Entre el progresismo neoliberal y la derecha bolsonarista

OPINIÓN. Mientras el país siga sin encontrar un rumbo económico, los sectores progresistas no deberían sorprenderse, como ocurrió en Brasil, cuando alguna variante local del bolsonarismo se imponga en una elección nacional apoyada también por el voto mayoritario de los humildes.


¿Cuáles son las posibilidades de que una coalición bolsonarista llegue al poder en Argentina? Aunque la respuesta dependa de un amplio número de variables, una conclusión bastante evidente podría ser la siguiente: el deterioro económico y social unido a la creciente polarización política juegan a favor de los movimientos de extrema derecha. Argentina reúne ambas condiciones desde hace varios años con esmero. Desde mediados de la década de 1970 el país no encuentra el rumbo para encauzar su economía en un sendero de crecimiento económico y mejoras sociales sustentables en el tiempo. El PBI per cápita no crece sostenidamente desde 2011 y la pobreza no para de subir desde 2018.

En este marco se perfilan dos coaliciones políticas. Por un lado, una derecha que tiene entre sus huestes a numerosos aspirantes a Bolsonaro. Proponen drásticas reducciones del gasto social, apertura irrestricta de la economía y un completo alineamiento internacional con la política estadounidense en oposición a China. Militaron contra las vacunas y boicotearon las cuarentenas. Apostaron a aumentar el número de muertos e infectados para después derramar lágrimas de cocodrilo por los “más de 100 mil muertos” por la Covid que les atribuyen al gobierno. No pierden oportunidad para subestimar los efectos (y el número de muertos) de nuestra última dictadura militar y defender cualquier episodio de gatillo fácil a manos de las fuerzas de seguridad, por no hablar de las renovadas propuestas de recrear nuevas zanjas de Alsina para liberar a la Ciudad ‘europea’ del conurbano bonaerense ‘africanizado’. Su base social son los sectores ligados al agro pampeano y parte de las clases medias urbanas vinculadas a los servicios.

Por otro lado, está la coalición gobernante. Algunos siguen imaginando que se trata de la vieja alianza organizada en torno a redes políticas provinciales, obreros y sindicatos urbanos, empresarios industriales necesitados de protección. Aunque algunos de estos elementos siguen presentes, el estancamiento económico del país sigue transformando su estructura social, especialmente después de la crisis sufrida desde la segunda mitad de la década de 1990 hasta los primeros años del siglo XXI. A la coalición peronista tradicional se le fueron agregando, por una parte, numerosos y muy heterogéneos movimientos sociales, desde sectores que se movilizan para diseñar la subsistencia urbana y rural, hasta agrupaciones que se organizan en base a subsidios estatales, como piqueteros, grupos barriales y cooperativas de trabajo. Por otra, de la mano del kirchnerismo, a la coalición peronista tradicional se sumaron numerosos segmentos de clase media con aspiraciones e idearios muy diferentes a los defendidos por el peronismo clásico. Se trata de sectores dotados de sensibilidades urbanas sumamente sofisticadas. Sensibles y veganos, son empáticos hasta con los animales que integran la dieta del Sapiens desde hace miles de años. Cosmopolitas y sumamente fóbicos con toda práctica que pueda clasificarse de ‘violenta’ e ‘intolerante’, aunque pueda tener  motivaciones populistas o anti-imperialistas. Adoptan las agendas de los sectores urbanos y progresistas del mundo desarrollado, desde el Partido Demócrata estadounidense de la costa este hasta las coaliciones de centro-izquierda que promueven políticas identitarias en la Unión Europea: género, derechos LGBTs, cuestiones raciales, indigenismo, ambientalismo, pos-colonialismo.

¿En qué sentido podemos decir que estos sectores conforman un progresismo neoliberal? Siguiendo a Nancy Fraser, en la práctica a la política identitaria agregan un desprecio creciente por la economía. En palabras de Fraser:


"En su forma estadounidense, el neoliberalismo progresista es una alianza entre las corrientes dominantes de los nuevos movimientos sociales (feminismo, antirracismo, multiculturalismo y derechos LGBTQ), por un lado, y sectores empresariales ‘simbólicos’ y de servicios de alto nivel ( Wall Street, Silicon Valley y Hollywood), por el otro ". 


