El carnicero de Bavio

OPINIÓN. Memorias de un defensor de pibes chorros 1.

Esa tarde me habían llamado desde la Comisaría 5ta, que tenían detenido al “carnicero de Bavio” y que fuera para allá, antes de ser entrevistado por el fiscal. Como todas las veces, salí volando y lo que me encontré fue una escena bastante dantesca. El menor X, de 16 años, todo manchado de sangre seca, sentado en un banco de la celda del fondo, de brazos hacia atrás por las esposas, murmuraba en silencio.

Ni se mosqueó con mi presencia. Me abrieron la celda y me senté a su lado. Pedí a la guardia que se retire. El trabajo de defensor penal, de pobres y ausentes de menores de edad, se basa en la construcción de confianza: acompañamiento en las audiencias, explicación a los padres, tratar de dilucidar qué es lo que lleva a un niño-adolescente a cometer un delito, desentrañar su pasado, sus fricciones, entender los miedos, y traducir un expediente escrito de una manera muy difícil de entender a esa edad.

En el caso de X, los diarios locales desde la tarde anterior ya hablaban del extraño suceso. 100 terneros y 43 vacas fueron hallados degollados, y a pocos metros del lugar, el menor de edad sentado entre los pastizales con un facón y el cuerpo manchado de sangre. El dueño de los animales presentó la denuncia y reclamó que alguien en la Intendencia se haga cargo de tremenda masacre; porque el chico y su madre viven en un rancho dentro de su campo y no tienen cómo pagar semejante daño.

“El carnicero de Bavio” lo bautizaron. Y ya los comentarios de los lectores al pie de la nota además de escuadrones de la muerte, que se terminen la lacra de los menores delincuentes y chorros, un sacrificio para este menor como si fuera uno más de sus terneros degollados. Como siempre, de lo único que se hablaba ese día en los medios de la zona era del episodio sangriento. Algunos ya inventaban teorías y conjeturaban que estaba poseído por algún demonio en su cuerpo; pues cómo podría ser la cantidad de animales que pasaron a mejor vida con sus manos de 17 años. Otros, más benignos con la situación de X, sostenían que era obra de un plato volador que había bajado esa misma noche para llevarse muestras de seres vivos, tal como había ocurrido en otros parajes, hasta con avistajes de OVNI y escenas similares.

Lo cierto que ahora tenía a X frente a mí, y yo le había tocado como su defensor de pobres y ausentes, porque la madre –una humilde campesina de la zona a la que no le habían dejado ver aún a su hijo– no tenía ni un peso para pagar un abogado de su confianza. Traté de interrumpir su murmullo constante, le dije que sería su abogado, que se quedara tranquilo. Le pregunté en voz alta qué había pasado. Hizo un silencio. No levantó la cabeza. Miraba el piso de la celda todo mugriento.

La Comisaría 5ta siempre fue un lugar siniestro. Las paredes cargadas de marcas del pasado más terrible. Yo sabía muy bien que por ese lugar, durante la dictadura militar, pudieron haber pasado mis padres, como pasaron por allí cientos de personas que fueron asesinadas o están todavía desaparecidas. Varios años después, ese lugar va a pasar a ser Museo de la Memoria; pero por entonces todo seguía igual y, por mi función, me tocaba seguir transitando por los túneles del tiempo. Como si nada de aquello hubiera sucedido.

En un momento, X sale de su ensimismamiento y me clava la mirada. Alcancé a percibir que  entendía –al fin– que estaba a su lado; y que no se trataba de una sombra acechante similar a los guardias que lo insultaban y maltrataban. Más bien alguien amigable, que de pronto podía ayudarlo.

– ¿Dónde está mi mamá? –preguntó mirándome fijo, con los ojos oscuros desencajados.

– Está afuera, esperándote. Te va acompañar a la fiscalía dónde vas a tener que prestar una declaración. Es el procedimiento. –Seguía mirándome con bastante desconfianza, como si la idea del abogado defensor fuese, para esas circunstancias, un invento de comprensión imposible.

Entonces lloró. Traté de calmarlo. Pero no hubo caso. Esperé unos diez minutos, hasta que en el medio del llanto insistí sobre qué había pasado. Entonces habló:

– Fue el patrón. El patrón que golpeaba a mamá todas las tardes. El patrón el dueño de las vacas y la hacienda, el que nos prohibía ordeñar. Usaba la fusta a veces… – X se levanta la remera, y me muestra la espalda marcada.

– ¿Él te hizo eso? – Pregunté anonadado.

– Sí, él, y a mamá otras marcas que no se ven fácilmente, pero que ella te va a negar que las tiene. Yo juré que esos animales a los que quería como a mi vida los iba a faenar, estaba harto de los golpes. Los hinqué esa noche, uno por uno, perdí la cuenta cómo lo hacía, el cuchillo entraba y salía. Después me dormí al lado del árbol.

– ¿Y tu papá?

– No sé quién es. Mi mamá dice que se mandó a mudar antes que yo naciera… – En esa respuesta me surgió la duda o interrogante sobre la posible paternidad de X, si no estaría vinculada al acto que lo traía a estas circunstancias.

– Bueno, me parece que por el momento es preferible que no declares. Total, lo vas a poder hacer un poco más adelante. Lo importante es que denunciemos la violencia que ejerció el patrón contra ustedes y después veamos…

- Nooo, mamá dice que nos va a echar del campo, que el rancho lo va a levantar con la topadora…

Seguimos conversando aquella tarde antes de que X declare ante el fiscal. Estaba claro que el llamado “carnicero de Bavio” no era más que un simple adolescente atormentado; y que mezcla de algún trastorno de base, aunado a su pobreza extrema, ignorancia y el grado de violencia contenida, habían llevado a desencadenar el acto sacrificial de los animales.

No se había atrevido a levantar la mano al patrón, quien se aprovechaba de su situación de vulnerabilidad. Defender a su madre y a sí mismo había sido atentar contra su medio de vida. Pero estos argumentos los pensaba para mí mismo, porque hasta que no estuviera el informe de perfil psicológico, no podría avanzar en ese sentido. Tampoco convencer tan fácilmente al juez.

X declaró ante el fiscal y logró la libertad a los pocos días. El delito de Daño es excarcelable, por lo que se evaluó un seguimiento psicológico y alguna forma de contención. También se denunció al dueño de la finca por abuso.

Al otro día, todos los medios de La Plata criticaban a la justicia por liberar al joven carnicero. Y los comentarios de los lectores al pie de las notas, enfebrecidos, decían que ahora el “carnicero” iba a probar con humanos, ya no con animales. Que estos pequeños delincuentes siempre entran por una puerta y salen por la otra…


Sobre el autor: Julián Axat es ex defensor penal juvenil de La Plata, escritor. Actualmente a cargo programa ATAJO de la Procuración General de La Nación.

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