Evo con lo justo

Por: Mariano Fraschini

Luego de cuatro días de incertidumbre, finalmente, computado más del 99% del escrutinio preliminar, Evo Morales se impone en primera vuelta. El presidente en ejercicio ratificó su poderío electoral tras vencer por el 47,05% de los sufragios al principal dirigente opositor Carlos Mesa de Comunidad Ciudadana (CC), quien cosechó el 36,5%. La Constitución boliviana establece la mayoría absoluta (más del 50% de los votos positivos) como forma de definir la elección, y un método complementario que prevé que si un candidato supera el 40% y lo hace con una ventaja superior al 10% frente al segundo, también se alza con el triunfo. Con este segundo requisito Morales logra reelegirse por cuarta vez consecutiva, luego de un polémico artilugio constitucional que le permitió sortear el impedimento que pesaba sobre su candidatura.

La oposición no reconoce el triunfo del MAS, y ya avisó que defenderá en las calles “la segunda vuelta”, definiendo a Morales como un presidente fraudulento, y al que consideran ilegitimo. En un modo muy similar a los esquemas desestabilizadores en Venezuela, la oposición boliviana esgrime ilegitimidad y fraude en partes iguales para no aceptar la victoria del presidente boliviano. Es cierto que el resultado es “muy finito”, pero se trata de una elección con una amplia ventaja para el oficialismo, y que cumple con el requisito constitucional: superar el 10%. Más que de cuestiones matemáticas, entonces, el problema en este caso es político, y su solución deberá ir por ese andarivel estratégico.

Pero volvamos a la votación del domingo, a su geografía electoral y al peso de las regiones en el triunfo del MAS. Comencemos por la performance oficialista. El primer mandatario fue a esta elección presidencial con la seguridad de su fortaleza electoral, la que se sostenía en las tres elecciones consecutivas ganadas en primera vuelta (53% en 2005, 64% en 2009 y 61% en 2014) por guarismos electorales mayoritarios, y en promedio superiores al 35% respecto a la segunda oferta electoral. Sin embargo, por primera vez, desde 2005, los resultados electorales arrojaron dos elementos excepcionales: el primero es que Evo Morales no logró superar la mitad de los votos y el segundo es que la diferencia con el principal candidato opositor alcanzó el 10,5%.

A pesar de que la elección se presentaba a priori como la más difícil del periodo, y que al iniciar el año el presidente boliviano se encontraba en las encuestas por debajo del candidato opositor, el oficialismo logró “dar vuelta” el escenario derrotista durante este año, y alcanzar un porcentaje de votos más alto de lo que se esperaba (alrededor del 40% marcaban los sondeos previos). Sin dudas, el desgaste del presidente luego de 14 años de gobierno, sumado a  la forma de conseguir una nueva chance electoral (perdió el plebiscito reeleccionista de febrero de 2016 y fue la justicia quien lo habilitó) conspiraron contra un desempeño similar al pasado. Sin embargo, luego de una década y media de gobierno, el MAS se mantiene muy competitivo, sostenido en una economía en franco crecimiento e índices económico- sociales que son la envidia de sus pares en la región.

La oposición, por su parte, encontró en Calos Mesa un candidato atractivo y competitivo. El expresidente boliviano (fue sucesor constitucional de Sánchez de Losada cuando éste renunció en 2003), quien fuera cercano al propio Morales en los últimos tiempos, logró enhebrar una propuesta electoral que aglutinó al voto opositor y anti evista, que sorprendió por su magnitud. Se trata, tal vez, de la oposición más moderada discursivamente, y el candidato que enfrentó a Morales con un comportamiento menos agresivo (al menos en campaña) que los anteriores. A pesar de que las encuestas lo ubicaban por debajo de la performance del domingo, el “voto útil” pareció bendecirlo en esta oportunidad, logrando polarizar la elección y alcanzar el porcentaje de votos más alto que la oposición haya conseguido desde 2005.

