Espectros de Behety

En esta oportunidad, Julián Axat escribe sobre el reciente estreno de la obra de teatro “Pequeño gran muerto”, del director y dramaturgo Nelson Mallach, una puesta en escena en el mismo Cementerio de La Plata, donde los actores se mueven entre las lápidas y mausoleos, en homenaje al poeta Matías Behety.

La convocatoria es a las 18 horas, puntual, en la puerta del cementerio, sobre las columnas dóricas de calle 131. El grupo de futuros espectadores nos vamos colocando en fila con la distancia del caso y el rigor de los barbijos. Una vez que todos traspasamos el umbral, se nos explica brevemente el tiempo de duración, el lugar en el que debemos colocarnos, el protocolo de distanciamiento, y especialmente el camino hasta la tumba del poeta Matías Behety; alrededor de la cual, nos esperan los actores para el montaje de la obra: “Pequeño gran muerto”, del dramaturgo y director, Nelson Mallach.

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Espectro de su generación

Matías Behety nació en 1849 en Montevideo. Jules Laforgue en 1860; Isidore Ducasse (Lautréamont) en 1846. Los tres comparten ese mismo origen, pero distintos destinos. Montevideo como la segunda capital a orillas del Río de La Plata que exportaba poetas al mundo. El caso de Matías Menéndez Behety no fue Paris, sino del otro lado del charco, a donde llegó junto a su familia para instalarse en Concepción del Uruguay, y -más tarde- en el barrio de La Boca.

De inmediato el joven Matías fue anotado en el Colegio Nacional de Buenos Aires, lugar donde se hizo amigo de la aristocracia porteña y la intelligentsia que, años después, daría forma a la generación del 80´. En esas aulas fue compañero de Eduardo Wilde, Victorino de la Plaza y Miguel Cané, quien le dedicaría algunas páginas en su libro Juvenilia, llamándolo “el bohemio de Murger”. Y lo describía físicamente de este modo: “delgaducho, linfático, de estatura más baja de la normal, de piel trasluciente color nardo y marfil, que se sonroja o empalidece a la menor emoción… tiene veinte años y el tamaño de un niño…”. En otro tramo de su libro, Cané diría de Behety: “Inteligencia brillante, apta para la percepción de todas las delicadezas del arte, fina como el espíritu de un griego, auxiliada de una palabra de indecible encanto y un estilo elegante y armonioso”.

Muy precozmente, con solo 19 años, se recibió de procurador, y trabajó en el estudio de Manuel Quintana, quien sería presidente de la República entre 1904 y 1906. Paralelamente ejerció el periodismo colaborando en el diario La Patria del general Mansilla. Era un orador de fuste, elogiado por el propio Domingo Faustino Sarmiento y Leandro N. Alem que desde las páginas de El Inválido Argentino, lo retrataban como una suerte de niño de oro, prodigio de las letras y el derecho.

A fines de 1860, Matías será bastante conocido en los círculos bohemios e intelectuales porteños, todos hablaban de él, por lo que generaba todo tipo de expectativas. Por eso, como bien se pregunta el escritor Ramón D. Tarruela en Mitos y Leyendas de La Plata (La Comuna, 2006), ¿Cuál era el motivo de semejantes elogios? ¿Cuál su genialidad? ¿O los elogios que recibía era una surte de apuesta por adelantado?

Podía salir bien, como podía salir mal; evidentemente en el laboratorio de las promesas de la generación del 80´ comenzaba a perfilarse el mito del poeta joven y maldito, de personalidad atrapante, fisonomía medio freak, de enjundia exaltada por el aura de un Spleen.

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Espectro de escritura

La poesía y el derecho funcionaban muy bien juntas en aquellos años. Y eso Matías lo llevaba a sus últimas circunstancias al encarnar su personaje, para quien la arenga legal y la lírica serían la forma retórica (clásica) predilecta del Tribuno, pero también el argot de la bohemia en bares y tertulias de alta alcurnia.

Ya Bartolomé Mitre en su “Defensa de la poesía”, citaba a Shelley para referirse a esa relación entre ley y poesía: “los poetas son los legisladores no reconocidos del mundo” (muchos años después, será R.G. Tuñón quien recoja aquella cita para introducir el primer libro de Juan Gelman, “Violín y otras cuestiones”).

