En el Fondo no es la única alternativa

Por: Federico Aranda

En su último libro titulado El poder y la política: el contrapunto entre razón y pasiones (2013), el reconocido politólogo Carlos Maria Vilas comienza haciendo referencia a una idea que durante el kirchnerismo resonó tanto en análisis de investigadores sociales como en discursos de militantes y dirigentes: el concepto de “recuperar la política”.

Se sostenía que durante los gobiernos de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández se recuperó la política. ¿Pero qué se afirmaba cuando se afirmaba esto? Algún sagaz periodista, de esos que siempre están en la cornisa y aparecen en las vidrieras de las principales librerías, podría señalarnos que la política en realidad nunca se había perdido. Que hubo política en el gobierno de la Alianza, que hubo política en el menemismo, incluso que hubo política durante los funestos años de gobierno militar. En definitiva, que la política siempre estuvo ahí, por lo que su supuesta recuperación realmente no tuvo necesidad de darse y representó solo un elemento más de aquel relato que perseguía como único fin ganar tiempo mientras se enterraban millones de pesos en suelo patagónico.

Tal objeción podría ser un argumento a considerar. Demostraría la potencialidad de aquel discurso que distrajo al pueblo argentino con una efectividad solo comparable a la labor de quienes enterraron el dinero que las excavadoras justicieras todavía no pudieron encontrar.

Sin embargo, la idea de recuperación de la política no va en ese sentido un tanto simplón. Más bien hace referencia a la reapropiación que la política hizo de temas y problemas que habían sido retirados de su esfera y adjudicados al campo de la economía y la técnica.

El desarrollo de ese proceso se había acoplado al desmantelamiento del Estado de Bienestar, teniendo su sostén en las escuelas de pensamiento que alrededor de la década del setenta dieron forma a la doctrina neoliberal.

En el campo político la tesis de Francis Fukuyama (1989) sobre “El fin de la historia” sintetizó aquella visión en la que el triunfo definitivo de la democracia liberal implicaba el término de los conflictos y la clausura del debate sobre el régimen político deseado.

En el campo económico, los tecnócratas y representantes de organismos financieros internacionales elaboraron un conjunto de pautas que los gobiernos debían seguir como única vía posible para lograr los resultados que definían como exitosos.

Muy poco quedaba para lo estrictamente político.

El margen de acción de la política había sido tan reducido que en el año 2002, en el marco de la profunda crisis que atravesaba nuestro país, el economista Rudiger Dornbusch, profesor del Massachusetts Institute of Tecnology (MIT) y por entonces uno de los principales asesores de la banca internacional, no tuvo reservas para señalar la necesidad de que, previo a la asistencia monetaria del FMI, nuestro país debía “abandonar buena parte del control soberano de su sistema monetario, fiscal, de regulación y activos por un período extenso, digamos cinco años.”

En el breve documento donde presentó su propuesta, titulada “Argentina: un plan de rescate que funcione”*, se mencionaba entre otras cosas que “un consejo de banqueros centrales experimentados (extranjeros) debería tomar el control de la política monetaria argentina”. Continuaba señalando que “otro agente extranjero es necesario para verificar el desempeño fiscal y firmar los cheques de la nación a las provincias”. Y para no andar con medias tintas recomendaba adoptar una “masiva campaña de privatización de puertos, aduanas, y otras medidas claves para la productividad […] agentes externos experimentados deberían controlar estos procesos así como también asegurarse que ellos acaben bien”.

Para beneficio de la soberanía política y la independencia económica de nuestro país, las ideas de Rudi (como se hacía llamar) no tuvieron el apoyo suficiente como para transformarse en una realidad.

Falleció poco después de escribir sus consejos, en septiembre de 2002. Su propuesta representaría solo un curioso dato histórico si no fuera por el pequeño detalle de que Rudi fue el profesor y director de tesis doctoral de Federico Sturzenegger, actual presidente de nuestro Banco Central.

El propio Sturzenegger lo considera su maestro. Justamente, el 11 de septiembre de 2013 (con motivo del Día del Maestro) Sturzenegger escribió en su página de Facebook una palabras dedicadas a Rudi. Entre ellas decía:

“Durante muchos años, después de terminar la facultad, cuando tenía un problema serio lo primero que se me ocurría era llamarlo para pedirle consejos. Si había quilombos en Argentina me llamaba y empezaba siempre igual: "contame todo".

Ahora lo extraño mucho, porque se fue hace 10 años. Hay días que me gustaría llamarlo para que me aconseje, pero como no lo tengo, cierro los ojos y trato de pensar que es lo que me diría que tengo que hacer. Eso me da una gran paz y parece iluminarme el camino.”

Más allá del frio que nos puede recorrer la espalda al imaginarnos al presidente de nuestro Banco Central cerrando los ojos y pensando qué le recomendaría hacer Rudi frente a los problemas que atraviesa hoy la economía, el punto al que intentamos acercarnos es a una concepción muy presente en el macrismo en tanto fuerza política que renueva aquellos proyectos.

En el escueto discurso emitido el lunes al mediodía, Macri anunció que la Argentina va a volver a establecer negociaciones con el FMI para gestionar una ayuda financiera preventiva.

Pese a lo sintético del mensaje, varias frases resultan interesantes para el análisis. No tanto por la literalidad de las mismas sino por los supuestos implícitos sobre los que se construye el discurso.

El fragmento que dio origen a esta nota fue específicamente aquel en el que Macri dice “Mi convicción es que estamos recorriendo el único camino posible para salir del estancamiento, buscando siempre evitar una gran crisis económica que nos haría retroceder y dañaría a todos.”

En esa frase, la idea de un único camino posible representa nuevamente la pretendida falta de alternativas frente a un problema. Es decir, la negación misma del carácter político de esa cuestión.

Como bien señala Vilas “afirmar que una cuestión es política quiere decir que es contenciosa y que, por lo tanto, no tiene una única solución o una única manera de ser encarada, sino que el modo en que se lo hace y la decisión que en definitiva se adopte son resultado del debate, de la contraposición de intereses y, en el límite, del enfrentamiento entre fuerzas adversarias”

Cuando desde el poder se niega otro camino posible y se plantea la existencia de una única solución a un problema, se niega simultáneamente aquellos intereses que pueden encontrarse en conflicto con la solución adoptada. El tomar cuestiones propiamente políticas y reducirlas a un asunto técnico o científico es una forma de imposición mediante la cual el poder niega el disenso y oculta la instrumentalidad de sus decisiones. Es decir, a quienes sirven estas y a quienes perjudican.

Entonces, que los argentinos hayamos recuperado la política representa nuestra renovada capacidad de desenmascarar este tipo de prácticas. Recuperar para la política aquello que le había sido expropiado.

Porque recuperamos la política sabemos que las alternativas siempre son más de una. Porque recuperamos la política sabemos que volver al Fondo no es la única alternativa.


* El artículo fue escrito junto con su colega del MIT, el economista chileno Ricardo Caballero.




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