La distribución geográfica del voto volvió a sorprender por su “originalidad”. No se pareció al histórico duelo occidente vs oriente de la medialuna de 2005 y 2009, y estuvo lejos de pintarse todo de color azul massista como en la última elección presidencial de 2014. El oficialismo triunfó en La Paz, Cochabamba, Oruro, Potosí, Pando y Beni (con cuatro actas anuladas), mientras que la oposición lo hizo en  Santa Cruz, Chuquisaca y Tarija, es decir, el sureste del país. Una vez más, La Paz y Cochabamba volvieron a ser el fortín de Morales con 53% y 57% de apoyo respectivamente. En cambio, Santa Cruz fungió como el estandarte opositor, en donde Mesa le sacó 13% de diferencia a Morales, y Chuquisaca, la novedad, ya que por primera vez se pintó de distrito opositor.

En cuanto al legislativo, con los datos hasta acá, el oficialismo lograba 66 de 130 diputados (mayoría absoluta) y más de la mitad de los senadores (21 de 36), con lo que se aseguraba un importante escudo legislativo. Habrá que esperar al escrutinio definitivo para saber a ciencia cierta la nueva composición legislativa, que desde ya no será de la magnitud en cuanto a mayorías con las que gozó Evo Morales en este último mandato.  

Como veníamos insistiendo en las columnas anteriores en País Digital https://www.elpaisdigital.com.ar/contenido/amrica-latina-oficialismos-en-dificultades/23937, los oficialismos latinoamericanos encuentran cada vez más dificultades a la hora de revalidar sus mandatos. Evo logró primar por un pelito, y tendrá una dura resistencia social antes y después de su asunción. Igual tránsito se encuentran recorriendo los presidentes que se encuentran cursando sus mandatos, como Lenin Moreno en Ecuador y Piñera en Chile quienes pueden dar cuenta de que el ejercicio del poder no está siendo una tarea muy grata. En Perú, Vizcarra estuvo muy cerca de caer en ese fenómeno ya tradicional de la inestabilidad presidencial. Los conflictos políticos en estos países sacan por un rato de escena a Venezuela, el principal caballito de batalla de los medios en la región. Y, por si esto fuera poco, en una semana se vota en Argentina y Uruguay, donde las oposiciones, con diferentes posibilidades, se encuentran sumamente competitivas.

El escenario está abierto en Bolivia. En línea con los conflictos en los países vecinos, la oposición intentará (ya ha comenzado en estos días) deslegitimar el proceso. Daría la sensación que, según la estrategia expuesta ante la opinión pública, sólo aceptarán resultados que los acrediten como ganadores. Se olfatea a corto plazo un posible esquema similar al iniciado por la oposición venezolana luego del triunfo electoral de Maduro el año pasado. Las últimas declaraciones de Mesa resultan preocupantes en términos de paz social y respeto a la voluntad popular.

A diferencia de elecciones reñidas como ha habido en el continente, y que se han definido por la mínima (Maduro- Capriles en 2013 por 1,6% de diferencia o Kuczynski –Fujimori (h) en 2016 por 0,4%, por mencionar dos) en esta votación la ventaja es casi de 10,5 puntos y se discute a partir de esa diferencia. Sin embargo, como dijimos al comienzo, el debate (y la solución) no parece ir por los senderos de la pura matemática.  La variable política será la gravitante en esta coyuntura, y los días por venir serán decisivos en ese marco de enfrentamiento entre el oficialismo y la oposición en Bolivia. La OEA, tan intrépida cuando se trata de presidentes de orientaciones ideológicas lejanas a EEUU, insinuó la conveniencia de una segunda vuelta (sin importar los resultados) para evitar los conflictos que se avecinan. No mencionó la palabra fraude, como sí lo hace la oposición, pero jugó una carta política en beneficio del antievismo. Sin embargo, por estas horas, el Órgano Electoral Plurinominal le adjudicó el triunfo a Evo Morales en primera vuelta. Y el MAS festeja una victoria trabajada y muy justa en la distancia.


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