El glifosato en el centro de la escena

OPINIÓN. Por primera vez un ministro llama al glifosato, veneno. Estas declaraciones no pasaron desapercibidas en los medios especializados y por supuesto, en los grandes medios también, que salieron rápidamente al cruce.

Otra vez el glifosato en el centro de la escena. En las últimas semanas, dos noticias de relevancia golpearon en los medios. La primera relacionada con una sorpresiva declaración que el ministro de ambiente y desarrollo sustentable, Juan Cabandié hizo sobre esta molécula en una reunión virtual en la comisión de ambiente del Senado de la Nación. Por primera vez un ministro llama al glifosato, veneno. Estas declaraciones no pasaron desapercibidas en los medios especializados y por supuesto, en los grandes medios también, que salieron rápidamente al cruce. Por otro lado, nos enteramos de que la gigante multinacional Bayer, decidió resolver todas las demandas por glifosato y otros productos (unas 125.000) que heredó de la adquisición de Monsanto, por la módica suma de casi 11.000 millones de dólares. Esta última noticia, con un poco menos de repercusión, claro.

Por supuesto que, cuestionar el principal producto que la empresa insignia de la biotecnología vegetal y otras empresas promueven en la República Argentina agroexportadora, es una acción riesgosa. Los cultivos transgénicos representan desde hace ya varias décadas, una tecnología que simplifica gran parte del manejo del cultivo, su logística y que además permite aumentar los márgenes de ganancia. Desde el punto de vista netamente productivo, simplifica y soluciona. Es por eso que los productores y las corporaciones que los nuclean siempre mostraron esta realidad como una realidad que los atraviesa genuinamente, como una tecnología que decidieron apropiar y que es hoy por hoy, una nueva tradición.

En estos momentos en el que el país y el mundo están sumergidos en una gran crisis producto de la pandemia ocasionada por el SARS-COV-2 aflora una y otra vez en distintos ámbitos el dilema de la falsa dicotomía entre la economía y la salud. El agro está sin lugar a duda, inmerso en ese dilema desde hace muchísimo tiempo antes. Es el beneficio económico, el motor de las exportaciones, versus los conflictos territoriales, sociales y ambientales que vienen aparejados a esta propuesta.  La discusión entre quienes defienden al modelo con la idea implícita del “si funciona no se toca” y entre aquellos que perciben realmente la complejidad del modo de producción y entienden a la salud como un derecho humano universal, raramente llega a buen puerto. Las sensaciones que nunca faltan: el sistema agrícola es enorme, los actores están bien definidos, la ganancia está asegurada salvo catástrofes climáticas, el estado interfiere.

Escribo estas líneas entonces con dos intenciones. La primera es reivindicar el debate que marco en los párrafos anteriores.  Necesitamos de ese debate en la agenda pública para resolver una realidad que afecta a más de la mitad de la población de nuestro país. La segunda es hacer notar que, en los medios, las entidades agrarias más importantes, como la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (Aapresid), la Federación Agraria o el presidente de la Sociedad Rural Argentina, destacan la inocuidad del glifosato al responderle al ministro Cabandié. Es por ello que me permito contarles algunos detalles de este producto referidos al daño al ambiente y el efecto en la salud humana.

El glifosato y el ambiente

Para comprender el efecto que tiene el glifosato sobre los seres vivos, debemos entender cómo funciona. Aquí es donde empiezan muchas veces a confundirse las cosas, ya que es muy común asociar el modo o mecanismo de acción (es decir, cómo ejerce su efecto) a los cultivos transgénicos. El glifosato es un herbicida, y actúa de una manera muy sencilla: Al ser absorbido por la planta luego de su aplicación, es transportado a sus células. Una vez dentro de ellas, se une a una enzima en particular de manera tal que la inhibe, impidiendo que se sinteticen un tipo muy importante de aminoácidos. Impedida esta síntesis, la planta no puede continuar normalmente su crecimiento y muere. Esto le ocurre a la inmensa variedad de plantas, que son las malezas (término difícil de tragar para los biólogos). El objetivo del glifosato es desmalezar. Solamente para redondear la idea, resta mencionar que los cultivos transgénicos como la soja RR, poseen, gracias a la ingeniería genética, una versión de la enzima a la cual el glifosato no puede unirse, evitando entonces sus efectos deletéreos.

 Si bien esto es conocido en el sector agrícola, lo que pocos saben es que esta enzima está presente también en bacterias y hongos. Este detalle, que parece minúsculo (microscópico, mejor dicho), ciertamente no lo es, ya que tanto bacterias como hongos son componentes esenciales del suelo. Los microorganismos del suelo tienen un rol ecológico fundamental, y son parte de lo que el concepto de biodiversidad representa. Participan de los ciclos biogeoquímicos, transforman la materia orgánica, solubilizan nutrientes, los reciclan, etc. Es decir, hacen que el suelo tenga la vida que lo hace tan productivo.

