El suplente: un escritor frente a la caótica rutina de la educación pública
La película dirigida por Diego Lerman y protagonizada por Juan Minujín despierta una serie de reflexiones sobre la educación pública y sus contextos, como escribió hace tiempo Guillermo Saccomanno: "No es sencillo encarar las aulas de la marginalidad".
"No creo que muchos escritores se le animen a una clase de escuela media del conurbano. Pero que los hay, los hay. Es que no es sencillo encarar las aulas de la marginalidad", escribió Guillermo Saccomanno en un artículo publicado hace más de una década en Página 12, titulado "Son boleta". Allí, el escritor retrata su cruda experiencia como docente frente a la realidad que atraviesan sus alumnos en escuelas de la periferia bonaerense y abre a través de su narración una serie de cuestiones para reflexionar sobre la educación pública y sus contextos, que en muchas ocasiones la aplastan. Por las mismas aguas navega en la actualidad la película "El suplente", dirigida por Diego Lerman y protagonizada por Juan Minujín, que se estrenó hace pocas semanas en la plataforma Netflix.
El largometraje, que ya fue premiado en el festival de San Sebastián y tiene como perlita la participación del notable Martín Kohan, desanda la historia de Lucio (Juan Minujín), un hombre de mediana edad al que la crisis laboral y personal que transita le obliga a hacer un paréntesis en su carrera de escritor y lo sumerge de prepo en el mundo de la docencia. Con la reciente separación de su esposa (Bárbara Lennie) y con la crianza de su hija adolescente (Renata Lerman) a cuestas, comienza a dar clases en un colegio cercano a la Isla Maciel, donde sus problemas personales se minimizan ante lo que se encuentra allí: violencia, narcotraficantes y gendarmes que se apropian de la institución educativa.
En este contexto, mientras sus alumnos y alumnas se encuentran inmersos en una realidad que se les viene encima, Lucio busca a través de la literatura cambiar el sombrío panorama que se le presenta. Con una puesta en escena frenética y con primerísimos planos, que con buen tino le agregan vértigo al relato, la historia pone en tensión las grandes distancias entre la teoría y la calle, entre lo práctico y lo dogmático. ¿Para qué sirve la literatura?, pregunta el novato profesor en medio de la clase y genera la mirada desmotivada de los adolescentes que lo acompañan en el aula. ¿Cómo darle sentido a los contenidos curriculares que vienen moldeados desde el confortable universo de las instituciones académicas en un escenario que le es totalmente ajeno?, es uno de los interrogantes que despierta el film y que muchos trabajadores y trabajadores de la educación se hacen a diario sin respuesta alguna.
Con la impronta de Paulo Freire, partiendo desde el universo vocabular de sus educandos para introducir en una atmósfera plagada de desinterés- o con un interés oculto frente a un añejo sistema escolar- los temas de su materia, el personaje que interpreta Juan Minujín abre el juego e intenta abordar un verdadero diálogo que se escurra por un momento de la legitimización de lo mercantil y lo utilitario como único valor posible en la sociedad que los rodea y los excluye. De este modo, Lucio apela a la construcción de una próximidad con sus alumnos y alumnas para darle importancia al mundo de lo símbolico en la configuración de las subjetividades en jóvenes que no tienen otra motivación que sobrevivir. ¿Cuál es el margen posible que tienen los docentes para intentar esto en nuestra realidad? La pregunta tiene, por ahora, tintes retóricos, pero nos lleva a una certeza: toda supervivencia es colectiva.
En relación a la problematización de la educación pública que sobrevuela la película y a esta nota se podría añadir como cierre la siguiente reflexión de Saccomanno: "Hace tiempo que la realidad educativa se fue al carajo. Y que no son pocos los esfuerzos ministeriales como tampoco los docentes que, en esta realidad, se debaten peleando por mejorar el nivel de la educación. Pero no alcanza. Como tampoco alcanza que los escritores pongan el cuerpo en las aulas, lo que, a esta altura, me parece, es más que un deber una misión. Los debates en el Malba o en las librerías de Palermo pueden esperar. Los pibes y pibas de los colegios estatales, no. Y, que conste, estas reflexiones no deben inquietar sólo a los docentes. También a los escritores. Porque mañana terminarán escribiendo para clientes y no para lectores. Si es que ya no lo están –perdón, estamos– haciendo".
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