Pero más allá de los casos legales que llevaba del estudio de su jefe Quintana, Behety siempre adeudó alguna materia para conseguir el título de abogado. Tampoco logró publicar un libro de poemas.

Respecto a esto último, se ha establecido un lugar común sobre la poesía de Matías Behety, “poeta sin estrofas”. Es cierto que el mismo no publicó libros, pero no hay duda que sí escribía. Hay constancias que dan cuenta de que existe material en hemerotecas, e incluso en el archivo del diario La Nación. Telmo Manacorda reproduce parte de ese material escrito bajo el seudónimo de “Tebeth”, y otros firmados con su nombre entre los cuales está el poema dedicado a María, luego de su muerte: “… Hacia tu hogar encaminé mi paso/ Y me detuve trémulo en su puerta! /El sol se sepultaba en el ocaso, /Y al abrazarme me dijiste: ¡muerta! (…)”.

El 12 de marzo de 1870, La Nación anuncia que va a publicarse un semanario literario a cargo de “veinte escritores de fama” que se titulará El Fénix. Las plumas de la fama, el mismísimo general Mitre, José Mármol, Juan Carlos Gómez, Juan María Gutiérrez, Francisco Uzal, Matías Behety, entre otros. Será en dicha publicación que Matías comenzará a publicar sus poemas bajo el anagrama de su apellido: “Tebeth”.

Desde los primeros ejemplares de El Fénix, “Tebeth” cierra sus “Hojas sueltas” con “pensamientos”, especie de “greguerías” del estilo Ramón Gómez de la Serna, y sonetos, quebrados al final en repentina ironía. Véase, por ejemplo: AL LUCERO DE MIS NOCHES: Perla entre mil de la argentada zona/ Quisiera de los ángeles el vuelo/ Para escalar el infinito cielo/ Y ceñirme a la luz de tu corona. / Mi delirio fantástico perdona./ Que el alma joven con febril desvelo /Siempre fabrica en deleznable suelo/ Alcázares que el viento desmorona./ Perdona, si mi pequeñez humana/ No es digna de besar la etérea cumbre/ Por donde van tus fulgurosas huellas;/ Y sigue tu carrera soberana/ Globo de nieve y sede perenne lumbre/ Por ese mundo azul de las estrellas.

¿Se trata –entonces– de un poeta sin estrofas? De todos estos poemas sonetos, pensamientos, frases, entre los que están escritos en El Fénix, y los que han recogido sus amigos; he contado más de 20 poemas, por lo que hay material suficiente que podría haberse reunido –pos mortem– para confeccionar un libro de Matías Behety. Pero, pese al mito, nadie ha reparado en semejante injusticia, quedando sin obra para la posteridad. Incluso hay otro libro que vino a colocarse, no sin belleza, en la misma voz de nuestro poeta. Me refiero a la obra El Temulento, de Joaquín Castellanos.

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Espectro del ajenjo

A Matías Behety, parecía aguardarle un futuro brillante, pero dos cosas terminaron conspirando en su contra: el alcohol y el azar. En cuanto a lo primero, fue pública su creciente afición por el alcohol, en particular, el ajenjo, que consumía en exceso con motivo de la prematura muerte de su amada, María. Para colmo, la prensa de la época publicó una foto suya vestido en andrajos, casi cayéndose sobre la mesa, en la cena homenaje al actor italiano Ernesto Rossi, casualmente de gira por nuestro país.

El decadentismo, la bohemia y el ajenjo, son elementos que forman parte de un episteme de poetas marcados por la desesperación romántica. La oscuridad del alma. La muerte de la musa. Un sol negro en el pecho. ¿Acaso, en estas lides, el precoz Behety no era ya una suerte de sosías local del joven Rimbaud?

Joaquín Castellanos, poeta que llegaría a ser diputado nacional, sin haber conocido personalmente a Behety, le dedicó un extenso poema al que llamó “Temulento”, palabra que según el diccionario español significa “borracho”, “embriagado”. Aunque el mismo autor aclaró, que no quiso ser ofensivo con quien consideraba “quizá la más brillante inteligencia de su generación”.  

