¿Es esto un escritor?

OPINIÓN. En el Día del Escritor, la presidenta de la asociación de correctores de Argentina PLECA, Andrea Estrada, narra su experiencia como escritora y su relación con las palabras en los distintos ámbitos en los que se desempeña.

Según Abelardo Castillo, autor de “Por los servicios prestados”, uno de los relatos más extraordinarios que leí en mi vida, Cortázar afirmaba que comenzaba sus cuentos sin tener ni idea de cómo se desarrollarían; y si bien Abelardo Castillo no descreía de la sinceridad de un escritor de la talla de Cortázar, sugería que sí lo sabía, aunque no se diera cuenta. Es que es el propio lenguaje el que va creando las historias, y no al revés, al menos, eso descubrí cuando me puse en modo “escritora” en el Mundial de escritura que Santiago Llach organizó durante la pandemia, en el cual, durante quince días, tres mil personas escribimos tres mil caracteres por día, en equipos de aproximadamente diez personas.

Nunca le había dedicado tanto tiempo a la escritura de ficción, pero me pareció bueno sentirme por una vez “escritora”. Hace más de veinte años que enseño español a personas de las más diversas nacionalidades, y lo que más me gusta de esa actividad no es solo el resquicio desesperado y perspicaz del error de la medialengua de los extranjeros, sino la posibilidad que se me ofrece a través de ellos de descubrir mi propia lengua, no solo su lógica sintáctica, sino la riqueza de sus matices y tonos. Paradójicamente, también hace más de veinte años que enseño normativa, es decir, el uso correcto del español, y digo “paradójicamente”, por el aparente contrasentido de enseñar, por un lado, una lengua extranjera, haciendo prevalecer la comunicación por sobre la corrección y, por el otro, ser intransigente con el acatamiento a las normas lingüísticas en el discurso escrito, aunque la comunicación fluya si se las trasgrede.

Estos dos polos de mi relación con el lenguaje y el discurso lograron una fusión productiva en la escritura “literaria” de columnas periodísticas que vengo ensayando también desde hace unos años en diversos medios, porque los temas sobre los que escribo deben encontrar un tono justo, ubicado entre la oralidad y los cánones de la divulgación. Nada nuevo bajo el sol, ya que, guardando las distancias del caso, grandes escritores, como Gabriel García Márquez, Osvaldo Soriano y Rodolfo Walsh, desarrollaron de manera magistral este género que se llamó “periodismo literario” o “nuevo periodismo” y del cual, obras como Relato de un náufrago, El caso Robledo Puch y Operación masacre son ejemplos insuperables.

Pero volviendo al Mundial de escritura, el desafío al que me iba a prestar durante la cuarentena parecía una buena manera de paliar el encierro y la angustia, además de creer que tenía bastante relación con mis capacidades profesionales. Pero resultó que los tres mil caracteres por día que debía subir a un drive compartido terminaron convirtiéndose en una verdadera tortura. Cada día, las ideas comenzaban a darme vueltas por la cabeza desde temprano, y una vez que subía mi producción, ya no podía dormir, me acosaban nuevas historias, variadas estrategias y distintos puntos de vista desde los cuales contarlas. A veces, las mejores opciones me surgían en duermevela, y a la mañana siguiente, al no poder recordarlas se me representaban como soluciones geniales, situación que superé poniendo una libretita y un lápiz en la mesita de luz. Luego venía la escritura del “cuento”, y luego, largas horas de rectificaciones y correcciones. Quería escribir obras perfectas, con finales cerrados, quería ser Cortázar, o quizás, Liliana Heker, o Benedetti o Samanta Schweblin.

Se ve que el esfuerzo resultó demasiado para todos, porque de los nueve participantes de mi equipo quedamos solamente dos “escritores”: L. De Ángelis y yo. A veces, antes de subir mi “obra”, como dándome tiempo para seguir rectificando detalles, me dedicaba a leer las producciones de mis compañeros. Me gustaba mucho L. De Ángelis, precisamente, el único que quedó en mi equipo, porque no parecía sufrir mis mismas obsesiones, su escritura era llana, sincera, anecdótica. Incluso un día, tuve el enorme placer de presenciar cómo escribía directamente en el Drive, sin corregir, podríamos decir que “a mano alzada”. Veía cómo iba generando las palabras, las frases, sin titubear, contando sus idas a la farmacia, los diálogos con el vendedor de turno, los descuentos que necesitaba que le hicieran en los insumos para la traqueotomía de su papá, o su caminata con una chica que le gustaba mucho.

La escritura de L. De Ángelis me atrapó como lectora, pero cuando hubo que elegir una producción de nuestro exiguo equipo para que concursara entre la de los tres mil participantes, él prefirió que mandáramos una mía. Una pena, quizás nos perdimos de ganar el Mundial de escritura.


Sobre la autora: Andrea Estrada es presidenta de la asociación de correctores de Argentina PLECA.

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