A diferencia de EEUU, en Argentina esta alianza es mucho más inviable como coalición política de largo plazo, ya que no incluye a los trabajadores de actividades simbólicas altamente competitivas en el mercado mundial, como Wall Street, Sillicon Valley o Hollywood, sino a sectores urbanos que se desempeñan en servicios no transables sumamente vulnerables a las dificultades financieras que atraviesan al Estado argentino, como profesiones liberales, profesores universitarios, investigadores del CONICET, periodistas, editores, funcionarios. Lo que tienen de común con sus pares imperiales es el descuido por la economía y la desidia con las restricciones de naturaleza material. Para muchos de estos sectores defender el crecimiento económico, así como las exportaciones o la productividad, es “de derecha”. Entre los principales militantes la demagogia tampoco está excluida. Observe el lector que siempre rechazan actividades productivas y nunca se refieren al consumo de los productos que de ellas provienen, no vaya a ser que el público al que apuntan evalúe también los impactos económicos y sociales de la prohibición.  

Es por estos motivos que con tanta facilidad adhieren a un prohibicionismo preventivo con toda actividad productiva que tenga algún efecto potencial sobre el ambiente, sin la menor atención sobre el impacto que esas prohibiciones puedan tener sobre el empleo, las arcas fiscales, el saldo de divisas. Como las prohibiciones prosperan especialmente en las provincias, en la práctica refuerzan la centralidad económica y política del agro pampeano. Llama la atención el sentido de la oportunidad de estas agendas en un país incapacitado para implementar políticas contra-cíclicas, como las que observamos en casi todo el mundo, por encontrarse en colapso financiero y no disponer de reservas internacionales (dólares), circunstancia que se traduce en una tendencia a la devaluación monetaria permanente, con los consecuentes efectos en materia de inflación, desempleo y pobreza.

¿Puede avanzar una coalición política sustentada apenas en magros subsidios a los excluidos y  austeridad fiscal forzada pero condimentada con lenguaje inclusivo y políticas identitarias? Para muestra basta un botón: alcanza con observar las estadísticas que reflejan el crecimiento de las iglesias neo-pentecostales en la región, para advertir que ninguna agenda progresista puede sustentarse dándole la espalda a la economía. En países, como Brasil, Angola, Sudáfrica o los de Centro América, donde la mayor parte de la población sigue sumergida en círculos viciosos de miseria, violencia y brutalidad crecientes a manos del crimen organizado, los grupos neo-pentecostales se introducen entre los más humildes y desprotegidos predicando una “teología de la prosperidad” edificada en base a la ‘familia’, el emprendedorismo individualista, los fundamentos ‘bíblicos’ de la obediencia de la mujer al marido, la conveniencia de ‘curar’ a los LGBTs para apartarlos del ‘pecado’, el punitivismo contra minorías, la consigna anti-garantista según la cual “el delincuente bueno es el delincuente muerto” (bandido bom é bandido morto, en portugués), la estigmatización contra religiones y creencias de origen africano o indígena y hasta la promoción de asesinatos contra LGBTs, por no hablar de la automática adhesión contra todo lo que se promueve desde EEUU (1).   

Varios líderes políticos territoriales, tanto del gobierno como de la oposición, ya establecen alianzas con estos grupos religiosos. ¿Políticas identitarias para la clase media progresista y neo-pentecostalismo para los humildes? Quizás se trate simplemente de eso, de una paradoja natural en una sociedad dual. Ya en la década de 1940 Abraham Maslow planteaba su teoría de la jerarquía de necesidades . En resumidas cuentas, y traducido a nuestra realidad, quienes no alcanzan a satisfacer sus necesidades más elementales, difícilmente se preocupan por las causas, valores y sensibilidades estéticas que afligen a las clases medias acomodadas de nuestros centros urbanos. Se trata de una convivencia inestable. Mientras el país siga sin encontrar un rumbo económico, los sectores progresistas no deberían sorprenderse, como ocurrió en Brasil, cuando alguna variante local del bolsonarismo se imponga en una elección nacional apoyada también por el voto mayoritario de los humildes. Para evitar este cuadro de situación es imprescindible que la dirección política tome consciencia de la centralidad de la economía, el empleo y la producción, como condiciones indispensables para reducir la pobreza y la indigencia, en el marco de una agenda de desarrollo.


Sobre el autor

Eduardo Crespo es Profesor de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ) y de la Universidad Nacional de Moreno.


Notas

(1) Beatriz Anastácia Santos Transnacionalização da Igreja Universal do Reino de Deus: A Igreja da Prosperidade na África do Sul (1993 – 2004). TCC, Instituto de Relações Internacionais e Defesa (IRID) da Universidade Federal do Rio de Janeiro (UFRJ), julio 2021.

 

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