El Temulento, de ciento treinta y cuatro estrofas, todas evocadoras de la voz de Matías Behety; es el vestigio de nuestra literatura que precede a las sagas: “El que tiene sed” de Abelardo Castillo, “Black out” de María Moreno; donde lo etílico juega un lugar central en la inspiración.

Paraísos artificiales que desarreglan todos los sentidos.  (…) ¡Soy un fermento de los fangos cósmicos, /Soy un intoxicado por la vida/ Que llevo la impresión de la caída/ Sin fin, en desolada inmensidad! Grita Behety mamado, en la voz de Castellanos.



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Espectro lumínico NN.

En un intento desesperado por arrancarse del ambiente que parecía alimentar su tendencia autodestructiva, Behety se mudó a La Plata en 1885. Su primer alojamiento lo encontrará en un hotel, “19 de noviembre”, ubicado en diagonal 80 entre 4 y 5 (cerca del diario El Día). Quería construirse la épica personal de empezar su vida de nuevo, cuidando delicadamente cada detalle de la atmósfera en que transcurrirían sus días. Pero el alcohol había minado su salud, y ya había roto todas las amarras con su profesión de practicante de la abogacía; lo que lo sumió en una gran precariedad económica. Debió irse del hotel por no poder pagarlo. Alguien le ofreció una pieza en el fondo de una vivienda de Tolosa. Según cuenta Rafael Barreda, en un artículo publicado en Caras y Caretas: “Matías era pobre y vivió pobre, casi en la miseria”. Y agrega: “En el último período de su vida, se alejó de sus amigos que estaban en auge y solo se lo encontraba en los fondines, tabernas o bodegones… Allí se hallaba en su centro, a sus anchas, como él decía, usando de su lenguaje persuasivo, salpicado de figuras bellísimas, compartiendo con los pobres lo pobre de su bolsa. Y, cosa rara, los que escuchaban sus frases, siempre originales –aquella gente ruda e ignorante–, sentían por él el mayor respeto”.

Este hombre brillante admirado por presidentes e intelectuales, y vinculado familiarmente con una de las familias más ricas de la Argentina de entonces, los Menéndez Behety, murió de tuberculosis, solo, pobre y olvidado en el hospital de Melchor Romero, el 24 de agosto de 1885. El hecho fue noticia en los diarios más importantes del país. Cuenta Ramón Tarruella en el libro ya citado que Ricardo Rojas, declaró como conclusión a su vida y muerte, que “Matías Behety es un nombre, un fantasma, una leyenda…”. Su cuerpo fue enterrado en el camposanto del cementerio de Tolosa. A partir de allí el espectro comenzó a circular a toda velocidad, y se convirtió en un mito.

Con la clausura del cementerio de Tolosa en 1902, la mayoría de los cuerpos NN. fueron trasladados al nuevo cementerio sobre calle 131 y 72 inaugurado poco tiempo atrás. Cuando se hicieron aquellas exhumaciones, apareció un ataúd que “contenía una momia de cuerpo entero” (así dejaban constancia los diarios de la época). El santo popular, cuyo cadáver nadie quería identificar para no perder una de las mayores atracciones del nuevo cementerio, se trataba –a ni más ni menos–a que, el de Matías Behety.

Antonino Lamberti reconoció el cuerpo de su amigo por “su máscara intacta, ojos semi-cerrados, su dentadura superior al descubierto de una mueca risueña; atada la cabeza con pañuelo cuyas puntas simulaban la mariposa de una corbata de moño, la cabellera larga y descolorida, las ropas interiores y exteriores en perfecto estado” (cfr. Telmo Manacorda). Recién en 1925, gracias a gestiones de su familia, se le asignó una parcela y se construyó un mausoleo con pirámide y busto de su rostro.

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Espectros del pasado para dar futuro

El trazado del plano de la ciudad La Plata fue presentada, en un pabellón de la exposición universal de Paris de 1889. Era la “invención de la ciudad futuro” trazada por Glade y Benoit, una ciudad soñada para el siglo XX, una ciudad que carece de pasado, que se erige sobre el desierto y genocidio de las comunidades originarias.

