¿Dante Alighieri es plagiario?

Podemos hacer un experimento con tres ejemplos de relato instalado y resistencia al cambio; uno es fuera de nuestras fronteras, y los otros dos argentinos.

Hombres obstinados e incircuncisos

 de corazón y de oídos

siempre están resistiendo

 el espíritu santo.”

Hech. 7:51.



En 1962 Thomas Kuhn publicó un libro que revolucionó la historia del pensamiento científico.  Consideró que la historia no es una acumulación sucesiva de conocimiento que se desarrolla paso a paso, sino que configura un paradigma, un relato, que se construye por el acopio seleccionados de hechos, sumados a las creencias sociales predominantes, circunstancias políticas, paralelismos con otras ciencias, etc., lo que constituye una descripción válida de determinada situación; hasta que otra más satisfactoria la sustituye.

Así mismo, Khun, advirtió la resistencia que provoca la instalación de un paradigma en el catálogo científico una vez que está entronizada transformando a los científicos que lo sostienen en “…hombres obstinados e incircuncisos de corazón y oídos” que rechazan todo tipo de cambio. Podemos hacer un experimento con tres ejemplos de relato instalado y resistencia al cambio; uno es fuera de nuestras fronteras, y los otros dos argentinos.

Australia. Hasta hoy es prácticamente unánime la respuesta a la pregunta ¿quién descubrió Australia? Se sostiene que el primero en desembarcar en las costas australianas fue el navegante británico James Cook, que llegó en 1769 a Nueva Zelanda y en 1770 a tierras australianas. Sin embargo, es apabullante la cantidad de documentación que prueba y confirma que Australia fue descubierta por los portugueses en 1522 por la expedición de Cristovâo da Mendonça. La estructura centro-europea de la historiografía había elaborado el paradigma que ignora o denigra los descubrimientos portugueses y sólo reconoce el descubrimiento de Australia a partir del viaje de James Cook. “Simplemente es la cultura de la negación académica” dice el historiador Peter Trickett investigador de la Universidad de Camberra y alto funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores, que postula el descubrimiento portugués. La obstinada negación de lo evidente es lo que califica a estos académicos en hombres incircuncisos de corazón y de oídos.

Los casos de negación académica argentinos son hartos frecuentes, pero como muestra solo tomaremos en cuenta dos de ellos. En primer lugar, el paradigma de la historia de la Conquista del Desierto se centra en la figura del General Julio Argentino Roca que nombrado Comandante de la misma extiende la frontera de integración territorial del país hasta el rio Negro por el sur y hasta la cordillera de los Andes por el este.

Según este paradigma el General Roca logra estos fines sometiendo a los indios a un genocidio y repartiendo las tierras conquistadas entre sus amigos. Esas tierras eran propiedad inmemorial de los mapuches, pueblo originario que las poseían pacíficamente. La guerra enfrentaba a dos realidades irreconciliables, los blancos (huincas, blancos, según el relato) y a los indios. Estos puntos constituyen los centros neurálgicos del paradigma académico de la guerra del desierto, y lo sorprendente de ello es que ninguno resiste la crítica histórica.

En primer lugar, el General Roca no actuó como personaje autónomo, sino que lo hizo de acuerdo con la ley 215 de 1867 sancionada durante la Presidencia del General Mitre y aprobada por unanimidad en el Congreso Nacional. En ella se fijaban los límites de las acciones para evitar llegar a una guerra de exterminio. Por el contrario, establece que a las tribus existentes se les conceda” … todo lo que sea necesario para su existencia fija y pacífica”. Las que no aceptaren las nuevas fronteras serán arrojadas fuera de la nueva frontera.

Las nuevas tierras fueron repartidas entre la tropa, los propietarios de esos momentos, y los indios aliados al Ejército Nacional. Las tribus nómades no tenían un sentido de propiedad, ni tampoco eran pueblos originarios. La confederación de hecho que comandaba el cacique Calfucurá era originaria de Chile, según declaración testimonial del propio cacique quién confirma ser chileno y haber ingresado a la Argentina en 1832.

