¿El patio trasero de quién?: China se mete en Latinoamérica

OPINIÓN. Mientras Estados Unidos se debilita, China crece incontenible. Siguiendo los conceptos tradicionales de la política entre estados, si Esparta crece, Atenas cae. Y la guerra es inevitable.


La escalada de tensiones entre China y los Estados Unidos que presenciamos en las últimas semanas, con cierres de consulados y acusaciones cruzadas de espionaje, es tan solo una muestra de un conflicto que probablemente recrudezca en lo que resta del año. Viene de la mano de la guerra comercial dispuesta por Trump, la batalla tecnológica por el desarrollo del 5G, y la carrera por la vacuna (o contención) del Covid-19. Corre en el aire una “sensación de Guerra Fría”.

Por otro lado, se anunció la polémica instalación de fábricas de carne porcina en nuestro país, por un acuerdo firmado entre el gobierno chino y el nuestro el año pasado. Esto se sumaría a la larga lista de inversiones de capitales chinos en la Argentina, en áreas de transporte, minería y comunicaciones.

Ambos escenarios son síntomas de un proceso político más largo: la transición de poder entre dos superpotencias. La crisis por la pandemia por Coronavirus es también la oportunidad que China necesitaba para profundizar su estrategia de décadas: disputarle zonas de influencia a su potencia rival. Latinoamérica, el “patio trasero” de Estados Unidos, está en la mira.

Es lógico que, en medio de la lucha por la hegemonía global, China busque expandir su influencia por el mundo mediante provisión de recursos. Y es de esperarse que países subdesarrollados sean muy receptivos de esas “ayudas”, más aún ante las lúgubres expectativas de la crisis post pandemia. Pero esto no debería hacernos perder de vista qué tipo de desarrollo económico e inserción en la política internacional pretendemos para nuestros países.

La idea de nuestra región como “patio trasero” de los Estados Unidos, aunque peyorativa, tiene algo de verdad. Desde principios del siglo XIX, Estados Unidos concentró su atención militar y económica hacia su zona de influencia en el sur, inaugurando la doctrina Monroe bajo la premisa de “América para los americanos”. Establecida como un intento para disuadir a las potencias europeas de inmiscuirse en el sur, terminó siendo considerada como un justificativo para la expansión norteamericana.

Una vez terminada la Guerra Fría, la potencia victoriosa comenzó a mirar hacia otro lado. El interés ahora estaba puesto en Europa del Este, Medio Oriente y el Sudeste Asiático. Aún con el gigante Brasil, ningún país tenía demasiada importancia en el mapa geopolítico. La cosa pasaba por otro lado, lejos. Estados Unidos estaba tan tranquilo en el hemisferio occidental que pudo haber pasado por alto el inquietante avance chino. Más aún, incluso con las recientes retóricas anti chinas, el gobierno de Trump no ha hecho mucho por cambiar su enfoque a los países vecinos ni ha aumentado el nivel de recursos destinados a ayuda humanitaria y desarrollo local. La confianza en la diplomacia estadounidense se ha desplomado en esta zona. Y cada espacio vacío ha sido ocupado por China. La pandemia nutrió de más ejemplos. Si Trump se retira ofuscado de la O.M.S., los chinos salen a regalar mascarillas y vacunas. Hoy, algunos creen que China ya no se limita a ocupar espacios vacíos, sino que se encuentra en franca competencia con Washington por zonas de influencia.

La idea de la “amenaza china” creció entre los políticos estadounidenses a partir de la crisis del 2008. La crisis del Covid-19 será un nuevo hito en esa teoría. Mientras Estados Unidos se debilita, China crece incontenible. Siguiendo los conceptos tradicionales de la política entre Estados, si Esparta crece, Atenas cae. Y la guerra es inevitable.

Ahora bien, esto no tiene que ser necesariamente así. No solo porque la historia es testigo de transiciones de poder pacíficas, sino porque la faceta relativamente amena de esta transición está presente desde hace un tiempo.

El crecimiento chino ha impactado en el mundo desde principios de siglo y particularmente en nuestra región, aunque no siempre lo hayamos visto con la atención que se merece. Ciertamente, Cuba y Venezuela parecen sus aliados naturales, por su hostilidad hacia Washington. Pero el auge de gobiernos regionales, tanto progresistas como neoliberales, están íntimamente ligados a la expansión china y el crecimiento de su clase media. El “Boom de las commodities” y su final refieren más que nada al auge de la demanda asiática de bienes primarios, como la soja (precisamente, un insumo para hacer alimento porcino). Esto llevó en muchos casos a los latinoamericanos a tener recursos para realizar políticas redistributivas, pero no lograron romper con la debilidad estructural de esa matriz productiva, tan sensible a que los chinos dejaran de comprar.

