El imperio de los signos

En esta oportunidad, Julián Axat escribe sobre la nouvelle “La casa flotante” (Editores Argentinos, 2021), del escritor Augusto Munaro; libro exótico, que cuenta una historia ficcionada en el Japón imperial.

La naturalidad con la que Munaro narra la sensibilidad japonesa, me recuerda a aquello que Borges decía sobre los camellos en el Corán: no es necesario que en sus páginas haya camellos, porque como Mahoma era un árabe auténtico, los camellos no le llamaban la atención.  

La técnica de Munaro busca invisibilizar el orden de lo exótico, para que el relato adopte la forma y el tono natural de la escritura “a la manera de”  Akutagawa o Kawabata. El borramiento de los camellos implica aquí correr del plano principal tatamis, pagodas, sake, kimonos, etc; y dejar que fluya la narración y el clima del mundo imperial japonés, con sus giros poéticos y sensaciones, que dejan en segundo plano (sin dejar de que existan) las coreografías y escenas.

Esa efectividad, me recuerda a textos de César Aira (especialmente Una novela china, 2005) en el que el artificio literario se transforma en el ejercicio exploratorio sobre el carácter de la representación y la otredad autentica. Algo que el propio Aira en un ensayo titulado “Exotismo” (1993) propondrá con “esa antigualla de la mala conciencia”, superficialidad en el exotismo de moda, sin perspectiva de pertinencia, donde lo trivial está en el mismo plano que lo importante y las estructuras de parentesco valen lo mismo que un arreglo floral. Y cuyo autor paradigmático sería Pierre Loti,  en cualquiera de sus muchas novelas en las que viaja al Japón y nos habla de mobiliario, indumentaria, decoración, comidas, etc. Es decir, un paisaje oriental de mera estampilla. ¿Acaso, aquella posibilidad del Japón semiológico que fascinó tanto a Roland Barthes?

Siguiendo el test sobre la literatura exótica, podemos decir –no sin cierta ironía– que Munaro sale “airoso”, cumpliendo así con ese estándar de autenticidad fuera de estampa. La casa flotante se trata de una interpretación libre de un tiempo y espacio, recreación imaginaria del Japón del siglo XI, que mixtura –a modo de homenaje– pasajes de la literatura clásica nipona, donde los personajes deambulan ensoñados (¿alucinados?) bajo el efecto constante de la adicción al opio.

De todos modos, no deja de ser una mirada occidentalizada, un simple juego de “buena conciencia”; suerte de ejercicio de escritura posible o ready made; otra de las tantas que un autor prolífico como Munaro ya nos tiene acostumbrados.


Augusto Munaro

 

Augusto Munaro, narrador, poeta, traductor, editor, y periodista. Publicó los libros Ensoñaciones: Compendio de Enrique de Sousa (RyC editora), El cráneo de Miss Siddal (Pánico el Pánico), Recuerdos del soñador evasivo (Alción editora), Cul-de-sac (Ediciones La Carta de Oliver), Todo sea por la excepción (Letra Viva), Gesta Cornú (Editorial Lisboa), Breve descripción de una sepultura (Tinta China), Noche soleada (Ediciones la yunta), Camino de las Damas (Expreso Nova Ediciones), Vida de Santiago Dabove (Ivan Rosado), Islandia (Voria Stefanovsky Editores), entre muchas otras.

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Así escribe

En el medio de una frase ella retomó la conciencia. Se despierta de lo que hasta entonces parecía haber sido una sucesión de palabras desprovistas de sentido. No logra identificar, no obstante, la palabra, el vocablo exacto que la sacó de su sopor. Luego una inquietud se apodera de ella. Cambia una y otra vez de posición en el sofá, apoyando alternativamente su cabeza sobre el puño izquierdo, después sobre el derecho, después echándola hacia atrás, la nuca apoyada sobre un almohadón bordado, los ojos en el techo, las piernas extendidas, de nuevo, ante él.

El señor Kishaba juguetea nerviosamente con las cartas de baraja. Jovial, afable, se endereza, deja el montón de cojines donde estaba acurrucado en medio de una humareda, da unos pasos en punta de pie, se agacha y le habla al oído. Con los ojos semicerrados oscilando lentamente de arriba abajo, después, de pronto levantando una mano, intenta contestarle, pero ella no dice nada. Como si la vida se hubiera retirado de allí hacía mucho tiempo, los ojos brillando con ese resplandor extático que precede a las visiones, saca por su nariz una humareda.

– Violetas…

Una densa nube de humo flota tapando parcialmente sus figuras. Pequeños copos grises que atraviesan el espacio del techo con vellones de lana impulsados por el viento caen verticalmente sobre una estantería atiborrada de libros. Parecen hallarse en un estado de sonambulismo completo. Quietos, absortos en ellos mismos, podrían tomarse como estatuas adormecidas. Todo en ellos, a decir verdad, podría pasar por muerto: solo la boca de ella, fresca como una flor, brilla en la negrura esmaltada de la oscuridad del recinto. Se oye un fuerte campanillazo, seguido por un anuncio proveniente desde la puerta:

– Desean hablar con el señor a solas.

 (de La casa flotante, Págs. 29/30)

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La casa flotante 

60 Páginas

Augusto Munaro

Editor: Editores Argentinos

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Sobre el autor: Julián Axat es escritor y abogado

Diarios Argentinos