La conquista del desierto había comenzado con la expedición de Juan Manuel de Rosas en 1834; y más tarde en 1872, por la batalla de San Carlos comenzó la declinación del poder de Calfucurá que había sido vencido en dicha batalla por las tropas del Ejército, guerreros de las tribus de Catriel y Coliqueo que aportaron más de mil lanzas y vecinos armados que defendían sus posesiones.

Los mapuches no existían. Jamás Calfucurá se auto nombró mapuche ni menciona esa palabra. También es arbitraria la denominación “blancos contra indios” como si existieran dos bandos homogéneos en lucha. Los llamados “blancos”, en realidad eran los soldados del ejército Nacional compuesto por gauchos pobres sirviendo como soldados más por obligación que por vocación militar. Junto a ellos participaban como aliados una fuerza importante de guerreros indios, siendo las más numerosas las correspondientes a las tribus mencionadas de los Caciques Coliqueo y Catriel. Por parte de los llamados “indios” se alistan grupos numerosos de desertores, delincuentes comunes, y hasta ex oficiales del Ejército Nacional que se habían sumado a los indios, así como oficiales del Ejército de Chile que actuaban como asesores autónomos de los indios.

El paradigma académico también ignora la participación en la Conquista del Desierto de la Armada Nacional que aseguró el abastecimiento de parque militar de Carmen de Patagones y posteriormente el apoyo logístico de las columnas en marcha trasladando municiones, víveres, elementos sanitarios, personal, etc. desde el océano Atlántico hasta lo que es hoy la ciudad de Neuquén, el punto de confluencia de los ríos Limay y Neuquén.  Cuando el General Roca llega a Confluencia en la costa lo espera el Vicealmirante Martín Guerrico que había llegado navegando el rio Negro. Cuando Roca regresa a Buenos Aires también lo hace navegando desde Confluencia hasta la isla de Choele Choel, y desde allí, en otra embarcación hasta Carmen de Patagones donde vuelve a cambiar de buque para llegar a Buenos Aires en viaje directo. Mientras la Armada opera en el río Negro también resguarda las costas del Atlántico sur de los piratas europeos y de los intentos chilenos de establecerse en Chubut. Los historiadores del paradigma de la Conquista del Desierto también son incircuncisos de corazón y de oídos.

Por último, vamos a recordar a nuestro querido Jorge Luis Borges siempre tan minucioso, prolijo e informado que publicó en 1944 sus “Nueve ensayos dantescos” de singular éxito editorial. Con el encanto personal de su tersa prosa, quizá la mejor española del siglo XX, Borges desgranó en una serie de conferencias sus ensayos sobre la Divina Comedia, uno de los libros más estudiados de Occidente al que se atreve a catalogar “como los versos más patéticos que la literatura ha alcanzado”, agregando que la Comedia “llegó al ápice de la literatura y de las literaturas”. Nada menos. Arriesgado.

Su admiración por el texto que estudia es tal que no advierte que por momentos se propia prosa se mimetiza hasta la confusión con los textos de Dante y utiliza casi las mismas palabras que Dante para describir una situación. Un crítico que no admire a Borges hasta podría calificar de plagio esta similitud. Pero Borges está libre de toda sospecha.

En estos ensayos, abstraído en el desarrollo de su propia crítica Borges se libera de detenerse a buscar posibles fuentes de la Comedia, pero con énfasis reconoce que es un trabajo que se debe hacer y recomienda efectuarlo. El tema continuó siendo de interés para Borges ya que más de veinte años después aceptó, en 1968, dar una conferencia en el Instituto Libre de Segunda Enseñanza precisamente bajo el título de “Los orígenes literarios de la Divina Comedia”. Según, Marcos Ricardo Barnatán, admirador fervoroso y asistente a dicha conferencia, en ella el Maestro se dedicó a señalar como fuente literaria del poema a la “epopeya sumeria de Gilgamesh como si no hubiera otro antecedente más esplendoroso”; un poema babilónico del siglo XXVII a.C. Fue lejos a buscar la fuente de la Comedia.

