De cuidarnos en la caída, a cuidarnos en la subida

OPINIÓN. La Argentina tiene un desafío urgente: aprender a ser estables, para generar inclusión y producción de largo plazo.


La Argentina se prepara para crecer. Es inevitable que haya un crecimiento después de 3 años de caída, con dos pandemias en el medio, la de la volatilidad macrista y la del Covid-19. En 2021 la Argentina va a cerrar con un nivel promedio por encima del promedio que cerrará en 2020, de eso no hay muchas dudas.

Después de haber caído en 3 de los 4 años macristas, el primero por recomposición de variables según la teoría de Juntos por el Cambio, y el tercero y cuarto porque no hubo tal recomposición sino todo lo contrario, llevando a una caída total entre puntas de 4%, con la inversión (IBF) cayendo 2,4 puntos del PBI. En 2017 el país creció, pero en el núcleo de ese crecimiento se hallaba el origen de la volatilidad que nos haría caer en 2018 y 2019. En efecto, un modelo que sólo se sostenía con el ahorro externo, deuda, en un marco donde ese ahorro no estaba disponible en el largo plazo como era deseable para ese modelo (como efecto de una guerra de monedas fuertísima librada entre Estados Unidos y China, entre otros factores), llevó a una abrupta ruptura del modelo de deuda y fuga, que se suponía mucho más longevo desde el oficialismo de entonces (prueba de esto es haber hecho la fórmula de las jubilaciones en base a la inflación -más una parte mínima por subas salariales registradas-), suponiendo una inflación a la baja.

En este contexto, y a eso apuntamos en este artículo, cabe ver cómo se comportó el tipo de cambio real en su correlación con la performance industrial.


Aclaraciones de rigor. Cuando el tipo de cambio se aprecia, cuando la moneda local es más fuerte (cuando baja el tipo de cambio real), posiblemente haya mejoras en el mercado interno, o se promueva que las haya. Sin embargo, cabe preguntarse por el aprovechamiento de estas mejoras: ¿se fomenta el crecimiento industrial que resuelva la expansión del mercado interno o se realiza una apertura importadora de bienes de consumo (algo de esto se intentó durante la administración de Macri)?


Como se puede ver, para que haya crecimiento industrial se requiere un contexto. Un contexto que tenga que ver con las ventas (efecto ingreso). Esas ventas podrán ser locales o al exterior. Ese crecimiento industrial, requiere la existencia de estabilidad. ¿Por qué? Porque la inestabilidad cambiaria se ve en los cambios de precios, y esa inestabilidad es la que repercute en una caída de la demanda (la alta inflación no ayuda a promover el consumo, porque es elemento de pérdida de poder adquisitivo y porque hace bajar las inversiones, se desordena el sistema y cae la economía, inflaciones menores de 28% pueden ser manejables). La estabilidad es un elemento crucial. El problema radica en que plantear una estabilidad de largo plazo, requiere no sumar inconsistencias en todo ese plazo que obliguen a shocks de algún tipo. Y para no sumar irregularidades en la macro, el principal elemento es no atrasar el dólar, porque en algún momento u obliga a endeudarse o a devaluar. Siendo que endeudarse sólo pospone el drama, y además suele venir con condiciones que ajustan el mercado local y adelantan el drama de la caída industrial. Entonces, el maestro Aldo Ferrer tenía razón: endeudar el país jamás es la solución. Y curiosamente, cuando decía jamás, se refería a jamás, cosa que no todos supieron interpretar.

Señala Diamand (1988) “tanto las importaciones como las exportaciones a corto plazo son inelásticas. Esto significa que para restablecer al equilibrio interno se necesitan devaluaciones muy grandes. Estas devaluaciones, a su vez, elevan fuertemente los costos y precios internos y traen una redistribución de ingresos en desmedro de los asalariados y de aquellas empresas industriales y de servicios que trabajan para el mercado interno. La reacción de estos sectores, que procuran reconquistar los ingresos perdidos, vuelve a elevar los costos y los precios internos, sumando su efecto alcista a aquel ya provocado por la devaluación. Surge así un complejo proceso de inflación recesiva, originada en los desequilibrios de la balanza de pagos en las estructuras productivas desequilibradas”.

Es interesante comparar los datos de TCR, con la performance industrial de nuestro país. Desde 2001, se ve crecimiento industrial mientras se mantiene el tipo de cambio real (entre 2002 y 2007). Desde 2011 hasta 2015 podemos ver una caída entre puntas. Finalmente, en ambos casos se vislumbra una mejora entre 2016 y 2017, pero aún por debajo de los niveles de 2015. Entre 2017 y 2019 la volatilidad nunca cesó y por tanto nunca hubo estabilidad en la demanda y los proyectos de inversión jamás se concretaron, la caída industrial ésos 2 años fue muy grande de 10,7% en sólo 24 meses, por otro lado durante 2020 la demanda no cayó por la volatilidad, que no existió, sino por la pandemia excepcional del Covid-19.