Esto no significa que China se limite a demandar recursos primarios. En los últimos años sus esfuerzos para proyectar su poder se han redoblado. Hace tiempo que los fondos chinos se encuentran en sectores tan variados como la minería, las telecomunicaciones y el transporte. Existe una verdadera perspectiva a largo plazo en las mentes de Beijing. La visión estratégica china parió al mayor proyecto estratégico internacional del último tiempo: La Nueva Ruta de la Seda. Emulando aquella antigua red comercial, esta iniciativa busca promover nuevos mercados y el desarrollo de infraestructuras en países de todo el mundo, teniendo como objetivo la creación de un espacio global integrado donde volcar mercancías e inversiones, de las que hay de sobra luego de años de crecimiento sostenido. Incluye a más de 130 países en todo el mundo y se concentra en Europa y África. En este último continente es donde podemos analizar la imagen que China deja en países subdesarrollados. En algunas zonas, su presencia ya supera a la europea y estadounidense. El desarrollo en materia de infraestructuras, puertos, carreteras e industrias es ciertamente importante y de enorme impulso a la lucha contra la pobreza en esas regiones e integra economías marginadas a las cadenas globales de valor. No existe tampoco una imagen de “invasión imperialista”, la presencia militar es todavía tímida o velada. Así, la Nueva Ruta de la Seda es el cimiento del “soft power” chino para cambiar la imagen del temible dragón rojo acechando desde oriente por la de un benévolo oso panda.

De acuerdo con dirigentes chinos, Latinoamérica es una “extensión natural” de la Nueva Ruta de la Seda y ya varios se han sumado. China ya es el mayor mercado exportador de Brasil, Perú, Chile y Uruguay.

Es probable que se recuerde al actor chino al pensar en situaciones como el swap de monedas, que le da algún alivio a la restricción cambiaria y monetaria del BCRA, y la misteriosa base espacial en Neuquén. Pero su presencia es profunda en otras áreas y crecerá luego de la pandemia. Hace más de una década que somos testigos de capitales chinos en proyectos de importancia. La Shandong Gold se sumó a las explotaciones mineras a cielo abierto de Veladero y Pascua Lama en San Juan. El financiamiento para poner a flote el Ferrocarril Belgrano Cargas permitió unir las redes explotación agrícola y minera con el puerto de Buenos Aires. En energía, encontramos empresas  con sede en Beijing o Shangai desde Jujuy a Santa Cruz.

De acuerdo con el último informe del Observatorio sino-argentino, China es ahora el principal socio comercial de Argentina, habiendo desbancado del puesto a Brasil por la retracción en la industria automotriz. Las ventas al gigante asiático subieron incluso a pesar de la crisis, un 25,1%; y China concentra una porción cada vez mayor de las exportaciones de carne. En mayo, el 89% de las exportaciones de carne vacuna tuvieron a China como destino. Parece ser una reprimarización de la economía; menos producción industrial, más exportaciones de poco valor agregado.

En esta línea se encuentran las nuevas fábricas de carne porcina habilitadas para funcionar el año pasado. La pandemia de gripe porcina que sufrió China es difícil de erradicar y afectó su producción de cabezas de ganado. Entonces, buscan trasladarla. Si las exportaciones de soja argentinas a China se destinaban a producir alimentos para estos cerdos, ahora estaríamos trayendo esa producción acá. Estarían dispuestos a invertir 27.000 millones de dólares durante los próximos 8 años para garantizarse su consumo interno. Pero las organizaciones ambientalistas cuestionan que sea un intercambio mutuamente beneficioso. Aún si existen protocolos sanitarios, el temor de que estén trasladando las pandemias a países periféricos está presente. Esto abre la cuestión sobre las garantías que busca China para llevar su producción y si no están movilizando esta a países con menores requisitos laborales y ecológicos para establecerse.

