Elecciones en EE.UU.: ganaron los demócratas, pero Trump no perdió

Los comicios dejan un escenario híbrido. La oposición recuperó el control de la Cámara de Representantes. Pero los republicanos retuvieron el Senado y el presidente es el favorito de cara al 2020.

Las elecciones de medio término en Estados Unidos dejaron un escenario híbrido. No hay ganadores ni perdedores absolutos. Todos pueden decir, en algún punto, que han ganado. Los demócratas pueden festejar por haber recuperado el control de la Cámara de Representantes. Y tienen razón. Pero Donald Trump y el partido republicano se pueden jactar de haber evitado la “ola azul” que vaticinaban los sondeos y de haber ampliado su predominio en el Senado. Y también tendrían razón. El resultado es, en definitiva, un sistema político más polarizado y fragmentado: un fiel reflejo de las divisiones que atraviesan a la sociedad norteamericana.

En Estados Unidos rige una disposición casi cíclica a que el partido del presidente pierda las elecciones de medio término. Desde los comicios legislativos de 1962, todos los mandatarios perdieron bancas en por lo menos una de las dos Cámaras del Congreso en las elecciones de medio término, excepto George W. Bush en 2002 tras el efecto 9/11 y Bill Clinton en 1998. Leída en esta clave, la retracción electoral de los republicanos se inscribe en esta regularidad histórica y no aparece como una catástrofe.

La situación de gobierno unificado de la que se benefició Trump en el período 2016-2018 es más una excepción que una regla en la trayectoria política norteamericana. La sociedad estadounidense exhibe una hostilidad manifiesta hacia la autoridad política y tiende a preferir un gobierno débil a uno fuerte. Esta ética “anti-poder”, como la llamó Samuel Huntington, suele manifestarse en las elecciones legislativas, imponiéndole límites claros al partido del presidente en el Congreso.

Como sea, cuando se terminen de oficializar los resultados, los demócratas sumarán más de 30 escaños y, con ello, retomarán el control de la Cámara Baja. No es un dato menor: en los últimos 24 años, el partido de F. D. Roosevelt y J. F. Kennedy solo tuvo mayoría entre los Representantes en dos legislaturas (4 años en total). Bloquear e investigar es el nuevo horizonte de los demócratas: vetar la agenda legislativa de Trump durante el próximo bienio y reforzar el control legislativo sobre el elenco presidencial.

En el Senado, los demócratas defendían 26 sobre 33 bancas en juego, porque se renovaban los cargos del 2012, una elección en la que les había ido muy bien en el marco de la reelección de Barack Obama. Para arrebatar el control de la Cámara Alta necesitaban un milagro, que no sucedió. Los republicanos, de hecho, extendieron allí su mayoría con dos nuevos senadores, y se impusieron en distritos clave como Texas e Indiana. El partido del presidente se garantiza, así, más facilidades en el nombramiento de jueces federales conservadores.

En el nivel subnacional, el saldo también es ambiguo. Los demócratas sumaron siete gobernadores más de los que tenían, quedándose con estados estratégicos del rust belt como Wisconsin y Michigan, territorios bisagra en la elección de Trump en 2016. Pero los republicanos conservaron el dominio de estados péndulo como Florida y Ohio, también fundamentales de cara a las próximas presidenciales.

Por lo demás, los comicios de medio término ratificaron una paradoja: los republicanos sacan sistemáticamente menos votos que los demócratas, pero controlan la mayoría de las instituciones de gobierno. Los republicanos son cada vez más el partido de los hombres blancos, viejos y rurales en un país cada vez más étnicamente diverso, joven (por impulso de la inmigración) y urbano. Para contrarrestar esta tendencia, el Grand Old Party moldea a discreción los distritos electorales (a través de la redefinición de las circunscripciones electorales, técnica conocida como gerrymandering), de modo tal de sobrerrepresentar las zonas rurales y de sub-representar los distritos urbanos más típicamente demócratas.

Como resultado de este diseño institucional, en las tres elecciones anteriores, los republicanos obtuvieron en la Cámara de Representantes 4% más de bancas que de votos, y el partido demócrata, 4% menos de bancas que de votos. En estos comicios, los demócratas cosecharon en la Cámara Baja más de 4 millones de votos de diferencia, pero esto solo se traducirá en una modesta ventaja de 25 escaños. La desproporción entre votos y bancas se justifica en el Senado, una cámara que representa los intereses de los estados, pero no entre los Representantes, que refleja las preferencias de la población en su conjunto. Con la institución del colegio electoral en la elección presidencial, la distorsión del voto popular se agrava. A fines del siglo XVIII, los Padres Fundadores de la nación estadounidense habían advertido sobre los riesgos de la tiranía de las mayorías. En pleno siglo XXI, los republicanos ensayan una especie de tiranía de las minorías.

Con todo, las midterms dejan un balance impreciso. Sin dudas, el poder en Washington estará a partir de ahora más disperso. Pero Trump sale de los comicios airoso. Con una economía en expansión, el presidente terminó de delinear su partido a su imagen y semejanza –ya no hay anti-trumpistas entre los republicanos- y puede proyectar hacia 2020 una candidatura y un programa de extrema derecha con fuerte arraigo social. Del otro lado, los demócratas ganaron terreno pero perdieron cohesión interna, divididos entre el tradicional ala moderada y una creciente generación de demócratas socialistas/progresistas. Las primarias presidenciales pueden llegar a tramitar esta pluralidad de liderazgos y generar una candidatura indiscutida. Pero para eso, claro, todavía faltan dos largos años.  

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