El verdadero rostro de Cambiemos

Por: Pablo Pizzorno

El discurso del presidente Mauricio Macri en la mañana del lunes ha revelado cómo la incombustible crisis cambiaria que somete al país desde hace cinco meses se ha vuelto también la oportunidad para que el gobierno asuma finalmente su verdadero rostro. Hasta ahora, la etiqueta gradualista había servido para sintetizar las diversas concesiones que Cambiemos fue realizando desde su asunción al poder. Algunas de ellas se debieron a la tenaz resistencia social que el gobierno enfrentó por parte de diversos actores movilizados, mientras que otras fueron producto de una deliberada moderación que le valió tanto la crítica de los voceros más recalcitrantes del establishment como un triunfo en las elecciones legislativas del año pasado.

La fase gradualista del gobierno, sin embargo, encontró su certificado de defunción en el inicio de la crisis cambiaria ocurrida a fines de abril. Macri sostuvo en su discurso del lunes que las circunstancias externas lo obligaron a dar por finalizado el camino gradual elegido para cuidar a los más vulnerables y aseguró que en adelante se vería forzado a tomar decisiones antipáticas por el bien de todos. Estas medidas, sin embargo, fueron también celebradas por el presidente en el marco de un relato que aspira a una verdadera refundación cultural y social de la Argentina. Dispuesto a hacer una épica del sacrificio ajeno, Macri reiteró que éste es un país que se había acostumbrado a vivir por encima de sus posibilidades y a gastar más de lo que produce. Una y otra vez, el presidente intercaló de modo aleccionador estas frases con referencias a la corrupción, construyendo un antagonista en el cual la expansión del gasto y los hechos ilícitos se confunden deliberadamente.

Los severos condicionamientos del FMI le permiten a Cambiemos delegar en el organismo lo que en rigor no es otra cosa que la demorada asunción de su verdadera faceta al frente del gobierno. El shock devaluatorio de más del 100% acumulado a lo largo del año y el adelanto del “déficit cero” -eslogan de inspiración cavallista- para el presupuesto del año entrante finalmente consagran una ortodoxa orientación neoliberal de la política económica. No obstante, la obsesión fiscalista que pretende guiar, a través de una inflación galopante, la licuación de salarios y el desfinanciamiento del gasto social contrasta con el aumento del déficit fiscal que el gobierno profundizó en sus dos primeros años mediante la quita de retenciones a las exportaciones agropecuarias y a la minería. De este modo, la épica del sacrificio a la que convocó Macri desconoce el inequitativo costo social del ajuste reclamado, que se entiende mejor como un clásico programa de transferencia de ingresos desde los sectores asalariados a los más concentrados de la economía.

El año 2018, que el presidente inauguró en la apertura de sesiones del Congreso hablando de obesidad infantil y parques nacionales, encuentra al fin, diría Borges, al sueño modernizador de Cambiemos frente a su destino sudamericano. El programa económico recientemente anunciado lo termina situando más cerca de otros momentos tristemente recordados por la historia argentina reciente como el Rodrigazo de 1975, aquel shock devaluatorio e inflacionario que dio el primer paso para empezar a desmantelar el estado de protección social más amplio de América Latina. El Rodrigazo comparte con otros programas similares de los últimos cuarenta años un rasgo que en principio parece de sentido común: ninguna administración que impulsó esa clase de shocks de deterioro social (la crisis de la deuda a la salida de la dictadura, la hiperinflación de 1989, el corralito de 2001) logró sobrellevar dichos procesos con éxito político. No falta mucho para saber si este gobierno será capaz de escapar a ese desenlace.


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