Este repaso sirve para mostrar que la inestabilidad es un enemigo gravísimo para el desarrollo industrial, más que ninguna otra variable, es el talón de Aquiles de la industria, pero a su vez, un tipo de cambio muy apreciado hace inviable el desarrollo competitivo de la industria, como se vio durante la convertibilidad del peso durante los 90s.

La pregunta que queremos responder, después de esta introducción, es ¿cómo vamos a acompañar el crecimiento que sin duda tendremos producto de una renovada demanda postpademia? ¿Qué macro para qué crecimiento? ¿Cómo crecer sin nuevos shocks previos, devaluaciones, y sin forzar la apreciación del peso una vez encaminados? Pues bien, la novedad deberá estar asociada a no apreciar el peso, sostener un tipo de cambio real estable es el mejor modo de balancear automática las oportunidades de crecimiento genuino. ¿Cómo evitar la ocurrencia de nuevas devaluaciones, crecer, y apuntar a una estabilidad de largo plazo?

Con una estrategia de crecimiento que permita sostener la evolución de las variables sin acumular inconsistencias. La solución es política, pero con este diagnóstico económico. La economía tiene fuerzas centrífugas y centrípetas inmanejables si no se trabaja sobre ellas. Ese trabajo es eminentemente político, ningún privado lo va a generar por sí mismo, incluso en los pocos casos que coincidan con este diagnóstico.

Y en esta discusión entran determinantes en juego, tales como: la distribución del ingreso, el saldo de exportaciones, el balance energético, y su relación con un precio tarifario de equilibrio entre las necesidades de producción de hidrocarburos (nuestra estructura energética depende en 59% del gas y 27% de petróleo y derivados), el consumo de los hogares y la utilización energética de la industria, a lo que se suma un nivel de gasto público acorde con el crecimiento, pero a su vez acorde al tamaño de la economía (puede ser con déficit para crear efectos contracíclicos pero siempre dentro de las posibilidades de la economía, en épocas sin pandemia, por supuesto), y con coordinación/ promoción/ innovación/ regionalización sectorial acorde con las posibilidades de demanda interna y externa.

La balanza energética llegó a un déficit de casi 7.000 millones de dólares en 2013, promedió alrededor de 2.750 millones de déficit entre 2016 y 2018, y se acercó al equilibrio, a 0, en 2019, producto de la recesión enorme que ya comentamos. Este año es mucho más complejo. Es importante poner en este repaso lo que pasa con la balanza energética de la Argentina. Ahora está más cerca del equilibrio, pero deberá enfocarse en promover una mayor producción de estos insumos estratégicos, sobre todo gracias a exportaciones, en el contexto de un sector energético que necesita las exportaciones para compensar ventas en pesos, que muchas veces tienen tiempos políticos, atendibles, pero que no las estrategias de inversión. Acá se abre una nube de problemas, porque el Estado no sólo debe lograr que las empresas sean rentables, además debe regular su voracidad rentística en dólares que tanto daño hace. Un justo medio se impone, cosa que sólo se logra con trabajo y no con libritos teóricos. Algo de todo esto está planteando la actual gestión económica, no es menor.

Queda claro que sostener el tipo de cambio real en niveles estables mientras se crece, cosa que esperamos que ocurra pronto, sin devaluaciones previas, no es posible con una mirada ausente de toda política, ya que justamente se apunta que una distribución del ingreso es necesaria en este momento, y sin atajos desde la macro asociada al tipo de cambio, puede ser mucho más estable en el tiempo, si se hace con la dosis adecuada, pero siempre mejorando la calidad de vida de los trabajadores, redistribuyendo los excedentes propios de un tipo de cambio competitivo, que deberá sostenerse. Nada de esto se logrará sin la fortaleza y la voluntad políticas necesarias, para acordar económicamente con los actores sociales en disputa. En este punto también la política debe corregir la distribución del ingreso a la velocidad que el resto de la actividad, y el flujo de dólares lo permita en función de lograr una demanda agregada saludable en relación con el sistema productivo.

No avancemos sin ensayar una definición urgente de tipo de cambio alto. Una posibilidad es aquel valor del dólar que coadyuve a tener un saldo de cuenta corriente (es más que sólo la balanza comercial, incluye servicios, y también intereses, etc.) positivo o en equilibrio, en un plazo trianual, por ejemplo. En la actual coyuntura, lamentablemente, y producto de la crisis de balance de pagos, deuda y volatilidad que dejó el pésimo gobierno de Cambiemos no hay margen para plazos más amplios de equilibrio.