¿Cuál ha sido la respuesta de Estados Unidos en esta competencia? No parecen haber estado a la altura. Trump eligió a China como rival ante la opinión pública nacional y adoctrina sobre el “fantasma chino” ante el mundo. En su último discurso, el Secretario de Estado Mike Pompeo, acusó al Partido Comunista Chino de mantener un “régimen marxista leninista” y al secretario general Xi Jinping de ser “un verdadero creyente en una ideología totalitaria en bancarrota”. Este revival mccarthista no parece tener muchos adherentes entre gobiernos latinoamericanos si no va acompañado de caramelos. Si se analizan las transferencias de ayuda humanitaria, Estados Unidos sigue enfocándose en la zona al norte del Panamá y direccionando sus transferencias de acuerdo con sus intereses de seguridad inmediatos: países expulsores de migrantes y narcotráfico. La administración Trump está en retirada de la escena internacional. Visible en los organismos internacionales, como la O.M.S., el NAFTA y en la arremetida contra candidatos latinos para presidir el BID. China, en cambio, envía ayuda humanitaria, apuesta al foro de la CELAC y apalanca el acceso de latinoamericanos a sus bancos de Desarrollo. Mientras que los diplomáticos chinos hablan de Inversiones, infraestructura y ayuda humanitaria, los estadounidenses hablan…de China. Y en ningún momento condicionan esos intercambios por política interna de los receptores. Lejos de ser los promotores del comunismo en el mundo, el pragmatismo define su política exterior.

Ahora, ¿por qué China se mete en nuestra región? ¿Somos importantes ahora? Es probable que no crean en un futuro campo de batalla en tierras sudamericanas, si no que busquen que nuestra zona sea un dolor de cabeza para Washington en el futuro. Varios analistas, tanto internacionales como locales, coinciden en que una nueva disputa hegemónica bipolar lleva a generar tensiones en los respectivos patios traseros de las potencias rivales. China quiere que Estados Unidos tenga que enfocarse en apagar incendios en América para que no pueda inmiscuirse en su política doméstica o su rearme en el mar del pacífico asiático, donde los militares comienzan a poner la mira. Nuestra zona no parece revestir importancia militar. Estados Unidos puede ceder en terrenos económicos, pero no permitiría armamento chino en su sur. Como señalaron Andrés Malamud y Esteban Actis en una nota reciente, la disputa hegemónica puede llevar a una fractura geográfica y funcional en la región. El mapa parece ordenarse así: los chinos avanzan en áreas económicas y tecnológicas al sur del Panamá, la zona menos dependiente de Estados Unidos, pero este exige alineamiento en seguridad y defensa.

Incluso con todo su interés puesto en arrebatar la preponderancia norteamericana, es difícil quitarse a Estados Unidos. La distancia geográfica y cultural con China es amplia y Estados Unidos sigue siendo potencia en el mercado de divisas. Con un país con una crónica dependencia por el billete verde y urgentes problemas a sanear de deuda externa, la relación Argentina con Washington continua. Aún más si el mandatario estadounidense es una ayuda clave para destrabar esas negociaciones por la relación cercana con los presidentes de los fondos de inversión. El dólar sigue siendo el rey, no hay swap que te salve.

Esto no quita la posibilidad de conflictos armados. La fractura de los bloques regionales en Sudamérica y la falta de un liderazgo regional puede hacer que esta zona se convierte en un campo cruzado de alianzas entre potencias hegemónicas, como el eje Brasil-Colombia-Estados Unidos y China-Rusia-Venezuela. Así se advierte en las últimas líneas estratégicas de los militares brasileños. Venezuela se convierte en nuestro Vietnam.

Lo que evitaría una escalada en la tensión es un dato estructural. El mundo actual esta férreamente interconectado y los problemas también. Las decisiones unilaterales tienen vida corta, la pandemia es un ejemplo de ello. Como bien señalaron Esteban Actis y Nicolas Creus, la crisis de liderazgo global necesita del liderazgo de los dos actores, únicos capaces de impulsar y ejecutar políticas de alcance global.

A nosotros nos toca pensar estratégicamente cómo jugar entre esas dos puntas. El camino parece ser tener como aliado comercial a China sin salir de la órbita de seguridad estadounidense y buscar obtener beneficios de esta puja. Pero es necesario pensar una estrategia a largo plazo que tenga en cuenta qué desarrollo económico pretendemos para insertarnos en estas cadenas globales de valor. Aceptar la hegemonía china para mantener relaciones desiguales de intercambio es solo cambiar de comprador. Podemos evitar caer en escaladas de violencia ofensiva militar mientras que buscamos condicionar los acuerdos comerciales para impulsar la industria local y empezar a afrontar el debate que se viene: el impacto ambiental.


Sobre el autor

Diego H. Luzzi es politólogo por la Universidad de Buenos Aires. 

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