Surge entonces la primer consecuencia directa del uso del glifosato: los microorganismos del suelo, por ser sensibles, son afectados. Investigaciones llevadas a cabo en suelos bajo explotación agrícola en distintos lugares del mundo así lo demuestran. También se suman a la lista pequeños insectos, arácnidos y lombrices.

El glifosato llega a muchos los cursos de agua en nuestro país. Es allí donde afecta a microorganismos, algas y anfibios, primeramente. Desde comienzos de siglo, distintos grupos de investigación de varias universidades nacionales y del INTA, llevaron cabo mediciones de glifosato en cursos de agua incluyendo canales, arroyos y ríos ubicados en zonas donde se practica la agricultura (mayoritariamente, la región pampeana). Arroyo Areco, arroyo del Medio, arroyo Carnaval, arroyo el Crespo río Arrecifes, río Ramallo y río Paraná, son alguno de ellos. La lista sigue.

¿Por qué el glifosato llega a los cursos de agua? Existen motivos que tienen que ver con malas prácticas y otros con la práctica en sí misma. Sobre estos puntos gira gran parte de la discusión que se da sobre los pueblos rurales y las distancias mínimas a las cuales la maquinaria puede aplicar agroquímicos. El Incorrecto lavado de maquinarias, disposición y enjuague de envases, el aplicarlo cuando la velocidad del viento no lo permite, son motivos comúnmente asociados a las malas prácticas y en teoría, todos evitables. El análisis sobre la práctica en sí misma recae sobre el glifosato residual, ese que queda en el suelo luego de la aplicación, que es lavado por el agua de lluvia y escurre hacia canales y arroyos. Recuerdo haber sido interpelado alguna vez por un productor agropecuario que replicaba: “No quedan residuos de glifosato, a la semana de haber aplicado, si llueve, brotan los yuyos”. Una vez que el glifosato es liberado al ambiente, no somos dueños de su destino.

Existe la creencia de que el glifosato no es persistente (no quedan rastros en el suelo luego de un corto período de tiempo). Su persistencia es muy dependiente de las características del suelo, por lo que puede variar significativamente (de unos días a un año) siendo en general, menor a la de otros agroquímicos. El análisis que nunca se hace es sobre otra propiedad, que es su movilidad. Una baja persistencia podría decirnos que el lote en donde aplicamos va a poseer residuos en suelo por un mes, por ejemplo. Si en ese mes ocurren precipitaciones, y ese suelo favorece la movilidad del agroquímico, lo único que necesitamos es una pendiente para que el glifosato sea transportado hacia los cursos de agua. El viento también puede levantar partículas finas de suelo a las que el glifosato permanece unido, y transportarlo fuera del lote por vía aérea. Nuestro país es pionero en estos estudios de movilidad.

¿Es significativo el aporte del glifosato residual al ambiente? Considerando que Argentina utiliza en promedio tres veces más que glifosato por unidad productiva que el que es usado mundialmente, es un dato considerable. Concentraciones muy pequeñas parecerían no ser relevantes, pero si escalamos esas bajas concentraciones a la totalidad del área sembrada, teniendo además en cuenta que muchas veces se hace más de una aplicación, podemos empezar a dimensionar cuál es realmente el “peso” de este glifosato residual.

 

El glifosato y la salud humana

Para hablar de los efectos tóxicos del glifosato en humanos, debemos tener en cuenta primero a qué tipo de exposición nos referimos. Suena un poco rebuscado, pero es un punto clave para entender la discusión.

Se dice que el glifosato es muy poco tóxico, de baja peligrosidad. Y esto es cierto si de lo que estamos hablando es de toxicidad aguda. La toxicidad aguda nos dice qué tan peligrosa es una sustancia cuando entra en contacto con nosotros una sola vez, o nos sometemos a varios contactos en un período muy corto de tiempo. En ese sentido, el glifosato es sin lugar a duda, menos peligroso respecto al resto de los agroquímicos utilizados en la actualidad, inclusive que el glufosinato de amonio. Su baja toxicidad aguda significó un gran avance para el desarrollo de agroquímicos en la década del 70´, en donde coexistía con otros mucho más tóxicos como, por ejemplo, el famoso DDT.

Menos peligroso no quiere decir inocuo. Tomar una cantidad aproximada de 200 mL, puede causar la muerte. Pero claro, en el contexto usual, suponiendo que los operadores trabajan con el equipo de protección adecuado, con el recaudo de aplicar como es debido, y a una distancia prudencial de cualquier hogar o escuela, recibir una dosis que cause algún problema de salud solamente sería atribuible a una ingesta accidental.

La toxicidad crónica habla de cómo se ve afectado nuestro organismo al recibir “pequeñas” dosis de una determinada sustancia a lo largo del tiempo. Someterse a exposiciones crónicas causa distintas enfermedades de acuerdo con la sustancia de la que estemos hablando.