En 2008 se alcanzaron los niveles de gasto público consolidado sobre PBI de 2001, los niveles salariales en dólares por encima de 2001, con un pico nunca superado en el nivel de empresas industriales de 58.200 firmas (38,5% más que en 2001). Desde ese año 2008, todo el crecimiento de la economía estuvo vinculado a apreciaciones de la moneda doméstica, en efecto, el nivel adquisitivo de los trabajadores, ya no creció más por productividad, y sí lo hizo por mejoras en la capacidad de compra del peso. Esto no es menor. Y no está mal en absoluto, porque el objetivo de cualquier esquema que apunte a la producción y el trabajo es mejorar la calidad de vida de las argentinas y argentinos. El problema es que debe ser sustentable, debe tener sustento de largo plazo, de esa forma esas mejoras otorgarán verdadero poder político a la sociedad trabajadora. Por supuesto la volatilidad, entonces, queda claro que fortalece el poder político de ciertas empresas transnacionalizadas.

Hoy precisamos crecer con algunas variables que deberán coordinarse correctamente para no forzar ningún motor: la productividad de la industria deberá crecer, y el tipo de cambio real no deberá caer, no deberá apreciarse el peso, en conjunto deberá propenderse a una mayor cantidad de exportaciones acompañadas de un crecimiento con impacto en importaciones por abajo del promedio histórico (de 3 puntos de aumento de impo por cada punto de aumento del producto). Nadie dice que sea fácil. Ni que se pueda lograr de forma tan pura como se dice. En esta etapa de crecimiento que se viene para la Argentina es fundamental sostener el tipo de cambio real, para no arriesgar el futuro y lograr la dosis correcta de crecimiento que no esté rápidamente abrumada por la restricción externa. Ése es el desafío que tenemos por delante ahora.

El desarrollo energético en este contexto es central, el comercio exterior también. Cada dólar que se use en importar o en la distribución de dividendos de empresas que podrían reinvertir, es un dólar que está haciendo más lento el proceso de crecimiento de la economía argentina, porque será inflacionario. Porque no hay margen para apreciar la moneda local, porque eso sólo es posible con un flujo importante de dólares, que deberán llegar por la vía comercial. Un proceso claramente lento.

La ventaja de no atrasar el tipo de cambio real es que se aseguran las expectativas de negocios estables con el exterior, permitiendo un horizonte inversor en los sectores más dinámicos en ventas fuera del país. Mientras que su desventaja será que habrá que convivir con alguna inflación por un tiempo. En realidad, nada de esto tiene sentido si no se acompaña con políticas de redistribución del ingreso que incluyan en el modelo a los trabajadores organizados, y a una mayor cantidad de trabajo generado. Si bien por un lado, se asegura ganancias a ciertos sectores por el tipo de cambio alto, competitivo, por otro debe calibrarse esa ganancia con la redistribución del ingreso, en salarios y gasto público. De manera que cierre a la vez, un modelo que no desincentive exportaciones, mejore la calidad de vida de la sociedad (objetivo final de cualquier modelo) y sostenga un crecimiento acorde con las otras variables en juego, como la balanza energética, la infraestructura, la logística y la innovación industrial.

Cabe destacar que en estos 8 meses a través de varias nuevas regulaciones sobre el dólar, sobre las posibilidades de importación de los sectores que más dólares consumen, los ATP para sostener parte de los salarios registrados, los IFE para sostener algo de los ingresos de los más perjudicados, tarifas mayormente congeladas, precios cuidados, y otras muchas medidas, el Estado está en el centro de la economía argentina, como no ocurrió durante los últimos 4 años del gobierno conservador de Macri.

Sin embargo, cabe pensar en un Estado de largo plazo. Un Estado que crezca en función de las posibilidades, para que no haya retrocesos que tanto dolor generan. Sin devaluaciones. Cuidando el valor de la moneda. Y de eso estamos hablando. Crecer tiene que ser una política de Estado. Este escenario con más Estado que antes de la pandemia es propicio para que el rebote económico sea muy fuerte y esto necesitará dólares para sostenerse. Por tanto cabe calibrar ese crecimiento. Cabe pensar en sostener las variables apuntando a una coordinación de la infraestructura, la economía, la indiscutible necesidad de inclusión social y redistribución del ingreso, buscando que no se atrasen variables, para evitar que después se ajusten como un elástico que se estira de más. Ahora tenemos alguna oportunidad: un gobierno ocupado en la industrialización, que entiende el problema de las inconsistencias macro, y nuevas tecnologías de información e indicadores que permiten calibrar mejor la política económica.


Sobre el autor

Hernán Herrera es economista y vicepresidente de Enarsa. 

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