Lo que sorprendente de Borges es que en  ninguna de sus referencias  al Dante que son muchísimas, mencione al estudioso Miguel Asín Palacios, el máximo arabista español del siglo pasado, miembro de la Real Academia de la Lengua, de la Academia de Historia y de otra muchas instituciones más, que en 1919 publicó su irrebatible trabajo sobre las fuentes islámicas de la Divina Comedia en la que demuestra que Dante Alighieri escribió su bellísimo poema siguiendo en forma casi textual el esquema escatológico de múltiples leyendas islámicas que relatan el viaje de Mahoma desde la Kaaba de La Meca a la Kaaba Celestial, el Paraíso.

Asín Palacios llega identificar al filósofo islámico ibn Al Arabí de Murcia como la fuente más directa de Dante. En el siglo que ha pasado desde la primera publicación de Asín Palacios, 1919 hasta la fecha no sólo no se ha refutado la tesis, sino que se ha perfeccionado el tema de la influencia del islam en la mística cristiana como en San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Ávila.

Enrique Anderson Imbert profesor emérito de Harvard y catedrático en la Universidad de la Plata y de la UBA publicó en 1992 un libro delicioso: “Mentiras y Mentirosos en el mundo de las letras” dedicando su capítulo final al tema del plagio.  Etimológicamente “plagio” es el secuestro violento de una persona, pero desde el siglo I de Nuestra Era su acepción se extendió también a la literatura, de modo que plagio perdió la violencia, pero continuó siendo el secuestro de una persona, en este caso el autor original. Un robo taimado, subrepticio, escondido. Que es más bien disculpado que condenado penalmente, salvo excepciones, y en todo caso sancionado moralmente.

Para quienes les resulta severo sancionar como plagio el secuestro del autor el propio Imbert propone una extensa lista de vocablos a los cuales se puede recurrir para soslayar las rispideces de la palabra “plagio”. Podemos hablar de desmemoria, parecido, contaminación, reminiscencia, estilo de época, intertextualidad, distracción, etc. Pero tengamos la idea clara “…el plagio es un deliberado delito que consiste en apoderarse de un trabajo ajeno reproduciéndolo palabra por palabra, en parte o en su totalidad. El plagiario reemplaza el nombre del autor por el propio” concluye Imbert.

No caben dudas, entonces que Dante plagió a diversos autores islámicos, y que, por ignorancia culposa, un investigador profesional como Borges se hizo cómplice del plagio, así como a su vez plagió a Dante.

No es esto lo grave, el plagio literario tiene penas benignas. Lo ciertamente grave es que el colectivo académico no sea capaz de aceptar nuevos hechos y resista cerrilmente a cambiar de paradigma. Son “obstinados incircuncisos de corazón y de oídos” que en sus provincianos tejidos centro-europeos continúan rechazando los aportes culturales de los dos factores que, junto al noble tronco greco romano, conforman la herencia común de la cultura occidental, los aportes islámicos y judíos. Sin ellos Occidente perdería la mitad de sus conocimientos científicos en matemáticas, filosofía, astronomía, medicina, geometría, geografía, etc.

Al academicismo instalado le duele bajarse del escenario de único intérprete de la verdad. Prefiere la Santa Inquisición, poseer el control de la ortodoxia. No puede escuchar a Mao: “Que se abran cien escuelas, que florezcan cien rosales”.




Sobre el autor

Hugo Martínez Viademonte es Periodista. Ex corresponsal de Inter Press Service, Estado de San Pablo y colaborador de las agencia internacionales.

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