El MAS superó la prueba de la sucesión

Un ministro de Economía casi sin perfil político, Lucio Arce, con un discurso moderado dentro de un movimiento con fuertes tonos ideológicos e identitarios, acaba de conseguir el 55% de los votos en Bolivia. ¿Cómo ocurrió eso?

Por: Federico Vázquez


Un ministro de Economía casi sin perfil político, Lucio Arce, con un discurso moderado dentro de un movimiento con fuertes tonos ideológicos e identitarios, acaba de conseguir el 55% de los votos en Bolivia. ¿Cómo ocurrió eso?

Una respuesta está en la catástrofe de los armados políticos de los sectores anti masistas incapaces de forzar una segunda vuelta, aún con la cancha inclinada a su favor por múltiples factores: elecciones convocadas por un gobierno de facto, exilio e inhabilitación a las principales figuras del MAS, persecución de los dirigentes de ese partido, apoyo irrestricto de todos los medios de comunicación a la salida de los “catorce años de dictadura masista”, una pandemia que obligó a una campaña con poca calle.

Así y todo, Carlos Mesa quedó abajo del 29% de los votos y Fernando Camacho, en un humilde 14%. El regionalismo electoral -otra de las respuestas- es tan fuerte en Bolivia que mientras Camacho cosechó un 45% en Santa Cruz, en La Paz no llegó al... 1%. Inversamente, Mesa hizo pie en los departamentos de occidente, pero -al igual que la altura- su apoyo descendió en los llanos cruceños, y no pasó un magro 17%.

Ese regionalismo electoral también alcanza al MAS, que pasa de un 68% en la Paz a un 37% en Santa Cruz. Pero ese piso cruceño ya habla de un partido nacionalizado, con arraigo sólido en todo el país y una hegemonía electoral contundente en los sectores populares y rurales. En definitiva, Bolivia cuenta con un solo partido político a nivel nacional, el resto son liderazgos modestos, oscilantes, fragmentados.

Vayamos al ganador. De forma cruel y dañina, la interrupción democrática provocó como efecto no deseado que el MAS se viera obligado a reemplazar la candidatura de Evo Morales de 2019 por la de Luis Arce Catacora en 2020. Es difícil ver una “autocrítica”, dado que este cambio no fue producto de una decisión voluntaria de Evo o de su movimiento, sino producto de su derrocamiento, exilio e inhabilitación política por parte del gobierno de Añez.

Sí hubo una decisión de elegir a un candidato de formas moderadas, con poco desgaste público a pesar de ser el ministro con récord absoluto de permanencia en la historia de Bolivia (más de 12 años).

Pero la contundencia del resultado está mostrando algo más profundo que una buena elección de candidato o una mala performance opositora. Como ya han dicho antes otros, la sociedad boliviana es una sociedad organizada. Mucho se ha escrito al respecto: ya sea en su organización comunitaria, en su organización sindical, en su organización identitaria indígena. Es tiempo de darle esa misma entidad a su organización partidaria-electoral. El MAS demostró una resiliencia, una potencia y unidad que parece haberlos sorprendido a ellos mismos. Tal vez, de tener claro eso, habrían querido evitar el forzamiento institucional que significó la candidatura de Evo el año pasado, cuando aún después de un referéndum que le dijo “no”, el ahora nuevamente oficialismo insistió a través de los tribunales para que la justicia permita lo que la ciudadanía había negado. Un masista promedio habría argumentado que sin Evo en la boleta del MAS perdería, que no podría lograrse la misma unidad, que el voto indígena no acompañaría, que la legitimidad política no se traslada tan fácil, y un largo etcétera que sonaba bastante lógico. Ya no es así.

El MAS se suma ahora a una dinámica conocida por el peronismo, con Cristina Kirchner y Alberto Fernández, o el PT de Lula (que por estos días está muy activo promocionando candidaturas del partido para elecciones regionales y ya cedió en Fernando Haddad una elección presidencial). O por el propio Rafael Correa, que inhibido y perseguido judicialmente por el gobierno de Lenin Moreno, apoya la candidatura del hasta hace poco ignoto Andrés Arauz. Por una cuestión biológica, el recambio ya había comenzado en Uruguay, donde Mujica había renunciado a una nueva candidatura presidencial para 2019.

Las sucesiones son un hecho. Y, al menos en el caso argentino y boliviano, ya se demostró que no son un obstáculo para que las fuerzas políticas populares y progresistas logren triunfos contundentes, y retornos al poder más tempranos de lo que podía imaginarse. Mas bien, todo lo contrario.

Se trata de una modificación en el imaginario político muy importante, porque abre opciones, salda debates, permite audacias y, todavía más importante, avisa a propios y extraños que los llamados “procesos de cambio” tienen dos nuevos ingredientes: ya no están atados a una persona -por más importante que siga siendo como referencia o liderazgo político- y pueden tolerar pausas e interrupciones y volver al poder con la misma contundencia electoral que tuvieron en sus comienzos.


Sobre el autor

Federico Vázquez (@fedegvazquez) es periodista. Conduce el programa de radio sobre política internacional “Un Mundo de Sensaciones” en Futurock, los domingos de 12 a 15 h.

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