El ascenso de la extrema derecha en Europa

En un contexto de crisis económica, descrédito de los partidos tradicionales y problemas inmigratorios, la xenofobia y el racismo ganan terreno en el mapa político del viejo continente.



"No queremos entregar a Alemania a una invasión de extranjeros de cultura diferente. Así de sencillo". Las palabras le pertenecen a Alexander Gauland, uno de los líderes de Alternativa por Alemania (AfD), partido ultranacionalista que acaba de quedar en tercer lugar en las elecciones de la primera economía de Europa.
En los últimos años, se asiste a un crecimiento desigual pero constante de las fuerzas de extrema derecha en el viejo continente. En algunos países, su avance les permitió tener representación legislativa por primera vez en su historia; en otras naciones, llegaron a erigirse como una alternativa efectiva de gobierno, y lograron, incluso, formar parte del poder ejecutivo. En conjunto, su expansión política y electoral constituye un desafío para el consenso de posguerra forjado en torno al apoyo irrestricto de la democracia liberal.
¿Por qué asciende la extrema derecha en Europa? Hay una convergencia de factores que parece estar detrás de este proceso. El primero y más evidente es el malestar generado por la última crisis financiera, cuya derivación es la irritación hacia los poderes tradicionales. El desempleo, las políticas de austeridad y la profundización de la desigualdad económica melló la confianza ciudadana hacia los partidos clásicos, que moldearon el destino de Europa desde la segunda mitad del siglo XX y generó el contexto para la emergencia de outsiders.


Junto con esto, se dio un evidente agotamiento del proyecto de integración europea, que resucitó las adormecidas identidades nacionales: para amplios sectores de la sociedad, hoy la Unión Europea (UE) se ha vuelto parte del problema y no de la solución. La crítica hacia Bruselas y su establishment político y económico abrió el margen para la emergencia de nuevas representaciones sociales, que pretenden recuperar el valor de lo local.
Pero no alcanza con la recesión económica y de la UE y el descrédito de los partidos tradicionales para dar cuenta del rebrote de la xenofobia y del racismo en Europa. La crisis migratoria y de refugiados y el avance del islam le ofrece a la ultraderecha el escenario ideal para blandir la noción de que las fuentes de trabajo y las políticas de bienestar se encuentran amenazadas por un enemigo que, en última instancia, se opone a los valores de Occidente. Así, el extremismo y la intolerancia se expanden en casi todos los rincones de Europa.



Fundado en 1972 por Jean-Marie Le Pen, el Frente Nacional (FN) pasó a ser liderado desde 2011 por su hija Marine. El partido tiene una retórica fuertemente antiinmigrante y anti Unión Europea, y es una verdadera bestia negra para el resto de las formaciones políticas, que en su mayoría tienden a apoyarse en las segundas vueltas electorales para evitar el acceso del FN a la presidencia.
En las elecciones de este año, Marine Le Pen quedó segunda en las elecciones presidenciales. Resultó derrotada en el balotaje por Emanuel Macron. Ante la crisis del socialismo y el conservadurismo francés y la incertidumbre del experimento del actual mandatario, el FN ha consolidado un espacio en la competencia política. “Estamos viviendo el fin de una era y el comienzo de otra”, expresó Le Pen a comienzos del 2017.



Alternativa por Alemania (AfD) se conformó cuatro años atrás como un movimiento de protesta contra las instituciones de la Unión Europea. En el núcleo de su programa anida un espíritu anti-establishment, antiliberalización y antiinmigración. Con presencia en algunas legislaturas provinciales, en 2013 se quedó fuera del Parlamento nacional por no alcanzar el piso exigido del 5%.
Sin embargo, en los últimos comicios AfD dio la gran sorpresa, cosechó el 12,5% de los votos e ingresó más de 90 legisladores al Bundestag. No solo es la primera vez que una fuerza de extrema derecha consigue representación legislativa a nivel federal desde el período de posguerra, sino que, además, logró constituirse en la tercera fuerza a nivel nacional. Uno de sus eslóganes electorales resume buena parte de su programa político: "Alto a la islamización. Vota AfD".



