El macrismo busca salir del desconcierto


El impulso de un sector del macrismo al cacerolazo contra el gobierno nacional - encubierto bajo la demanda de que los políticos se bajen el sueldo- en tiempos de coronavirus se relaciona con su desesperación ante una crisis que lo descolocó completamente. En varios sentidos, la emergencia del nuevo virus y sus efectos devastadores a escala planetaria han roto las premisas fundamentales con las que se manejó el núcleo duro del espacio político que tiene a Mauricio Macri como su principal referente.

Hoy nadie duda de que esta crisis solo puede ser superada con un Estado activo y presente en todas las esferas de la vida social: la emergencia sanitaria ubicó de facto a la salud pública como el sostén fundamental de todo el sistema; el gasto público se convirtió en la práctica en el mecanismo exclusivo para ayudar a empresarios y trabajadores, a consumidores y proveedores; la cuarentena, única vacuna disponible hasta el momento, solo puede ser efectivamente cumplida con un Estado que controle y sancione a quienes no se quedan en casa.

No es muy difícil percibir que esta breve guía práctica para vencer la pandemia contradice lo que dijo e hizo el macrismo a lo largo de su vida política. De ahí su desorientación, manifiesta en la errática y casi nula actividad que tuvo Macri desde que se desató la crisis del coronavirus: el 4 de marzo sostuvo que “el populismo es más peligroso que el coronavirus”; diez días más tarde, tuvo que cambiar el tono y su mensaje por redes sociales apeló a “acompañar las medidas del gobierno”; finalmente, el 27 de marzo se puso al frente del reclamo por repatriar a los argentinos varados en el exterior (muchos de los cuales, seguramente, forman parte de su base electoral).

Macri y su núcleo duro no están solos en su desorientación. Líderes de derecha en todo el mundo se encuentran en una situación similar: Boris Johnson en Inglaterra, con el fracaso de su estrategia de inmunidad de rebaño y Donald Trump, quien pasó de la inacción y subestimación del virus a declarar recientemente la emergencia nacional, son tal vez los máximos exponentes de una fuerza política e ideológica que dominó el mundo casi sin interrupciones en las últimas décadas y que, frente a una crisis que según muchos economistas será la peor en la historia del capitalismo, no encuentra respuestas.

Sin embargo, la foto actual no debe invitar a sacar conclusiones apresuradas. Lo dicho hasta aquí solo puntualiza que, frente a la pandemia, existe un terreno fértil para que germine y prospere un ideario alejado del paradigma neoliberal. Pero nada asegura que necesariamente sea ese el camino elegido o que la derecha, aquí y en el mundo, no pueda reciclarse y dar un nuevo universo de sentido a millones de personas que se encuentran desamparadas frente a la presente catástrofe.

Algo de eso ya comenzó a hacer el macrismo impulsando, desde abajo y en forma solapada, un cacerolazo para que “los políticos se bajen el sueldo”. En toda crisis hay que encontrar un chivo expiatorio y la “clase política” suele ser un eficaz comodín para explicar muchas de las desgracias argentinas, más aún cuando de lo que se trata es de no discutir la política económica, la distribución del ingreso o la apropiación y distribución del excedente económico. Así funcionó, por ejemplo, a fines de los años 90, cuando el reclamo por el que se vayan todos (los políticos) ocultó en gran medida el fracaso del modelo económico de la convertibilidad.

Echarle la culpa a la clase política, históricamente, ha sido tan solo el preludio para identificar en el Estado y su “excesivo” gasto el gran responsable del malestar societal. Este tipo de discurso suele encontrar eco en tiempos de derrumbe económico como los que se avecinan, sobre todo en sectores de clase media que perciben que el pago de impuestos es el principal virus que afecta su salud productiva.

Aunque a priori puede resultar contradictorio con el punto anterior, el reforzamiento de las capacidades estatales en lo que hace al control y represión social es otro de los ejes sobre los que es plausible que se pueda reconstruir el ideario de derecha. Más aún si es acompañado de un discurso de xenofobia y racismo que muta según la demanda de cada país y región. Si en Estados Unidos, con Trump a la cabeza, se denigra a los chinos y a los asiáticos en general, acá en la Argentina puede adquirir otras formas más acordes con nuestra propia idiosincracia y acervo cultural (contra países limítrofes, los porteños contra el conurbano, etc.). Al virus le ganamos entre todos, o la salvación es colectiva y no individual, son recetas que para ser eficaces, ante todo, deben ser internalizadas por la sociedad.

En resumen, la pandemia logró descolocar al macrismo y más en general a las fuerzas de derecha en el mundo. El desastre humanitario generado por el coronavirus parece difícil de explicar y de superar por un paradigma que hizo de la reificación del mercado en desmedro del Estado su premisa principal. Sin embargo, este tipo de crisis suele imprimir dinámicas muy distintas a los tiempos normales, y la volatilidad es uno de sus sellos más característicos. Ahora mismo, a pesar de su desconcierto, la derecha tiene a mano una serie de elementos a partir de los cuales puede comenzar a reconstruirse. Y el caos económico que se avecina es probable que emerja una vez más como su gran aliado. Algo de todo esto, seguramente, entrevieron algunos referentes del macrismo para que el sonido de las cacerolas vuelva a asonar por los balcones porteños.

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