¿Error estratégico?

OPINIÓN. En la actualidad, el gobierno de Trump, ante el evidente retroceso como potencia hegemónica y las numerosas dificultades internas, apela a poner en práctica la “estrategia Nixon”.

El 20 de enero de 1969 Richard Nixon asumía la presidencia de Estados Unidos. Habiendo transcurrido más de dos años de mandato y ante dificultades económicas y empantanamiento de la participación del país en la guerra de Vietnam, toma dos decisiones trascendentales: 1) pone fin a la convertibilidad dólar-oro por la imposibilidad de sostener el déficit fiscal producto del enorme gasto militar y 2) comienza un acercamiento histórico con la República Popular China (RPCH).

La intensión de Washington perseguía varios objetivos. Uno de ellos era evitar una posible “alianza comunista” entre la URSS y la RPCH, que si bien mantenían diferencias sustanciales hubiera modificado el equilibrio de poder establecido a favor de los países socialistas.

Comienzan así los numerosos viajes de Henry Kissinger a China y los encuentros con Zhou En lai, culminando esta etapa con la visita de Nixon a Beijing en 1972 y las reuniones con el presidente Mao y el nombrado primer ministro Zhou. Las conversaciones fueron avanzando, y en 1979 se entablan relaciones diplomáticas formales, abriéndose embajadas y consulados en ambos países. La “estrategia Nixon” se desenvolvió en forma productiva para los intereses geoestratégicos de Estados Unidos. 

La gestión del gobierno estadounidense tuvo éxito en esa circunstancia, aunque visto desde hoy tuvo importantes costos. Si bien influyó para que la RPCH se alejara de las posiciones políticas y económicas sostenidas por el socialismo real expresado por la URSS (sobre todo de la práctica de una economía planificada), no pudo prever que el sistema híbrido inaugurado por China en 1978, es decir una economía socialista de mercado, a la postre le iba a ocasionar fuertes dolores de cabeza.

Lo que en esta nota interesa observar es cómo el actual gobierno de Estados Unidos intenta reeditar una estrategia similar pero invirtiendo los actores. Ahora se trata de no romper lanzas con el gobierno de Putin para intentar deteriorar la alianza ruso-china.

Luego del inicio de la gestión de Vladimir Putin en diciembre de 1999 comienza a quedar claro que la intención del nuevo mandatario es poner fin a las políticas de sumisión a los organismos internacionales y a Estados Unidos. 

Este proceso se desarrolla, y tiene un punto culminante en el conflicto de Crimea en 2014, ante el cual Estados Unidos y la Unión Europea reaccionan con fuertes sanciones económicas, financieras, militares, diplomáticas y políticas contra Rusia.

Habían pasado menos de 10 días del anuncio condenatorio cuando Rusia y la RPCH hacen un anuncio histórico: firman un contrato multimillonario por el cual China compraba gas a Rusia durante 30 años por un valor de 400 mil millones de dolares. La estrategia de Estados Unidos, con sus permanentes sanciones, había reforzado una alianza que se venía construyendo extraoficialmente desde mediados de la década del 90 del siglo pasado. Uno de los artífices principales fue Evgueniy Primakov, el genial político ruso, asesor y primer ministro del gobierno de Boris Yeltsin y de Vladimir Putin, quien venía elaborando con autoridades chinas relaciones destinadas a conformar una alianza estratégica con miras a la construcción de un mundo multipolar. El gobierno de Estados Unidos cometía así un grosero error estratégico que tendría consecuencias geopolíticas trascendentes para el proyecto de dominación imperial.

En la actualidad, el gobierno de Donald Trump, ante el evidente retroceso como potencia hegemónica y las numerosas dificultades internas, tanto sanitarias, económicas, sociales y una expectativa electoral desfavorable, apela a poner en práctica la “estrategia Nixon”.

Si bien las diferencias entre Estados Unidos y Rusia son apreciables: en el conflicto en Siria, en la construcción del gasoducto North Sream II que unirá la ciudad de Viborg en Rusia con la ciudad de Greifswald en el noreste de Alemania, en la estrecha relación entre Rusia y la República Islámica de Irán o en el soporte del país eslavo brindado a la Revolución Bolivariana, el gobierno de Trump es muy cuidadoso de no hacer llegar la sangre al río, y tiene reflejos (y motivos) para mantener canales de dialogo permanente con el Kremlin.

El objetivo, como dijimos, es muy nítido: ir mellando la alianza estratégica entre Rusia y China y separar al gigante asiático del socio que le proporciona la cobertura militar. Si logra el objetivo habrá allanado el camino para lograr golpear y detener el ascenso de la RPCH al primer lugar del podio del concierto de naciones.

Si bien la diplomacia estadounidense tiene experiencia en aislar y derrotar competidores, como lo hizo con su rival en la Guerra Fría y con Japón (cuando el país del sol naciente llegó a ser la segunda economía mundial), las estrategias de desarrollo entre la antigua URSS y la RPCH son muy distintas. La República Popular ha sabido tejer vínculos con la gran mayoría de los países del planeta, construcción que hoy le permite contar con una fuerte resiliencia ante las políticas divisionistas y aislacionistas de Washington.

Nunca las segundas partes suelen ser buenas y este nuevo intento no parece ser la excepción.


Sobre el autor

Ruben Darío Guzzetti es Analista de Relaciones Internacionales, miembro de IADEG, IDEAL y CEFMA. 

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