Del big data al gran Estado

Hay un elemento central que no exploramos y que debiera ser de total interés comparar y analizar. Se trata del nivel de información sobre la población con el que se ha contado –y cuenta– para tomar decisiones.

Por Florencia Fiorentin y Fernando Molina



La pandemia del Covid-19 nos ha llevado a gran parte de la población a la constante comparación sobre la evolución de la enfermedad. Comparamos con países vecinos, comparamos con países lejanos, nos comparamos con geografías totalmente dispares. Comparamos los gráficos, las curvas, entendemos los sesgos que implican la cantidad de test que cada país realiza, cómo se registran los decesos. Observamos cómo lleva la cuarentena cada nación. Y, aun así, hay un elemento central que no exploramos y que debiera ser de total interés comparar y analizar. Se trata del nivel de información sobre la población con el que se ha contado –y cuenta– para tomar decisiones.

En ese marco, aparece la discusión acerca de los grandes volúmenes de datos (big data en inglés) y el acceso a esa información por parte del aparato público. Allí puede tomar lugar un sinnúmero de discusiones, pero la gran certeza es que esos datos existen y son propiedad de grandes empresas internacionales (Google, Facebook…). Estas empresas comercian los datos con otras organizaciones, quienes las utilizan con fines económicos e incluso políticos (basta con recordar el escándalo de Cambridge Analytica). Mientras, los gobiernos carecen de la información requerida –de gran volumen y actualizada– para la toma de decisiones. La pregunta que surge, entonces, es si queremos que el Estado tenga la posibilidad de acceder a nuestra información que compone ese big data y por qué.

En la última conferencia de prensa, en la que se anunció la segunda extensión de la cuarentena, el presidente de la nación anunció que parte del protocolo de repatriación ha incluido la obligación del uso de una aplicación. La aplicación ya tendría más de un millón de usuarios y permite la autodetección de síntomas y realiza un seguimiento por GPS de los recorridos de lxs repatriadxs, por su potencialidad de portar de la enfermedad. A partir de ello, también permite analizar qué otras personas estarían en riesgo de haber contraído el virus. La información alcanzada con estos mecanismos no es completa, ni siquiera califican como big data, solo alcanzan a una pequeña parte de la población y seguramente los datos no sean fáciles de sistematizar. No obstante, el desarrollo y uso de estas aplicaciones permiten acceder a información altamente pertinente en este contexto y con poco uso de esfuerzo por parte del Estado.

La reciente experiencia en China demuestra que la disponibilidad de grandes volúmenes de datos puede ayudar a hacer frente a una pandemia. La particularidad de China es el estrecho vínculo entre lo público y lo privado, con empresas que producen la información y el Estado que accede a ella. Un claro ejemplo es la designación hace unos meses de funcionarixs públicxs en los directorios de 100 empresas tecnológicas en la localidad de Hangzhou. En el contexto actual, el gobierno local también ha pedido colaboración a las gigantes Tencent y Alibaba, dos empresas tecnológicas chinas que se encuentran entre las más valiosas del mundo, para enfrentar la pandemia. Estas han desarrollado una aplicación para que lxs ciudadanxs declaren sus síntomas y sus recientes viajes y, a partir de allí, detectar el grado de riesgo de tener la infección. Ello sirve para detectar, aislar y hacer un seguimiento de la población infectada y, por lo tanto, poder plantear una cuarentena algo más administrada que no involucre la suspensión total de las actividades. La experiencia se extendería a nivel nacional y evidencia que el actuar del Estado puede ser altamente sencillo, siempre que disponga de altos volúmenes de información a nivel individual.

Este análisis (y propuesta) no ignora los prejuicios que existen hacia la dominación pública de nuestra información privada. Sin embargo, el cuestionamiento no debiera ser contra la utilización de datos per se, sino contra su utilización con fines que atenten contra la privacidad de las personas. Más aun, hay que tener presente que el big data se trata del manejo de un nivel impresionante de datos, por lo que el análisis individual pierde sentido y el objetivo está en establecer tendencias. Si el Estado dispusiera del volumen de datos que genera Tencent con WeChat (que cumple en simultáneo las mismas funciones que Google, Spotify, Netflix, Facebook, Whatsapp, Mercado Pago… y alcanza casi al 80% de la población china), podría estimar el comportamiento de ciertos estratos de población. A partir de allí, se podría diseñar política en base a un escenario más completo. Para el diseño e implementación de la política adecuada, es menester que el Estado cuente con información perfecta. Como ello no es posible, podemos pensar en que la disponibilidad de grandes números de datos también puede ayudarnos a tener un gran Estado.

Desde luego, la implementación de aplicaciones como las descriptas no podría ser automática en un país como la Argentina. Sin embargo, si el Estado se lo propusiera y pudiera tejer lazos con el sector privado e imponer el uso de una aplicación para realizar las tareas diarias, podría avanzar hacia el acceso de un mayor nivel de información y, así, mejorar su intervención. Hoy es el Covid-19, pero la disposición de esta información podría ir más allá e incluso evitar la violencia doméstica, crímenes de odio (como femicidios y travesticidios), accidentes de tránsito, evasión, y un sinfín de problemas que tanto nos preocupan y afectan a lxs argentinxs.


Florencia Fiorentin: licenciada en Economía Política, becaria doctoral CONICET y docente en la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS). Contacto: ffiorentin@campus.ungs.edu.ar

Fernando Molina: estudiante de Licenciatura en Economía Política (UNGS). Ministerio de Educación GCBA. Contacto: marcelo.molina@bue.edu.ar




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