Norbert Hofer es la principal figura del Partido de la Libertad de Austria (FPO), agrupación nacionalista y antiinmigratoria que perdió por muy poco las últimas elecciones presidenciales. En la primera vuelta, quedó en primer lugar con el 35,1% de los votos; en un balotaje muy disputado, obtuvo 49,7% de los sufragios, unas décimas menos que su rival progresista Alexander Van der Bellen. Por las denuncias cruzadas y el poco margen, la Corte Suprema ordenó repetir la competencia, en la que Hofer finalmente fue vencido por más de 6 puntos porcentuales.
FPO basó su última campaña en el fortalecimiento de los límites fronterizos y de su potencial militar, además de proponer el recorte de beneficios para los inmigrantes y priorizar el mercado de trabajo para los austríacos. No por nada, el eslogan de su campaña fue “Austria first” (Austria primero).



Geert Wilders es el líder del Partido de la Libertad (PVV, por sus siglas en neerlandés), una fuerza que hace de la inmigración la mayor amenaza y pide que Holanda retome el control de sus fronteras. Aunque partió como favorito en las últimas elecciones, el PVV terminó en segundo lugar, con 20 escaños, cinco más que lo que tenía hasta entonces. Aunque no pudo formar gobierno, su radicalidad obligó al resto de los actores políticos a correrse a la derecha y a endurecer muchas de sus políticas.
Wilders llegó a afirmar que prohibiría el Corán y las escuelas islámicas. En diciembre del año pasado fue condenado por incitación a la discriminación, por gritar consignas contra los marroquíes en un encuentro político.




Con su partido Fidesz y en alianza con los demócratas cristianos (KDNP), Viktor Orban gobierna Hungría desde 2010. Promotor de una “revolución iliberal”, según sus propios términos, el primer ministro ostenta un estilo de gobierno inconfundiblemente autoritario: promueve una retórica xenófoba, persigue ONG opositoras, demoniza a los refugiados y condiciona la libertad de prensa.
Pero Orban tiene competencia para interpelar al electorado de ultraderecha: en 2010, irrumpió en la escena nacional Jobbik, un partido extremista y antiinmigración que brega por la salida de su país de la Unión Europea y denuncia “los esfuerzos del estado sionista de Israel por dominar Hungría y el mundo”. Con esta agenda, Jobbik superó el 20% de los votos en las elecciones europeas de 2014.



Con la conducción de Jaroslaw Kaczynski, el partido Ley y Justicia accedió al Gobierno tras ganar las elecciones de 2015. Desde que asumió el poder, Polonia vive en un régimen crecientemente autoritario: las reuniones públicas fueron restringidas, el control de los medios de comunicación se extendió y los Tribunales quedaron, de manera informal, bajo la órbita del poder ejecutivo.
En una medida atípica, Bruselas abrió un procedimiento contra el gobierno de Varsovia por sus “continuas violaciones del Estado de derecho”. Este año, Kaczynski  justificó su acérrima oposición a la acogida de refugiados: “Tendríamos que cambiar por completo nuestra cultura, veríamos reducido el nivel de seguridad en nuestro país y todo eso podría conllevar una especie de catástrofe social".



El ascenso de la extrema derecha en Europa es general, aunque registra algunas excepciones. En el Reino Unido, UKIP pasó del auge al ocaso en poco tiempo, en 2015 cosechó 12,7% de los votos; en las elecciones de este año, logró un magro 1,8% de los sufragios, que lo dejó fuera del Parlamento. En el medio, sin embargo, logró impulsar y vencer en la votación por el Brexit. Más al sur, Portugal y España se apartan de la tendencia regional y evitan la emergencia de fuerzas ultranacionalistas. El recuerdo de las dictaduras de casi cuatro décadas de Salazar y de Franco, respectivamente, parece operar como un efecto inhibidor para cualquier resurgimiento extremista.
Como sea, la derecha radicalizada gana cada vez más terreno en Europa. Además de Hungría y Polonia, integra la coalición de gobierno en Noruega, Finlandia, Suiza y Eslovaquia. En un gigante como Francia, disputa palmo a palmo las elecciones presidenciales, y en Alemania, principal sostén del proyecto de integración europea, consigue más de 90 escaños.
Con un discurso antiglobalizador, xenófobo e intolerante, la extrema derecha está tocando las fibras de algunos sectores de la sociedad que han perdido la ilusión en la UE y en los partidos tradicionales. Su avance constituye, en definitiva, un verdadero desafío para el orden democrático europeo.