Walter Benjamin escribe sobre el Paris del siglo XIX que refleja a Los Pasajes. La modernidad de la ciudad luz es “la invención del futuro” asentada sobre un pasado que pierde su aura. Aquí los poetas cumplen una función romántica. En los pasadizos, monumentos, catacumbas, edificaciones y cafés en los que se fabricó-inauguró la ciudad de La Plata en 1882, debe darse plenamente el mito de su fundación.

Como en el Baudelaire de Benjamín, Matías Behety  cumple cierta función en los pasajes platenses. El hermoso libro de Daniel Badenes, “Un pasado para La Plata” (EME, 2015) da cuenta de esta operación, por la cual las elites buscan inscribir la ciudad en determinados linajes que no existen. La nueva “ciudad de los poetas” carecía de poetas, por eso se los traía de Buenos Aires (así llegaron Almafuerte, Guido Spano, el propio Joaquín Víctor González, etc). En el caso de Behety la importación implicó –a la larga- instalar que la sociedad platense tenía a su flâneur o poeta maldito. O, mejor dicho, la matriz de una primavera negra que, daría nacimiento a nuevas camadas o generaciones de mentes brillantes asociadas al plano de su invención.



Espectro teatral

Vuelvo al principio. Allí quedamos los espectadores, en ese atardecer, frente al mausoleo y busto descabezado de Matías Behety (dicen que la última generación de cuidadores del cementerio ha guardado esa cabeza de mármol para preservarla); y los actores van apareciendo de golpe, comenzando a moverse a todo lo que dá alrededor de mausoleos.

Se nota que Nelson Mallach ha investigado a fondo los materiales históricos que he mencionado. Los textos, muy cuidados, surgen con fuerza musical en la voz de los actores. La obra de Telmo Manacorda, el largo poema de Joaquín Castellanos, periódicos de la época, cierta interpretación libre de varios aspectos todavía oscuros de la vida del poeta.

No queda duda que el espacio del cementerio es condicionante de la escena. El momento del crepúsculo entre panteones y cruces, cuando los actores saltan y se suben a tarimas de metal con ruedas, la puesta asume todo el riesgo y maravilla. Como si se tratara de una sesión de espiritismo, y el pequeño (gran) muerto invocado saliera del túmulo.

Con el Cementerio de La Plata como escenografía romántica por excelencia, también romanticismo musical como banda sonora, y el atardecer como paisaje. La obra de teatro es invitación a reconciliarse con la figura de la muerte, a recuperar del olvido la estampa de Behety. A entender la ciudad de La Plata con la lámpara del claroscuro en un viaje hacia la belleza impredecible del inframundo.

Hay algo shakesperiano en toda esta historia. Matías Behety o “Tebeth” se afirma  como un Mac-Beth. Reclama histriónico su lugar de héroe oculto. Olvidado. Demasiado menor, pequeño, aunque epigonal en su reino. Ventrílocuo oscuro de una ciudad inventada por próceres que soñaron un tipo de racionalidad que ya no existe y cuyo pasado –todavía– exige ser mito de su fundación.

Ciudad de poetas. Nostalgia de ciudad futuro.  ¿Julio Verne soñó con poetas?  Demasiados espectros juntos.

Pequeño gran muerto es, de cierta manera, una respuesta a todos estos interrogantes.

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Ficha técnica



Pequeño gran muerto. En el Cementerio de La Plata, 131 y 74. Sábados 17 y 18hs. Dirección general y dramaturgia: Nelson Mallach. Performers: Elke Aymonino, Juan Pablo Thomas, Trinidad Falco y Joaquín Merones. Músico en escena: Gerardo Guzmán. Diseño de vestuario: María Oswald. Realización de vestuario: María Oswald y Magalí Salvatore. Asistencia de dirección y vestuario: Victoria Mutinelli. Diseño gráfico e ilustración: Euge Labaqui. Realización audiovisual: Sebastián Díaz. Producción, gestión y comunicación: Mula Cultura. Ver el tráiler aquí:  https://vimeo.com/522937414


El autor de la nota en la tumba de Behety. Foto Coti López


Sobre el autor: Julián Axat es escritor y abogado.

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