lógicamente,” Yuyito” Gonzalez paseaba bajo los árboles. Más recientemente Shakira se olvidaba recatadamente de sus bailes tipo Waka Waka cuando el padre de su novio Antonio, el Doctor De la Rúa, estaba en la casa.

¿En alguna de las habitaciones de la Quinta Estanislao Fernández, hijo del actual presidente de la Nación, se asume como personaje drag queen y comienza su transformación en mujer?

¡Qué pesada herencia de discreción y silencio reciben estas paredes! Virtudes casi olvidadas, propias de confesores, médicos y comisarios de pueblo. Ver todo, comprender todo, no decir nada. Un olvidado compositor de boleros de nuestros días decía tener un pecado nuevo para hacer con su enamorada. ¿Un pecado nuevo? Inocente propósito. Algo nuevo que no hayan hecho nuestros abuelos de Cromagnon, nuestros padres asirios, hindúes, manchúes, griegos, romanos… es muy difícil. Algo que no hayan visto las paredes de Jericó, Babilonia, Pompeya, Lesbos, que no esté representado en los templos de Khajuraho entre las estatuas del Kama Sutra; y modestísimamente   que no hayan visto nuestras entrañables paredes de la Quinta de Olivos: Vida, Muerte, Amor. Traición, Infamia, Lealtad, Sacrificio, Trabajo…

“Negras visiones que perturbáis mi alma”

“Ite missa finita est”. Vayan a sus casas, la misa ha terminado. Salud y Paz para las paredes de la Quinta de Olivos.



Sobre el autor

Hugo Martínez Viademonte es Periodista. Ex corresponsal de Inter Press Service, Estado de San Pablo y colaborador de las agencia internacionales.

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