¿Podrían trabajadores y habitantes de zonas rurales estar expuestos inintencionalmente al glifosato? Estudios confirman la presencia de glifosato aire, en suelos en donde nunca fue utilizado debido al transporte aéreo, en alimentos, y como anteriormente mencioné, en aguas. Tanto en Argentina como en otros lugares del mundo como Francia y Alemania, se detectaron trazas de glifosato en orina, confirmando esta exposición en determinados grupos de la población.

¿Cómo asociar un aumento de individuos enfermos de cáncer, o nacimientos de niños con malformaciones, al uso de un agroquímico? Poder adjudicarle al glifosato (y solamente al glifosato) ser la causa de una determinada enfermedad es una tarea que requiere de un análisis muy complejo. Es que estar expuesto de manera crónica al glifosato implica, por ejemplo, también estar expuesto a otros agroquímicos, ya que no se aplica solamente un producto a un cultivo. Las condiciones de vida, la edad, el sexo o el ambiente son también parte del análisis, por mencionar algunas variables. Tratar de llevar a cabo estudios en laboratorio utilizando animales (ratas, conejos) que simulen este tipo de exposición, así como también estudios epidemiológicos que asocien una determinada población expuesta a glifosato con un aumento en la incidencia de una enfermedad, fue y es motivo de tal vez, la mayor polémica en el ambiente científico. En la evaluación de los efectos producidos frente a exposiciones crónicas, donde ocurre el debate respecto a la toxicidad del glifosato.

Existen en este caso, estudios a los que uno podría acusar, por lo menos, de tendenciosos. De un lado o de otro, se presentaron en decenas de trabajos científicos, información estadísticamente no significativa, se provocaron condiciones que favorecieron o evitaron la observación de efectos tóxicos, se ocultó directamente información, se tomaron grupos experimentales sesgados, y así podríamos seguir. Es en el fluir de estos argumentos y contraargumentos muchas veces malogrados pero utilizados intencionalmente, que los grupos de influencia estructuran su postura.  Podría mostrar 10 estudios científicos (esos que los títulos sensacionalistas citan como “científicos de la universidad de…”) diciendo que el glifosato es tóxico, o 10 diciendo que es inocuo. Da lo mismo si no se es un experto en el tema, porque el análisis se hace sobre el título, o a lo sumo, sobre las conclusiones. El diseño experimental y la interpretación de resultados requiere otro métier. Aquí destaca la complicidad de algunas revistas científicas, que en su afán de publicar temas “calientes”, aceptaron muchas veces trabajos pobremente evaluados.

El asunto requiere de un juez, de alguien que determine cuál es la evidencia que realmente vale. Frente a esta situación, un grupo de expertos de la Agencia Internacional de Investigación del Cáncer (IARC, por sus siglas en inglés), un organismo dependiente de la Organización Mundial de la Salud, sometió al glifosato a una reevaluación, teniendo en cuenta toda esta cantidad de información disponible. Este no fue un trabajo de investigación más, sino que fue una revisión crítica en la cual buscaron identificar todos los problemas que les mencioné (¡Y más!) para encontrar evidencia significativa que relacione al glifosato con algún tipo de cáncer. Y se encontró. El glifosato está asociado a un tipo de cáncer llamado linfoma no-Hodking.  Por ello es que se lo reclasificó dentro del grupo de las sustancias probablemente carcinógenas (un nivel de peligrosidad mayor al que tenía en la clasificación anterior). Probable aquí, quiere decir que existe evidencia limitada en estudios epidemiológicos (grupos de personas) y evidencia suficiente en estudios con animales de laboratorio. Estudios que no tengan que ver con el cáncer pero que hablen de otras enfermedades crónicas, quedan fuera de la órbita del análisis de la IARC, pero no por ello desestimarse. Año tras año, evidencia de daño crónico en otros órganos y otros posibles mecanismos de patogenicidad surgen en distintos estudios.

Breves reflexiones 

El cambio que provocó la utilización del glifosato en las prácticas agrícolas en nuestro país y en el mundo es innegable. En cuanto a su toxicidad, se transitó un camino dual: En un principio, por presentar tan baja toxicidad aguda fue sin lugar a dudas, una alternativa superadora a los herbicidas de la época. Posteriormente, la incorporación de los cultivos transgénicos y el aumento del área cultivada, en conjunto con la baja de precios, provocaron un incremento en su utilización, tanto de forma extensiva e intensiva. Es por ello que hoy lo vemos diseminado en el ambiente, en lugares en donde no debería estar, y es por ello también es que hoy representa potencialmente un riesgo a nuestra salud. Intentar desmentir eso es torcer el debate que realmente importa, y es el de pensar cómo hacer de la agricultura una actividad genuinamente sostenible. Por ese camino de diálogo debemos transitar.


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